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De la imitación al fiasco

Crisis de la democracia

Es indudable que vivimos una etapa crítica para la democracia en el mundo. Chile y América Latina son ejemplos evidentes de la distancia que los pueblos están tomando respecto de las instituciones democráticas, dejando de manifiesto una pérdida de confianza en los políticos y en las estructuras del Estado, a la par con expresar frases, ideas y argumentos en favor de la “seguridad y la estabilidad”, llegando incluso a reclamarse la intervención de las Fuerzas Armadas y, en el caso de Chile, justificaciones legales para los ya habituales abusos de la violencia por parte de policías.

Los ciudadanos se sienten lejanos al quehacer político, básicamente porque las democracias que hemos construido –particularmente en Chile– son cupulares y ajenas a la idiosincrasia de los habitantes de este territorio. Pero esto que pasa acá, sucede también en Europa, donde en las últimas elecciones comunitarias se dan dos señales en el mismo sentido: vota sólo el 50% del padrón y en ese porcentaje, quienes obtienen mayorías son los grupos más derechistas que han expresado ideas o conceptos de admiración por antiguos gobiernos autoritarios de Europa.

Esto revela la necesidad de mirar con agudeza los errores para intentar corregirlos y generar así propuestas que hagan recuperar la relación del pueblo con sus gobernantes. El modelo democrático directo es algo imposible y por ello siempre se requiere que haya gobernantes y personas encargadas de hacer las leyes. Unos las hacen, otros cautelan su cumplimiento. Pero el desarrollo de la civilización ha ido exigiendo una creciente participación, postergando la predominante idea de los monarcas absolutos a los archivos de la historia para admitir la generación de autoridades por parte del pueblo. Entre medio se cruzan los dictadores que, aunque sin pretensiones monárquicas, generan una realidad muy parecida a los que se sentían elegidos por la divinidad para gobernar a los pueblos.

Podemos rescatar la tesis de Isidoro, obispo de Sevilla, cuando dijo que cuando falta el monarca, la divinidad buscará nuevos gobernantes a través del pueblo. Este es un fundamento de la democracia, que permitió a los pueblos de América buscar su autonomía ante la falencia de un Fernando VII arrebatado de su corona. Desde allí podemos afirmar que los pueblos jamás deben elegir monarcas o tiranos – ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias – sino siempre elegir autoridades que puedan ser controladas por vías institucionales y democráticas en su desempeño. Eso es lo que hemos llamado desde hace mucho tiempo una “democracia participativa”, en la que se articulan mecanismos de representatividad con otros de intervención directa de la ciudadanía.

No basta con elegir periódicamente autoridades. Eso se debe hacer, pero también deben existir mecanismos de control y de intervención popular en las decisiones que se toman. Ello tendrá siempre como contrapartida, si se quiere sostener una democracia sólida, el deber de los ciudadanos de contribuir de modos diferentes a la mantención del régimen democrático: por ejemplo, voto obligatorio, servicios sociales a la comunidad como alternativa al servicio militar, pago de tributos proporcionales y progresivos. Así entonces, funcionarán armónicamente derechos con deberes.

Chile: una democracia desvirtuada

Uno de los más agudos problemas de la democracia en el caso de Chile es la desafección manifestada desde hace muchos años por la ciudadanía hacia la política y los políticos.

Han contribuido a ese distanciamiento del pueblo muchos factores, entre los cuales destaco: 1) La mantención del régimen institucional creado por la dictadura; 2) el aislamiento de los políticos (auto asumidos como clase y así tratados por los medios de comunicación) y su incapacidad para proponer ideas y rescatar valores fundamentales de un sistema democrático; 3) el incumplimiento de las promesas proclamadas por quienes sucedieron a Pinochet en La Moneda; 4) las presiones de Estados Unidos por “exportar e imponer” su modelo; 5) la tendencia a imitar propuestas vigentes en otras sociedades; 6) La constante intervención de los medios de comunicación en el sentido de desacreditar a los políticos con verdades a medias y mentiras; 7) Las presiones del poder económico por mantener los esquemas estructurales y los valores morales que los sustentan.

