Desde hace meses, la diplomacia estadounidense se involucró profundamente en favorecer un acercamiento entre Riad y Tel Aviv. La guerra pone en entredicho los esfuerzos de Washington. Pero éstos contribuyeron a consolidar la estatura internacional del príncipe heredero saudita Mohammed Ben Salman, que multiplica las iniciativas para afirmar la influencia de su país a escala regional y mundial.
“El Reino recuerda que no ha dejado de advertir sobre los peligros de una explosión de la situación relacionada con la ocupación prolongada, la privación al pueblo palestino de sus derechos legítimos y las provocaciones sistemáticas contra sus valores sagrados”. Mientras apela al “cese inmediato de la escalada entre las dos partes”, el comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita, publicado pocas horas después del asalto de los hombres armados de Hamas a Israel el 7 de octubre pasado, ofrece un apoyo inequívoco a los palestinos. Es cierto que las palabras elegidas por Riad son menos categóricas que las de Qatar, sostén financiero de larga data del movimiento islámico en el poder en la Franja de Gaza. Doha se apresuró a considerar nominalmente a “Israel como el único responsable de la escalada en curso por sus constantes violaciones de los derechos de los palestinos”. Pero la reacción saudita contrasta con la de Emiratos Árabes Unidos (EAU), que denunció “los ataques contra las ciudades y pueblos israelíes cercanos a la Franja de Gaza” perpetrados por Hamas, a la vez que se declaró “consternado por el secuestro de civiles”.
La entrada en guerra de Israel con Hamas impacta de lleno en la supuesta ambición de de Arabia Saudita y Estados Unidos de abrir un capítulo más apaciguado de la historia de Medio Oriente. Luego de unas relaciones conflictivas durante los primeros meses de gobierno de Joseph Biden, y después de un período de enfriamiento tras la decisión del reino de reducir su producción de petróleo pese al alza de los precios de la energía, Riad y Washington estaban en plena efervescencia diplomática desde abril. Un despliegue de energía similar ocupaba a Estados Unidos e Israel. ¿La clave de esta multiplicación de los contactos? La “normalización” de las relaciones entre Riad y Tel Aviv. Según las partes involucradas en la negociación, el levantamiento de este tabú debía inaugurar una era de cooperación en la región que le evitara volver a caer en las convulsiones que la sacuden desde 1948.
Algunos analistas se apresuraron en ver en el ataque de Hamas un intento de torpedear este acercamiento, una conjetura demasiado simplista para ser plenamente convincente. Sin embargo, lo cierto es que el conflicto pone en riesgo los pasos tripartitos dados en los últimos meses. El gobierno estadounidense, que se involucró por completo para acelerar las discusiones a lo largo del verano boreal, afirmó rápidamente su deseo de verlas proseguir. Pero mientras Gaza está bajo el fuego de las represalias israelíes y las manifestaciones de apoyo a los palestinos se expanden por el mundo árabe y más allá, sería insostenible para los sauditas amagar con proseguir las tratativas. El sábado 14 de octubre, dos fuentes sauditas declararon a la agencia de prensa Reuters que éstas habían quedado en suspenso, aunque la monarquía no lo confirmó por canales oficiales. Ese mismo fin de semana, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, hizo escala dos veces en Riad en el marco de su gira exprés por Medio Oriente para garantizarse la moderación de los Estados de esa región amenazada de deflagración.
Como la mayoría de los países del mundo árabe-musulmán, con la excepción de Egipto (1979), Jordania (1994), Mauritania (entre 1999 y 2010) y luego Bahrein, EAU, Marruecos y Sudán en el marco de los Acuerdos de (…)
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