El 23 de junio pasado, los hombres de la organización militar privada Wagner de Yevgueni Prigozhin abandonaron sus posiciones en el frente de Ucrania. En dirección a Rostov, donde los rebeldes tomaron el control de un cuartel general estratégico de la conducción de las operaciones militares desde el territorio ruso. Armados con tanques blindados y con sistemas de defensa antiaérea, continuaron su “marcha por la justicia” en dirección a Moscú, derribando a su paso varios avioneshelicóptero de la Fuerza Aérea. “La criatura escapó de su amo”, comentó entonces Peer de Jong, ex coronel francés de las tropas de la Marina, autor de una obra sobre el mercenarismo y las organizaciones militares privadas (1).
El conflicto se estaba incubando hace semanas. Tras la toma de Bajmut por parte de Wagner, en mayo pasado, el Kremlin se preparaba para retomar las riendas de esa estructura, convertida en un ejército dentro del ejército: el 10 de junio, una ordenanza del Ministerio de Defensa exigió a los voluntarios de los batallones privados firmar contratos individuales con las fuerzas regulares. Los hombres de Wagner pasarían así a estar bajo la autoridad del jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Valeri Guerasimov, y del ministro de Defensa, Serguei Shoigu. Los mismos a los que el jefe de la milicia Wagner no deja de insultar desde hace meses, tanto en los campos de batalla como desde los cementerios donde descansan miles de sus reclutas, reprochándoles no haber conducido eficazmente “la operación militar especial” en Ucrania.
Fuerzas mercenarias
La perspectiva de una integración forzada al ejército constituyó el factor desencadenante de la rebelión. En un primer momento, la confrontación pareció inevitable. Pero, para “evitar el baño de sangre”, el Kremlin negoció, con la colaboración del presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, un acuerdo con Prigozhin. Aquel a quien el día anterior calificaba de traidor, finalmente salvó su vida en el marco de un acuerdo celebrado el 24 de junio, cuyos términos siguen siendo, por ahora, imprecisos. A pesar de que se le pidió mantener un perfil bajo en Bielorrusia, Prigozhin siguió circulando en Rusia, hasta en el Kremlin, donde habría sido recibido por Putin (2). Ello sugiere que el jefe de los mercenarios se volvió lo suficientemente útil para el Estado ruso como para poder negociar ciertos detalles del desmantelamiento de su estructura.
Oficialmente ilegales, las organizaciones militares o ejércitos privados son no obstante casi una treintena en Rusia, de los cuales algunos están movilizados en Ucrania al lado de las fuerzas regulares: además de Wagner, de lejos la más importante en efectivos y en ambiciones, incluyendo las comerciales, el Batallón Akhmat del dirigente checheno Ramzan Kadyrov, el Batallón Sparta, el Cuerpo Eslavo, la Unidad Cosaca, la Cruz de San Andrés (cercana al patriarca ortodoxo Cirilo), Convoy, Enot, Redut e incluso Patriot, creada por el ministro de Defensa Serguei Shoigu con antiguos componentes de las fuerzas especiales. Gazprom, el gigante del gas y del petróleo, obtuvo sin dificultad la autorización para fundar sus propias milicias, Fakel (“Antorcha”) y Plamya (“Llama”), para la protección de sus activos en Siria y en Ucrania.
El gobierno ruso es consciente desde el comienzo de los años 2010 del beneficio de esos grupos de combatientes más flexibles que las fuerzas regulares. Le permiten al Kremlin librarse del trabajo sucio y limpiar su nombre en caso de abuso o cuestionamiento, utilizando, como otros lo hicieron antes que él, la “negación plausible”: en efecto, qué más práctico que combatientes sin bandera, sin uniformes, sin estatus, incluso sin identidad ni sepultura, siguiendo el ejemplo de los famosos “hombres de verde” que entraron en Crimea en febrero de 2014, y que más tarde encontraremos en la región separatista de Donetsk, en Siria y luego en varios países africanos. Durante mucho tiempo, el Kremlin negaría todo vínculo con las autoridades rusas.
Esta laguna jurídica y política era uno de los principales valores agregados de Wagner. Hoy cayó el velo: el golpe de fuerza de Wagner tuvo como efecto liberar las palabras en la cúspide del Estado ruso. El 27 de junio pasado, durante un discurso ante los servicios de seguridad rusos, Putin tuvo que reconocer haber pagado a Wagner el equivalente a más de mil millones de euros desde mayo de 2022. El riesgo para el holding Concord, que supervisa el conjunto de las actividades, muy variadas, de Prigozhin, es el de terminar “recortado”. El Departamento Militar y de Seguridad, Wagner, parece ser el más amenazado. La organización militar privada, que en 2021 no contaba más que con 9.000 hombres en el mundo, alcanzó este año los 50.000 efectivos en medio de los combates en los frentes ucranianos solamente: el Kremlin incluso llegó a otorgarle en 2022 el privilegio de reclutar directamente en las prisiones a cambio de promesas de (…)
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