Parece estar claro: Europa se estaría inclinando hacia la extrema derecha. Ésta ya reside en los gobiernos italiano, húngaro y croata, y pronto en el holandés. Forma parte de la coalición mayoritaria en Suecia, Finlandia, Eslovaquia y Letonia. En otros lugares, está avanzando, como en Portugal el pasado marzo. El semanario británico The Economist observa que “más del 20% de los encuestados en 15 de los 27 Estados miembro de la Unión Europea, incluidos todos los países grandes excepto España”, sienten simpatía por los partidos de la “derecha dura” (1). En otras columnas leeremos “populista”, “antiliberal”, “nativista”, “nacionalista”… Es de hecho difícil designarla, hablar de ella. Quizás porque a primera vista allí se encuentra un poco de todo.
Los españoles de Vox o los portugueses de Chega adhieren al neoliberalismo; Los Demócratas de Suecia o los Verdaderos Finlandeses lamentan el Estado de bienestar. De 2015 a 2023, Ley y Justicia (PiS) atentó contra las libertades de los polacos pero también aumentó las modestas pensiones; y, a su derecha, la Confederación de Libertad e Independencia se lo reprocha. Esta agrupación, representada en la Dieta desde 2019, apenas pretende ocultar el antisemitismo contra el que los líderes de Agrupación Nacional (RN) marcharon en París en noviembre. En marzo, en Roma, el presidente Volodymyr Zelensky agradeció su apoyo a la presidenta del Consejo, Giorgia Meloni. El Partido Nacional Eslovaco (SNS) y el Fidesz húngaro critican la ayuda militar a Ucrania. Como la Lega de Matteo Salvini. En Italia, Polonia o Francia, de hecho, el tamaño del espacio a la derecha de la derecha fomenta una oferta plural.
Odio feroz
A escala continental, el muestrario de marrones, negros y azules proviene más bien de la historia, de la geografía, de la posición del país en la división internacional del trabajo o incluso del lugar otorgado a la mujer o a la familia tradicional. Alternativa para Alemania (AfD) critica a las mujeres alemanas por abortar demasiado, a diferencia de RN, que se ha mostrado favorable a la interrupción voluntaria del embarazo (IVG). Pero en línea con Fratelli d’Italia. Meloni también se opone a la inscripción de los hijos de parejas del mismo sexo en el registro civil, mientras que Le Pen acabó aceptando el matrimonio para todos. En cuanto a Geert Wilders, nunca abandonó la causa gay.
Este compromiso del presidente del Partido por la Libertad holandés (PVV) se debe a su odio feroz hacia los musulmanes a los que considera intolerantes. Sin llegar a igualar esta fobia, otros líderes europeos del mismo movimiento rechazan el Islam y los inmigrantes. Más allá de sus diferencias o matices, ciertamente comparten una línea – defender el verdadero Occidente – y una estrategia –formar un nuevo bloque mayoritario con una derecha hacia la cual, a largo plazo, serían aspirados funcionarios, militantes y votantes. Porque el período más reciente se caracteriza por la radicalización de sectores enteros del centro, del liberalismo político, de la democracia cristiana o del conservadurismo. Y, en este sentido, debemos cuestionar las pruebas que comentaristas aterrorizados aseveran: ¿es realmente toda Europa la que está dando un vuelco? ¿No sería más bien la derecha europea la que se acerca a la extrema derecha o la que se radicaliza con vistas a aliarse con ella?
Examinar esta convergencia implica remontarse a principios de la década de 2010. En ese entonces las derechas radicales ya estaban de acuerdo en el rechazo a la inmigración, pero divergían en su relación con la integración europea. En circunstancias de crisis de las deudas soberanas, los nacionalistas del Sur cuestionaron la austeridad impuesta por Berlín y Bruselas, por ejemplo la Lega italiana o los griegos independientes que apoyaban a una izquierda radical en Atenas... de cuyo triunfo el Frente Nacional francés (FN) decía alegrarse. En Alemania, por el contrario, el AfD se lanzó contra los planes de salvaguardia de Grecia y a favor de abandonar el euro. Aún liderados por liberales moderados, los gobiernos polaco, eslovaco y checo apoyaban por su parte la disciplina presupuestaria impuesta a Atenas por Berlín, su principal socio comercial.
Nuevo campo de batalla
Todo cambió durante el año 2015. Pero en dos etapas. El 20 de agosto, a pesar de rechazar el chantaje de Bruselas expresado durante el referéndum del 5 de julio, el gobierno de Alexis Tsipras renunció a enfrentarse a la Comisión Europea (2). Los adversarios del proyecto federalista experimentaron su impotencia para enfrentarlo y, más aún, la dificultad para emanciparse de él. Los más derechistas, sin embargo, encontrarán rápidamente un nuevo campo de batalla. Gracias a Angela Merkel. El 31 de agosto, la canciller decidió abrir sus fronteras a (…)
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