Decidido a cambiar de régimen reformando principalmente el sistema judicial, el primer ministro Benjamin Netanyahu enfrenta una protesta popular que no amaina. Los manifestantes pretenden defender la democracia israelí contra el autoritarismo de la coalición de extrema derecha en el poder. El ejército no es ajeno a la discordia mientras que la cuestión palestina sigue dividiendo a los israelíes.
A principios de año, los asesores del primer ministro Benjamin Netanyahu estaban convencidos de que la oposición al controvertido proyecto de revisión del sistema judicial –piedra angular de la voluntad de transformación de las instituciones– terminaía por languidecer y que el número de manifestantes hostiles a la reforma disminuiría con el correr de las semanas. Se equivocaban. Nunca, en su historia, Israel experimentó tantas concentraciones populares, tan numerosas, tan involucradas en el plano político y tan constantes. Cada sábado al anochecer, cientos de miles de personas salen de sus casas. Unas enarbolan la bandera nacional, otras, pancartas fabricadas para la ocasión. Todas declaman: “démokratia” (democracia en hebreo) y entonan en coro el refrán dirigido al gobierno: “Se toparon con la generación equivocada. Si no hay igualdad, derrocaremos al poder”. Para todos, esta reforma que apunta a aumentar el poder de los representantes electos en detrimento de los jueces y de la Corte Suprema pone en entredicho los fundamentos de la democracia israelí.
Este gran despertar de una parte de la población es canalizado por la elite laica del país. Sin embargo, ésta no dio un paso al frente, el 18 de julio de 2018, cuando Netanyahu hizo adoptar por la Knesset la ley que define a Israel como el Estado- nación del pueblo judío (1). La Corte Suprema había entonces ratificado este texto que discrimina a los ciudadanos no judíos. La reacción no se produjo sino durante la última semana de diciembre de 2022, tras la formación del nuevo gobierno de Netanyahu, con la entrada en escena de extremistas del sionismo religioso y de herederos ideológicos de la organización fundada por el rabino racista Meir Kahane en Estados Unidos en 1968 (2).
Las protestas no ceden
Dueños de empresas high-tech como el multimillonario Orni Petruschka, renombrados juristas como el abogado Gilead Sher, ex generales como el ex jefe de Estado Mayor Dan Haloutz así como Amos Malka, ex jefe de inteligencia militar, sin olvidar a economistas de primera categoría, se movilizaron para organizar una verdadera maquinaria de guerra contra la coalición de extrema derecha, mesiánica y ultra ortodoxa de 64 diputados sobre 120. Estas personalidades crearon una organización sin fines de lucro llamada “Hofshim be Artzenou” (“Libres en nuestra patria”) para coordinar la actividad del conjunto de las organizaciones opuestas a la política gubernamental. La idea es reunirlas en un vasto movimiento prodemocrático, alejado de los partidos políticos.
Según Sher, la agrupación cuenta con un presupuesto de varios millones de shekels provenientes de un financiamiento participativo de 40.000 personas y de donantes privados, ninguno de los cuales contribuyó con más del 5% de la suma total. Hofshim be Artzenou les propone a las organizaciones no gubernamentales (ONG) financiar toda o parte de su logística y asegurar su acompañamiento jurídico y mediático. A cambio, cada beneficiario debe adherir a una plataforma común fundada sobre la no violencia y los grandes principios de la Declaración de Independencia de 1948: “la libertad, la justicia y la paz según el ideal de los profetas de Israel”; “la más completa igualdad social y política a todos sus habitantes sin distinción de religión, de raza o de sexo”; “la libertad de culto, de conciencia, de idioma, de educación y de cultura”. Hasta el momento, 130 asociaciones locales y 140 organizaciones nacionales se unieron al movimiento. Cada una conserva su especificidad, pero hace suyo ese mensaje común: es un acto de patriotismo oponerse a la coalición dirigida por Netanyahu. Se invita entonces a los manifestantes a alzar la bandera nacional y cantar la Hatikvah, el himno israelí, al final de cada concentración.
El 21 de enero, 110.000 personas se reunieron en Tel Aviv frente al teatro Habima antes de desfilar por la calle Kaplan. Concentraciones idénticas se llevaron a cabo al mismo tiempo en 150 localidades, del norte al sur de Israel, particularmente en Jerusalén, Haifa y Beerseba. Desde entonces, las protestan nunca cesaron. La nueva organización “Hermanos y hermanas en armas” es particularmente activa. Reúne a miles de reservistas del ejército que hicieron el siguiente juramento: “defender nuestra patria, de ser necesario con nuestra vida, y no servir a otra dictadura en Medio Oriente” (3). De semana en semana el movimiento fue cobrando amplitud, alcanzando, el 25 de febrero, los 300.000 manifestantes en todo el país, tras la adopción en primera (…)
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