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Cuando los sindicatos se organizaban contra los medios de comunicación

“Impedir que la gran prensa calumnie”

Debido a que escenifican la vida pública, los medios de comunicación se benefician de cierta indulgencia por parte de los partidos y sindicatos: toda crítica insistente al rol social de los periodistas expone a sus autores a la sospecha de socavar la democracia. No era así a principios del siglo XX: el historiador Dominique Pinsolle explica que en aquel entonces, la Confederación General del Trabajo (CGT) batallaba vigorosamente contra la prensa dominante en Francia.

En Francia, frente a los grandes diarios “populares” que florecen a principios del siglo XX, las organizaciones obreras tratan de ofrecer a los trabajadores información proveniente de sus filas y liberada del poder del dinero. Una prensa socialista dinámica ya existía en las décadas de 1830 y 1840, y las diversas corrientes de izquierda (republicanos, socialistas, y posteriormente anarquistas, etc.) disponen desde hace tiempo de sus propios órganos de propaganda y opinión. Pero el hecho de que la balanza se incline a favor de las grandes empresas que se presentan como las portavoces del pueblo obliga a la izquierda a tratar de ocupar el terreno de los diarios de gran difusión, sin los medios ni los métodos de sus adversarios.

Al enfrentarse a empresas que disponen de capitales gigantescos y dominan a la perfección el arte de seducir a las masas, la lucha es desigual. En la primera década del siglo XX, cuando la Confederación General del Trabajo (CGT) se dota de un semanario, La Voix du peuple, y después de una revista bimensual, La Vie Ouvrière, todos saben que fuera del círculo militante la cuota de mercado de los grandes periódicos capitalistas permanece intacta. En el campo socialista, el proyecto de impulsar un gran diario popular es mucho más ambicioso. Pero las tiradas diarias de L’Humanité, fundado por Jean Jaurès (1) en 1904, no rebasan los 70.000 ejemplares en 1912. En el otro campo, las tiradas de los “cuatro grandes” continúan siendo inalcanzables y aplastan toda competencia: Le Petit Parisien imprime 1,3 millones de ejemplares, Le Journal casi un millón, Le Petit Journal 850.000 y Le Matin cerca de 650.000 (2).

Mucha energía militante se emplea, sin demasiado éxito, en tratar de convencer a los obreros de que abandonen esas lecturas engañosas y recurran a la prensa proletaria. El 1 de mayo de 1907, el diario de la Federación Nacional de Trabajadores de la Alimentación, afiliada a la CGT, publica un artículo titulado “Abajo la prensa”, firmado por “un grupo de obreros sindicados de la restauración”:

“Obreros, empleados, pequeños funcionarios, no compréis más periódicos burgueses, radicales [afines al republicanismo ‘radical’] o de otro tipo; ¡no sigáis dando de comer a los periodistas, un hatajo de ignorantes y cuentistas! Son nuestros peores enemigos. Ridiculizan nuestras más justas reivindicaciones. (…)

¡Después de treinta y siete años de régimen republicano, los periodistas siguen del lado de los explotadores, contra los explotados! ¡Terminarán consiguiendo que le cojamos asco a la República! Nosotros, partidarios de la ‘libertad de prensa’, obreros confiados e ingenuos, teníamos la esperanza de que los periodistas republicanos serían los paladines de la justicia y la verdad, los defensores de los humildes y los débiles.

Nos han defraudado.

En la prensa burguesa solo hay mentirosos y arribistas siempre dispuestos a adular a los poderosos y a burlarse del pueblo. Disfrutan falseando la opinión pública; les gusta tomarle el pelo al lector, abusar de su credulidad.

Mediante artimañas y mentiras, se han convertido en los dueños de la situación; ya son el primer poder del Estado. Gobiernan más que el Gobierno. Se puede contar con la prensa burguesa. La encontramos en todos los asuntos turbios. (…) Obreros de todos los partidos, despreciemos la cuadrilla de los periodistas burgueses. Comprometámonos a no leer una sola página más de su prensa, tan estúpida como inmoral.

No perderemos nada dejando de ver cada mañana la prosa de un montón de gente sin convicciones, que gritaría tan fácilmente ‘Viva el papa’ como ‘Viva la República’. Dejemos de tomar en serio a todos esos ‘fracasados’ que hablan de todo sin haber aprendido nada; que escriben artículos de tres columnas sobre temas que ignoran por completo. (…) Obreros, empleados, pequeños funcionarios, no gastéis vuestro dinero en sucios periódicos burgueses. Meteos en la cabeza que el dinero que anualmente ingresáis en las arcas de la prensa burguesa representan millones y millones de francos perdidos para el proletariado en beneficio de la clase enemiga.

Absteneos. No compréis ninguno de sus periódicos y gritad: ‘¡Abajo la prensa!’” (3).

Entre el pueblo y los líderes

La virulencia del discurso está a la altura de las tensiones sociales que caracterizan el periodo. La CGT, que encarna un sindicalismo revolucionario independiente de cualquier partido político, ha experimentado una fuerte progresión desde su creación –cuenta con algo más de 200.000 miembros en 1906– (4). Su capacidad de movilización impresiona e inquieta, como demuestran los temblores de la (…)

Artículo completo: 2 310 palabras.

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Dominique Pinsolle

Profesor de Historia Contemporánea. Director, con Nicolas Patin, de la obra colectiva Déstabiliser l’État en s’attaquant aux flux. Des révoltes antifiscales au sabotage, XVII-XIX siècles, Arbre bleu Éditions, Nancy, 2020.

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