“Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”
Durante décadas este fascinante fragmento ha despertado la atención de generaciones. ¿Cómo y cuándo se abrirán las grandes alamedas? ¿Quiénes serán los “otros hombres” que superarán el actual momento gris y amargo? ¿Las alamedas se deberán abrir (afirmación activa) o se abrirán (afirmación pasiva) por la imposibilidad de mantener su clausura? ¿quién es el “hombre libre” y cuál es la “sociedad mejor”? Y la más acuciante ¿Por qué no se ha producido, hasta ahora, ese momento de apertura? ¿Qué o quién lo impide?
Es imposible negar la potencia escatológica de la arenga final de Salvador Allende, pronunciada en su discurso radial, pocos minutos antes de su muerte. En pocas y simples palabras despliega una compleja teoría de la historia, entendida como un devenir abierto a una voluntad futura que radica por entero en la capacidad de autodeterminación humana. Allende, masón y agnóstico, nos confiesa su fe más profunda: una confianza política en Chile y su destino, a la espera de otro futuro, a pesar de la gris y amarga traición que se impone en el presente. Confía en que otros hombres superarán el orden regresivo que está a punto de arribar en ese instante. Y entonces, proclama su profecía laica, que anuncia que más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pasará un anónimo hombre libre, decidido a construir una sociedad mejor.
Una lectura institucional y minimalista puede interpretar este párrafo como el anuncio de una futura restauración del orden constitucional, lo que identificaría la apertura de las grandes alamedas con un evento asimilable al 5 de octubre de 1988 o al 11 de marzo de 1990. Pero resulta forzado reducir la profecía allendista a una mera reinstitucionalización del proceso electoral, bajo la ciclicidad del Chronos cívico de la normalidad. La apertura, “de nuevo”, de las “grandes alamedas” reclama su asimilación equivalencial a un momento Kairós, capaz de situarse a la altura de lo acontecido en los años de la Unidad Popular. La profecía anunciaría un momento futuro cargado de una densidad histórica equiparable en su criticidad al proceso político que se cerraba ese mismo 11 de septiembre de 1973. Bajo esta lógica, Allende no habría pedido una mera restauración constitucional del pasado, sino que habría anunciado la reapertura, “más temprano que tarde”, de las condiciones de posibilidad para que la libre voluntad humana pueda construir una sociedad mejor que la actual.
Así, la profecía de Allende cobra su pleno sentido escatológico. Se pueden equiparar las “grandes alamedas” con el “Reino de los fines” kantiano, reconfigurado como “Reino de la libertad” en Marx, en tanto instancia transhistórica, que no se verifica en la mera construcción inmanente e intrahistórica de un régimen de gobierno determinado, sino en las condiciones necesarias y suficientes para la realización de un proyecto de transformación compleja de la sociedad, que supere el carácter coactivo de la necesidad material.
Cabe preguntarse, entonces, por qué (…)
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