A propósito del debate en torno al pasado y su falsificación, intensificado por la proximidad de los 50 años del golpe de Estado, vale recordar que sigue habiendo preguntas que hacer a ese tiempo para sortear el determinismo que busca convencernos de que el final de esa historia siempre estuvo escrito. Hoy, por el contrario, parece más necesario que nunca descubrir esos otros pasados posibles.
En la literatura y el cine se reconoce el carácter ficcional de un relato, una invención que no afirma como verdadero lo que es producto del trabajo de la imaginación. Distinta es la elaboración de historias como estrategia para justificar la acción política. Es el caso del seudo argumento utilizado por la derecha en Chile para explicar el golpe de 1973: si este no se hubiera producido se habría impuesto una dictadura comunista que habría exterminado a la oposición. Lo que no pasó pudo haber pasado. Así, eso que se afirma como pura posibilidad ha devenido en causa, o lo que denominan el “contexto” que explicaría y justificaría el golpe y la dictadura.
La debilidad del argumento no reside solo en la frágil relación causal sino, también, en el hecho de que la amenaza que supuestamente acechaba a la democracia no era más que una intención atribuida y nunca demostrada. Es el viejo argumento de las guerras preventivas, y de la justificación de masacres, invasiones y genocidios como empresas de salvación.
La base anticomunista de este discurso no surgió en los años setenta. En Chile, su origen puede ser rastreado mucho más atrás en la historia, y no solo vinculado al anticomunismo exacerbado, característico de la Guerra Fría, sino también a una ideología ultraconservadora contraria al proceso de cambio y transformación demandado, durante el siglo XX, por un amplio movimiento social y político de carácter popular que, claramente, excedía en magnitud y diversidad al comunismo. Sin embargo, con frecuencia -también en la actualidad-, los sectores dominantes lo conceptualizaron de esa manera configurando así la “amenaza comunista” y una verdadera campaña del terror que, en la elección presidencial de 1970 en la que resultó electo Salvador Allende, adquirió nuevas dimensiones. Su expresión más gráfica fue un afiche, profusamente difundido, que exhibía una fotografía trucada de La Moneda rodeada por tanques soviéticos, en clara alusión a la invasión a Checoeslovaquia en 1968. Durante el gobierno de Allende esta campaña se intensificó.
Ficción y realidad del terror
Pero el verdadero terror advino con el golpe de 1973 y la dictadura que se impuso -la real, no aquella imaginaria-. Junto con ese terror material y cotidiano, se continuó propagando, de manera majadera y hasta la saturación, otro ficticio a través de la continuidad del discurso de lo que pudo haber pasado. La “prueba” esgrimida fue el Plan Z, un documento que (…)
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