Una parte de la izquierda francesa contribuyó ampliamente a reducir los medios humanos y materiales del ejército de su país. Una reducción justificada por el paradigma de la disuasión nuclear pero que los desafíos geopolíticos recientes, como la guerra en Ucrania, obligan a revisar. Mientras tanto, más allá de las disposiciones presupuestarias, la única medida importante en consideración para conciliar a Francia con sus ambiciones militares es la puesta en marcha del ya muy controvertido Servicio Nacional Universal.
Francia habría participado de treinta y dos grandes expediciones militares en sesenta años y en un “centenar de operaciones de menor amplitud” (1). Según el cálculo de Michel Goya, historiador y ex oficial de marina, sólo Estados Unidos tuvo una mayor participación, pero con un volumen de fuerzas claramente superior. De manera que, en proporción, “los soldados franceses son los más solicitados del mundo”, explica Goya. Por otra parte, cada vez se recurre más a ellos en el interior de las fronteras del país: una misión como Sentinelle [antiterrorismo] ocupa por sí sola cerca de 10.000 hombres del ejército, es decir el 10% de sus efectivos (2).
Disuasión nuclear
A pesar de esta “pequeña Guerra Mundial de Francia” y de una creciente confusión entre lo que atañe a la defensa o a la seguridad, los medios asignados a las Fuerzas Armadas francesas disminuyeron. La ley de programación militar 2024-2030 adoptada el 13 de julio de 2023, en un contexto de guerra ruso-ucraniana, debería, según el poder ejecutivo, invertir la tendencia. Sin embargo, esta recuperación podría llevar bastante tiempo. Debido a la disminución prolongada de las partidas, el número de soldados pasó de 453.000 en 1991 a 203.000 en 2021, el de los reservistas de 420.000 a 41.000. Marginados, los militares no representarían sino el 4% de los efectivos públicos, es decir tres veces menos que en 1980.
Los “planes sociales” comenzaron con la adopción, por parte de Francia, de la llamada doctrina de “disuasión nuclear” a principios de los años 1960. Se aceleraron a finales de la Guerra Fría. En 1989, el ministro de Defensa Jean- Pierre Chevènement anunciaba el plan Ejército 2000, que suprimía o reducía veintitrés estados mayores territoriales de las tres armas y de la gendarmería. Pierre Joxe, su sucesor en el Hôtel de Brienne [sede del Ministerio de las Fuerzas Armadas], redujo aun más su alcance. Ha llegado la hora de recolectar los “dividendos de la paz”, alegó Laurent Fabius, entonces presidente de la Asamblea Nacional. Los conflictos, no obstante, no cesaron. Pero, de la Guerra del Golfo (1990-1991) a la de Kosovo (1998-1999), las victorias comenzaron a llegar del cielo, “quirúrgicas” y telegénicas.
La defensa territorial y su cuerpo de batalla se volvieron cosa del pasado. Los regimientos de la Fuerza de Acción Rápida concebidos “doctrinal, material y humanamente para actuar rápido, bien y con pocos medios” se vieron favorecidos, nos explica el consultor en riesgos internacionales Stéphane Audrand. A ellos es a quienes se envía primero a las operaciones en el exterior y cuyos jefes ascienden más rápido en la jerarquía. Así, según el especialista, las altas esferas del Estado estarían habitadas por oficiales “que piensan dentro de un marco mental estrecho”: el de un modelo fascinado por la contrainsurrección y la lucha antiterrorista, pero “que desconfía, mezclando todo, del tanque de combate, de la logística ferroviaria o de los reservistas”. Ideal para un mundo político que desea a la vez existir en el escenario mundial, limitar las pérdidas humanas... y recortar los gastos.
El nombramiento de Jean-Yves Helmer a la cabeza de la Dirección General de Armamento (DGA) en 1996 acompañó este cambio de doctrina. El egresado de la Escuela Politécnica, ex número 2 de Peugeot-Citroën PSA (Stellantis desde 2021), debía llevar a cabo “la batalla de los costos”. Entre 1991 y 2021, el stock de tanques de combate disminuyó de 1.349 a 222, el de los grandes buques de superficie de 41 a 19, el de los aviones de combate de 686 a 254 (3). La artillería de largo alcance, la defensa suelo-aire y la ingeniería divisional desaparecieron. Al igual que la salud, el mantenimiento o la logística, a veces tercerizados. Se perdieron conocimientos. Y mientras que, con la privatización de las industrias de defensa, se privilegió al comercio de las armas antes que la satisfacción de las necesidades internas, regiones enteras sufrieron el cierre de sus fábricas. Las huelgas, en los arsenales de Brest, en la manufactura de armas de Saint-Étienne y en tantos otros lugares, no lograron frenar la caída del número de trabajadores estatales, la destrucción de un aparato productivo estratégico y la liquidación de la independencia nacional.
