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El uso de la violencia extrema en los conflictos

Barbarie de los colonizados, masacres de los civilizados

¿Qué puede ser más devastador para una madre, para un padre, que la pérdida de un hijo? Tantas esperanzas que se esfumaron, tantos sueños transformados en pesadillas, tantos proyectos interrumpidos. Nadie puede medir realmente esta tragedia si no la vivió. Y cada padre tiembla ante la idea de recibir una llamada telefónica informándole de un drama como ese. Esta calamidad puede ser el resultado de una enfermedad —entonces solo se puede culpar al “destino”—; de un accidente —se puede acusar al mal conductor, si es responsable—; de un acto “terrorista”, que golpea aquí a una escuela, allí a un supermercado y más allá a un simple transeúnte. ¿A quién culpar entonces? Al terrorista, naturalmente, ¿a quién más?

¡Nada de eso! Es el 4 de septiembre de 1997, en la calle Ben-Yéhouda, en pleno centro de Jerusalén. Tres kamikazes del Hamas se hacen estallar, matando a cinco personas, entre ellas una joven de 14 años llamada Smadar, que salió de su casa para comprar un libro. Tiene un apellido prestigioso en Israel. Su abuelo, el general Mattityahu Peled, fue uno de los artífices de la victoria de junio de 1967, antes de convertirse en una “paloma” y en uno de los protagonistas de las llamadas “Conversaciones de París”, primeros encuentros secretos entre responsables de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) e israelíes “sionistas”. En ese año 1997, Benjamín Netanyahu ya era primer ministro y había prometido destruir los Acuerdos de Oslo firmados en 1993, lo que logrará hacer. También conoce a la madre de Smadar, Nurit, una compañera de escuela y amiga de la juventud. Cuando la llama para presentarle sus condolencias, ella le contesta: “Bibi, ¿qué hiciste?”, haciéndolo responsable de la muerte de su hija (1).

“Para mí, no hay diferencia entre el terrorista que mató a mi hija y el soldado israelí que, en pleno acordonamiento de los territorios, no dejó que una palestina embarazada cruzara una barrera para ir al hospital, de modo que finalmente perdió a su hijo. Estoy convencida de que si los palestinos nos hubieran tratado como ‘nosotros’ los tratamos, ‘nosotros’ hubiéramos sembrado en ellos un terror cien veces peor”. En su texto, Nurit termina calificando a Netanyahu como un “hombre del pasado”; desgraciadamente se equivocó, puesto que sigue siendo la cara de la política israelí. A pesar de las críticas dirigidas desde hace meses a él a causa de su proyecto de reforma de la justicia, la mayor parte de la sociedad se unificó detrás de él para justificar la política criminal —según el derecho internacional— que lleva a cabo en Gaza. Entre los escombros humeantes de este enclave crece la próxima generación de combatientes palestinos, más determinada que la anterior, con el corazón lleno de rabia y de un odio inextinguible.

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La acción de los comandos suicidas de los años 1990 y 2000, así como la embestida del 7 de octubre de Hamas en alianza con las otras organizaciones palestinas, probablemente constituyan un “crimen de guerra”, así como el bloqueo y los bombardeos de Gaza. Plantean una vez más la cuestión del terrorismo y de su definición. Es un laborioso ejercicio, porque los grupos reunidos bajo la categoría de “terrorismo” son muy heterogéneos (2). ¿Podemos poner la misma etiqueta a la milicia estadounidense de extrema derecha que cometió el atentado de Oklahoma el 19 de abril de 1995, a Al Qaeda, al Ejército Republicano Irlandés (IRA) o aun al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK)? Esta incriminación implica considerar a esos movimientos como la encarnación del Mal absoluto, con quienes es imposible cualquier acuerdo y contra los cuales la única estrategia sería la erradicación, para asegurar la victoria del Bien. Sin embargo, a menudo la historia probó, ya sea en Irlanda o en Argelia, que “los terroristas de ayer” son los dirigentes del mañana.

Cuando los periodistas piden a cualquiera que intervenga en Gaza que denuncie a Hamas como “organización terrorista”, olvidan que esta designación, apoyada principalmente por la Unión Europea y por Estados Unidos, no es adoptada por Naciones Unidas y por numerosos Estados que mantienen canales de comunicación con esa organización. Incluso, durante años, Israel mantuvo contactos con ese movimiento y autorizó a Qatar a enviar cientos de millones de dólares hacia Gaza con la esperanza de así “comprar” al movimiento. ¿Es posible pensar que una organización que recogió aproximadamente el 40% de los votos entre los palestinos durante las elecciones legislativas de 2006 puede ser pura y simplemente erradicada?

Gobernantes mañana

La introducción de Hamas en la lista de las organizaciones terroristas por parte de la Unión Europea a comienzos de los años 2000 a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos suscitó muchos debates. Francia, convencida de que era mejor poder negociar con el movimiento islamista, quería disociarlo de las Brigadas Ezzedine Al-Qassam, que ya figuraban en la lista, tal como las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa habían sido distinguidas del Fatah, la principal rama de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Finalmente cedió ante la presión de sus socios, pero rechazó la introducción de Hezbollah en esa lista, dado que el movimiento es un partido político presente en el Parlamento libanés y un actor mayor de la política (…)

Artículo completo: 2 720 palabras.

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Alain Gresh

Director de la revista en línea Orient XXI.

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