Margaret Thatcher, ex primera ministra conservadora de Gran Bretaña, resumió el extremo de las posturas ideológicas de derecha al señalar que “La sociedad no existe. Sólo existen hombres y mujeres individuales”.
Esta visión se contradice directamente con la tradición filosófica aristotélica, que subraya que el ser humano es un ser social por naturaleza, incapaz de sobrevivir separado de la sociedad.
En contraste, la izquierda política apunta a la sociedad y a la solidaridad entre sus miembros. Busca la igualdad social, la justicia económica y la protección de los derechos humanos. Aboga por una sociedad más equitativa, donde los recursos y oportunidades estén distribuidos de manera más justa. Esto implica también promover los principios de una economía inclusiva y sostenible.
Más en detalle, la izquierda propone reducir las desigualdades económicas y sociales de modo que todos tengan acceso a las mismas oportunidades en la vida, independientemente de su origen socioeconómico. Para ello, se entiende que el gobierno debe ser participativo e incuestionablemente democrático, con instituciones fortalecidas que toman decisiones de manera inclusiva y transparente, para garantizar el bienestar colectivo, protegiendo a los más vulnerables y reduciendo disparidades.
El tema ambiental tampoco es ajeno a una ideología de izquierda. Por el contrario, tiene un compromiso con una economía sostenible, con transición hacia energías renovables y protegiendo el medio ambiente para las futuras generaciones.
Asimismo, la izquierda protege los derechos de mujeres y minorías, desmantelando barreras de discriminación, y promoviendo políticas públicas que empoderen a los grupos marginados en la toma de decisiones.
Finalmente, ser de izquierda supone tener una perspectiva internacionalista, incluyendo el rechazo a toda forma de imperialismo, colonización, y militarismo. Conlleva igualmente un apoyo a los movimientos de liberación y las luchas por los derechos humanos a nivel global.
Así, por ejemplo, el dogmático anquilosamiento conservador llevó al modelo soviético a su rotundo e inevitable fracaso; por su parte, la presión neoliberal condujo gradualmente a la socialdemocracia europea a olvidar las políticas de bienestar social; y, el mareo mesiánico del poder sepultó las promesas de gobiernos originalmente progresistas como los del Socialismo del Siglo XXI. (…)
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