Militares de derecha
Pocos sectores públicos sufrieron semejante reestructuración. El Partido Socialista (PS) en el poder (4) la acompañó. El movimiento social, en el que los trabajadores de defensa ocupaban un lugar marginal, asintió o permaneció indiferente. Los 63.000 civiles tenían poco peso frente a los militares en servicio activo que componían las tres cuartas partes de la fuerza laboral. Éstos adquirieron el derecho de voto tardíamente, en agosto de 1945, al estarles aún prohibida, por la ley del 13 de julio de 1972 sobre el estatuto general de los militares, la adhesión a una “agrupación” política [N. de la R.: razón por la cual se conoce al ejército como la “Grande muette”, la “gran muda”, ya que no puede expresarse]. También les cortaba el camino hacia las agrupaciones profesionales de carácter sindical; sólo podían pertenecer a una de las doce asociaciones profesionales nacionales de militares.
Por lo demás, la preferencia política del ejército es de derecha. Y no es seguro que la sindicalización de sus miembros reabsorba un quiebre tan nítido con el movimiento social, como sugiere el caso de la policía, donde reina el corporativismo. Ya que, más que un conjunto de normas jurídicas, son, con mayor seguridad, las disposiciones sociales y culturales las que separan a los militares de la izquierda. En 2022, votaron en masa a la extrema derecha en la primera vuelta de la elección presidencial, veinte puntos por encima de la media nacional. En las pequeñas jurisdicciones con guarniciones como Auxonne (Côte-d›Or), Mailly-le- Camp (Aube) o Suippes (Marne), los resultados combinados de Marine Le Pen y Éric Zemmour alcanzaron respectivamente el 39,56%, 54,99% y 55,31% (contra 30,22% para la media francesa).
Hubo un tiempo en que, a falta de lograr la adhesión de los militares, la izquierda, consciente de que atañían a la soberanía nacional y popular, trataba seriamente las cuestiones de la guerra y de la paz. Pensaba de otra manera que en términos contables; menos deferente, no se ponía enteramente en manos de los expertos militares para forjar su doctrina. Jean Jaurès escribía L’Armée nouvelle [El nuevo ejército]. León Trotski fundaba el Ejército Rojo. Los progresistas se enfrentaban sobre las guerras de liberación nacional. O sobre el antimilitarismo, cuya última ola, tras el Caso Dreyfus y los años 1920, se produjo entre 1968 y 1981.
Tras la guerra de Argelia y sus 15.000 reclutas muertos, en el contexto de insubordinación de los años 1968, se afianzó lo que el historiador Maxime Launay califica de “antimilitarismo revolucionario” (5). Éste fue estructurado por militantes anarquistas y trotskistas y tomó entonces diversas formas: comités de soldados, manifestaciones de reclutas, rechazo de la libreta de enrolamiento, objeciones e insubordinaciones... El contexto internacional amplió esta rebelión. La Guerra de Vietnam (1955-1975), el golpe de Estado en Chile (1973) y la dictadura de los coroneles en Grecia (1967-1974) desacreditaron al ejército en tanto institución. Las ediciones Maspero, los dibujos de Cabu o de diarios de cuarteles como Crosse en l’air o Col rouges se hacían eco de ello.
En la primavera de 1973, las manifestaciones de la juventud en contra de la llamada Ley Debré –que suprimía las prórrogas acordadas a los estudiantes antes de la incorporación– incrementaron el rechazo. La conscripción parecía haber perdido su sentido al disponer Francia del arma nuclear. Las guerras coloniales llegaban a su fin y el mundo entraba en una fase de “distensión”. Se cuestionaban entonces las condiciones materiales de la vida en el cuartel, la incomodidad, el aburrimiento. Coincidían con la movilización en contra de la ampliación de un campamento militar: en Larzac, entre 1971 y 1981, fraternizaron militantes de todos los orígenes.
Servicio militar
Medio siglo después, pocos son los que cuestionan “el poder y su ejército”. Nathalie Artaud, dirigente de Lucha Obrera (LO) sigue fustigando al “militarismo que se traduce por un rearme y un condicionamiento ideológico de la población. Para nosotros, la ‘defensa nacional’ no puede en ningún caso ser asimilada a la defensa de los (…)
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