Siguiendo la cronología definida en la Constitución de 1980 – a la que se sumaron muchos de los opositores al régimen – correspondía que en 1988 se definiera si seguiría gobernando un candidato designado por la Junta de Comandantes en Jefe o podría haber elecciones libres.

Mientras algunos políticos dábamos la lucha por terminar con la dictadura (“A las dictaduras no se las derrota, se las derroca”, decíamos entonces), después del fracasado atentado a Pinochet y a instancias de la presión de los Estados Unidos y de ciertos grupos de la Iglesia Católica, a muchos dirigentes de distintos grupos les acomodó la idea de aceptar el itinerario y adaptarse a las normas vigentes. En ese marco se inició la inscripción de partidos políticos, según una ley dictada por los militares. Algunos nos oponíamos, porque ello significaba renunciar a la rebeldía destinada a poner fin a una dictadura, que ya llevaba mucho tiempo y aceptar la prolongación de institucionalidad que, en gran parte, sigue vigente hoy 44 años después. Pero los partidos se inscribieron y se sumaron al diseño. Luego de cumplido el primer paso para obtener elecciones – la victoria de los opositores del 5 de octubre de 1988 – se concordó una serie de reformas constitucionales, algunas importantes, pero la mayoría simplemente cosméticas y se enfrentó la aplicación de las disposiciones permanentes del texto constitucional.

Un pacto silencioso, tácito, oculto al pueblo, marcaba la nota de la prudencia y la interpretación más restrictiva de la frase “en la medida de lo posible”. Y así se aplicó a la justicia en todos los planos, a las reformas superficiales al sistema económico, a los cambios institucionales, al poder militar, a las garantías de la libertad de prensa. Todo “en la medida de lo posible”, sin que las ganas fueran suficientes para hacer posible más cosas.

Si bien hubo adelantos y éxitos en algunos aspectos, en materia política, económica y social, hubo un acomodo global al sistema capitalista en la versión neoliberal aplicada en Chile. Esta y no otra era la idea de Friedmann, el ideólogo de Chicago: libertad económica con libertad política y un Estado reducido y restringido en su acción. Eso lo lograron, no los derechistas que habían gobernado, sino los opositores a la dictadura que gobernaron después. [1]

Comienza la imitación

Lo que vino luego fue la discusión acerca de la elaboración de un modelo de sistema político democrático que sustituyera el esquema del “guzmanismo” plasmado en la Constitución. Algunos propusieron un sistema parlamentario y otros uno semi presidencial, para mantener un Jefe de Estado y un Primer Ministro. Se pensaba que si eso daba resultado en otros países, acá tendría que dar también. Fueron las primeras aproximaciones a imitar lo que sucedía en otros lares.

En forma rápida fue desechado el parlamentarismo unicameral. Pero las discusiones con la mirada puesta en el extranjero seguían, luciendo Chile su modelo de presidencialismo de ejecutivo vigorizado, que hoy por hoy, solo existe en países gobernados por dictaduras. Afortunadamente, los presidentes elegidos en esta singular democracia “semi soberana” no han intentado aplicar todo su poder, sino que han respondido a cierto tono democrático que considera la posición del Congreso Nacional.

La presión política de Estados Unidos y cierto arribismo criollo, han llevado a los políticos a imitar los procedimientos de otros países, como si eso ayudara a que las cosas mejoren. En verdad, me asiste el convencimiento que el modelo de los Estados Unidos atrajo a muchos políticos, quienes miraron con interés ese modelo institucional completo. Se imitó el sistema económico, pero extremando los argumentos de la “libertad” y el desapego del Estado, llevando el modelo a sus extremos. Por otro lado fueron asumidos los “valores” del individualismo y el materialismo como metas que debería aceptar el pueblo chileno.

Los grandes bloques

Establecido en la Constitución el sistema (…)

Artículo completo: 3 983 palabras.

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Jaime Hales

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