Es uno de los miembros del gobierno más cercano a la presidenta del Consejo Giorgia Meloni. En otro tiempo militante de diversas organizaciones neofascistas, incluido el Movimiento Social Italiano (MSI), periodista y director de medios de comunicación, Gennaro Sangiuliano ha defendido siempre una línea conservadora. Él quiere, a partir de ahora, construir una cultura de extrema derecha (1), en línea con la tarea a su cargo. El 17 de marzo pasado, el ministro de Cultura regresó a su ciudad natal. Nápoles conmemoraba, ese día, la unidad italiana. Pero Sangiuliano fue allí a celebrar el lanzamiento de una retrospectiva sobre Tolkien en el Palacio real. Su gobierno llevó el evento por todo el país. En noviembre, en Roma, Meloni –ella misma gran admiradora del escritor– inauguró la exposición, que no tiene nada de espectacular. Lo esencial son los textos que la acompañan y exaltan “la belleza de El señor de los anillos arraigada en la fe cristiana”.
“El gobierno se reapropia de los espacios culturales para beneficio de su ideología. La cultura ha devenido un campo de batalla. Es una locura”, se inquieta el director de teatro Romeo Castellucci. Hace algunos años, Meloni había tenido el mal gusto de calificar a este ícono internacional de “artista autoproclamado que insulta los símbolos del cristianismo (2)”. El escritor Paolo Rumiz no duda en comparar las acciones del poder actual con la marcha sobre Roma de Benito Mussolini en 1922: “El gobierno toma los museos, ocupa la televisión para propagar su nacionalismo”.
Política cultural fascistoide
¿Qué pasa realmente? Como todos los gobiernos, el de Meloni tiene poder para nombrar a los responsables de las instituciones más importantes, y como muchos de ellos, lo ejerce privilegiando a su gente de confianza. Lo que desconsuela al ex director del Salón del Libro de Turín, el escritor Nicola Lagioia: “Poco importa su nivel de competencia, el objetivo es que compartan la misma línea política”. El nuevo director de la Bienal de Venecia, Pietrangelo Buttafuoco, un ex MSI, es un hombre de letras reconocido. Siciliano convertido al islam porque “la identidad de Sicilia es manifiestamente islámica”–, desconcierta tanto a sus pares como a sus adversarios que han podido, alguna vez, leerlo en el periódico La Repubblica, calificado de izquierda. ¿Qué va a hacer con la Bienal? No quiso confiárnoslo amparado, según sus palabras, “en un silencio productivo”.
Más que a Venecia, el ministro de Cultura le da prioridad a Nápoles, capital de la Campania, ganada por el Partido Demócrata. El gobierno emitió un decreto que obliga a los directores extranjeros de ópera a dejar su puesto a los setenta años para excluir al director del teatro San Carlo, el francés Stéphane Lissner. “Una decisión estúpida –estima el clarinetista solista del San Carlo, Luca Sartori–. Antes de la venida de Lissner, el teatro tenía un alcance regional. Hoy, recibimos a las más grandes voces”.
El tribunal de Nápoles anuló la revocación de Lissner. Pero para los museos, no hubo necesidad de decreto: los directores extranjeros nombrados en 2016 estaban llegando al término de su segundo mandato. El ex consejero del ministro de Cultura bajo el gobierno Silvio Berlusconi, Angel Crespi, ha reemplazado al inglés James Bradburne, quien había revolucionado la escenografía de la pinacoteca Brera de Milan. Y, en Capodimonte, en las alturas de Nápoles, el francés Sylvain Bellenger ha (…)
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