Con estas palabras, el senador nacional Luis Juez expresa las sensaciones de angustia y desesperanza que envuelven a muchos argentinos después de las elecciones presidenciales del 22 de octubre, por el pobre perfil de los dos candidatos que se clasificaron para el balotje.
Ni Sergio Massa ni Javier Milei despiertan esperanzas de sacar a la Argentina del abismo en que se encuentra, con más de 40% de pobreza, 10% de indigencia, 17% de déficit fiscal y más de 150% de inflación. Al contrario, ambos parecen más bien una amenaza de agravar los problemas, tanto por sus aptitudes como por lo que exhibieron en la campaña electoral.
Sergio Massa es el actual jefe de Estado de facto en la Argentina; desde que asumió como super-ministro de Economía, hace 15 meses, asumió el puente de mando del Estado. Desde ese momento, el presidente Alberto Fernández desapareció de la escena, y las decisiones quedaron en manos de Massa, quien puso todos los recursos del Estado al servicio de su candidatura, incluyendo el “Plan Platita”, por el cual, ha volcado cerca de 8.000 millones de dólares al electorado en forma de bonos, subsidios, reducciones de impuestos, créditos con tasas negativas, planes turísticos y demás prebendas, que le permitieron alcanzar el 36% de los votos en la primera vuelta electoral. Se trata de la peor elección de un candidato presidencial peronista desde 1946; pero suficiente para ir al balotaje con chances de ganar.
La estrategia resulta polémica por su potencial explosivo frente a la inflación, que superó el 12,7% mensual en septiembre, a pesar de estar artificialmente reducida por congelamiento de precios y tarifas de servicios públicos subsidiadas en un 90% por el Estado. Los economistas coinciden en señalar que apenas se sinceren esas tarifas, la inflación real dará un salto considerable; y si a ello se suman los efectos del “Plan Platita”, lo más probable es que el resultado de esta aventura sea una crisis hiperinflacionaria.
Esta encrucijada es responsabilidad de Massa, pero solo en parte; porque su papel ha sido meramente administrar la crónica cultura del déficit fiscal que se instaló en la política argentina hace 80 años. En efecto, entre 1913 y 1943, el valor del dólar en Argentina subió de $2 a $3, debido a la cultura del cuidado del equilibrio fiscal que tuvieron los distintos gobiernos, legítimos e ilegítimos. Pero esto cambio radicalmente poco después.
En la década de 1930, Argentina fue gobernada por los conservadores mediante el llamado “fraude patriótico”, por el cual, el día de las elecciones, se volcaban los padrones y se llenaban las urnas con votos truchos (con uso de maleantes y delincuentes que amenazaban a los votantes (…)
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