Lamentablemente, el debate actual parece haber caído en un curioso reduccionismo que, esperemos, no sea oportunista. En efecto, no solo se reduce la idea misma de sistema político, sino que también sus problemas, a un debate sobre el guarismo de partidos que deberían o no tener representación en el Congreso Nacional y cómo fortalecer las directivas partidarias ante eventuales casos de transfuguismo. Este reduccionismo sorprende no solo por la injustificable desatención a la literatura especializada, sino que también porque esas modestísimas medidas resultan insuficientes para los objetivos que se proponen: reducir la fragmentación partidaria y fortalecer los partidos políticos.
Cambios sistemáticos
Los partidos políticos son indispensables para el funcionamiento de la democracia, pues son un instrumento insustituible para la operatividad social de la idea de representación. Sin embargo, operan en un sistema más amplio, socialmente situado y de forma interrelacionada a otros elementos. El enfoque sistémico no puede olvidarse en estas discusiones. Lo cual, por cierto, no obsta a medidas específicas avaladas por la evidencia, tales como revisar la expresión jurídica de las alianzas electorales y su expresión en cargos públicos, como también aquellas medidas tendientes a separar la connivencia de intereses económicos o elitistas con las cúpulas partidarias. En definitiva, se requiere fortalecer a los partidos políticos en tanto instituciones, y no a sus actuales expresiones alejadas de las exigencias ciudadanas.
Sin embargo, las reformas a la legislación sobre partidos políticos no agotan el debate sobre el sistema político. La crisis de la idea de representación no se agota ahí, tal como acertadamente fue identificado en los últimos procesos constitucionales. De hecho, tanto la propuesta constitucional de 2022, como el anteproyecto de la Comisión Experta del Proceso Constitucional 2023, acertaban en identificar la necesidad de cambios sistémicos desde un diagnóstico global del sistema político. Si la idea de representación -en su expresión institucional- está en crisis, lo que se requiere es adoptar reconfiguraciones institucionales capaces de responder a las causas y complejidad de aquella. En ese sentido, el gran desafío es crear mecanismos sociales para que la idea de representación resulte (o vuelva a resultar) creíble socialmente, tanto porque los órganos representativos se parecen “más” a la sociedad chilena actual, como porque su agenda se parece “más” a sus preocupaciones materiales cotidianas. (…)
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