Emilio Durkheim, sociólogo francés y uno de los fundadores de la sociología, dentro de su obra “La división del trabajo social” de 1893, introduce la idea de solidaridad mecánica para describir el tipo de cohesión social que prevalece en las sociedades preindustriales o tradicionales y para presentar su concento de solidaridad orgánica.
Con la urgencia de explicar el caos que el pensamiento social de su época diagnosticaba en las sociedades europeas Durkheim se esmeró en demostrar la forma en que la solidaridad orgánica surge en sociedades donde hay una alta división del trabajo. Dicho de otra manera, en el contexto de las sociedades industriales, las personas realizan roles y funciones muy diferentes y especializados, lo que crea una interdependencia entre los miembros de la sociedad que asegura la cohesión de la sociedad. Es en base a este mismo relato que surge la noción de anomia, para explicar las acciones de aquellos miembros de una comunidad que presentan una baja solidaridad orgánica y cuyo aislamiento funcional al sistema industrial debilita la cohesión social y genera caos.
En términos de contexto, es importante considerar que Durkheim coincide con los problemas que está manifestando el liberalismo decimonónico, tensionado por las desigualdades sociales, las expresiones anarquistas y la emergencia del marxismo. Es decir, un ciclo de cambios paradigmáticos que para el historiador británico Eric Hobsbawm, solo finaliza con la revolución bolchevique y la emergencia del Estado de Bienestar.
Ahora bien, pese a las pugnas entre enfoques teóricos y políticos, todo el sistema educativo de las sociedades industriales del siglo XX, abordaron la escolarización con la tarea de mantener y asegurar la cohesión social. Es bajo esta concepción que los diseñadores y tomadores decisiones de políticas públicas, han señalado que la educación no solo enseña conocimientos teóricos, sino que también desarrolla habilidades sociales como el trabajo en equipo, la resolución de conflictos y la empatía. En la medida que estas competencias son esenciales para que las personas puedan vivir juntas de manera pacífica y productiva.
En consecuencia, las instituciones educativas del siglo XX promueven una escolarización que incentive la participación activa de los ciudadanos en la vida pública y cívica. Es por esta razón que en todos los currículos escolares se incluye la enseñanza sobre derechos, deberes y el funcionamiento de las instituciones democráticas. Es así como, la educación debe fomentar la participación cívica, que bajo la óptica de la sociología de la época “industrial”, es crucial para mantener una sociedad cohesionada.
Transcurridos cien años desde la publicación de “La división del trabajo social”, en el año 1993 la UNESCO crea la Comisión (…)
Texto completo en la edición impresa del mes de septiembre 2024
en venta en quioscos y en versión digital
E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl
Adquiera los periódicos y libros digitales en:
www.editorialauncreemos.cl