Con la mirada puesta en el futuro, el emir Ismaïl Samani domina la plaza central de Dusambé, capital de Tayikistán. Fieles a su trabajo, incluso ese día de mal tiempo, los fotógrafos de calle le proponen a algunos curiosos que posen a los pies de dos leones erigidos a los lados de la estatua monumental. A expensas de algunas contorsiones, logran encuadrar el arco dorado alrededor del gigante y la brillante corona que ensalza la estructura. Después del derrumbe de la Unión Soviética y de la guerra civil mortífera que le siguió (1992 1996) –que dejó un saldo de entre 100.000 y 150.000 muertos, y un millón de desplazados sobre una población los 6 millones de habitantes que había en esa época–, las autoridades lo eligieron como figura de unión de un país dividido. Ese soberano, proveniente de la dinastía persa de los samaníes, gobernó a finales del siglo X un vasto imperio –hoy asimilado al “primer Estado tayiko”– que incluía Afganistán y gran parte de los territorios actuales de Tayikistán, Uzbekistán, Kirguistán y Turkmenistán, hasta las fronteras de Pakistán e Irán. La cara del emir aparece en los billetes de 100 somonis, la moneda local que también lleva su nombre.
Tayikistán, el país más pobre de las cinco ex repúblicas soviéticas de Asia Central y el único en donde se habla persa, encontró en la cultura iraní aquello que le permite afirmar su identidad, especialmente frente al vecino uzbeko. Tras una independencia concedida sin el apoyo de las élites locales ni de un poderoso movimiento popular, el desafío consiste en forjar la idea de una nación tayika en un país marcado por fuertes disparidades etno-regionales (véase el recuadro, pág. XX). Desde hace unos treinta años, Dusambé –la capital, en donde viven un millón de habitantes– ha sido testigo de cómo sus calles principales son rebautizadas con nombres de grandes escritores persanófonos. Algunos de ellos vienen moldeando la tayikidad desde la época soviética, especialmente Sadriddin Aini (1878-1954), quien también fue el lexicógrafo que afinó la lengua escrita moderna. Otros tuvieron que esperar hasta la independencia para encontrar su lugar en el relato nacional, como fue el caso del poeta medieval Roudaki (859- 941), considerado el fundador de la literatura persa clásica. Su efigie, que preside el parque central que lleva su nombre, se encuentra en el centro de un arco de mosaicos, fuentes y altavoces que difunden himnos nacionales y recitaciones pomposas de poemas.
El presidente Emomali Rahmon, en ejercicio desde 1992, no duda en recurrir a referencias de un pasado aún más lejano: uno de los mitos más retomados en el discurso oficial es el que presenta a los tayikos como descendientes de los “arios”. Este mito también es el que más interpela a los occidentales. Para ellos, el término evoca, inevitablemente, a ese pueblo “puro” original inventado por los nazis para justificar la superioridad de la “raza” blanca europea y su pretensión de dominar, o destruir, a los otros pueblos. Su ideología repetía las teorías racialistas que prosperaron en Europa desde mediados del siglo XIX a partir de trabajos iniciales (y legítimos) sobre el origen y la génesis de las lenguas indoeuropeas. “Se pasó rápidamente de la idea de una lengua indoeuropea a la de una lengua ancestral que habrían hablado en tiempos antiguos los ‘indoeuropeos’, para luego erigir a estos últimos en una ‘raza’ manifiestamente conquistadora y, como consecuencia, ‘superior’”, recuerda Jean Sellier (1). Este razonamiento condujo, por ejemplo, al francés Arthur de Gobineau (1816-1882) a calificar a la “raza” blanca de aria, adjetivo que deriva de la palabra arya, que en sánscrito –que en ese momento era considerada la forma más cercana a la lengua madre indoeuropea– significa “noble”.
En Tayikistán, el poder se cuida de ser relacionado con esa nefasta línea de pensamiento. Estima que la existencia del pueblo ario es real y considera que su tergiversación por parte de la ideología nazi no debería privar al pueblo tayiko, una de sus ramas más antiguas, de reivindicar su filiación. Sobre estas bases, en 2005, el gobierno decidió promover la esvástica como símbolo nacional. Esto generó conmoción en las embajadas europeas y norteamericana, que reconocieron una cruz gamada en el símbolo. También se movilizaron asociaciones locales de veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Al final, si bien el gobierno decidió renunciar a su idea, no lo hizo sin denunciar dichas presiones y, actualmente, sigue esforzándose por devolver al arianismo su prestigio (2).
La referencia se encuentra en todos los aspectos de la identidad oficial. Un paseo por la ciudad permite descubrir hoteles, un banco, una fundación, por nombrar solo algunos lugares, que llevan el nombre Oriyo, que significa “ario” en tayiko, o Ariana, el nombre griego de su territorio. El propio presidente Emomali Rahmon promueve, desde hace años, la idea de que los tayikos son descendientes directos y legítimos de las tribus arias. Incluso llega a afirmar que “la palabra ‘tayiko’ es sinónimo de la palabra ‘ario’, que significa generoso y noble” (3), asimilación que se encontrará con frecuencia en manuales de historia y en los museos del país. En los más de treinta años que lleva en el poder, el líder de la nación tuvo tiempo de escribir –o, mejor dicho, de firmar– unas veinte obras. Su mayor éxito fue el libro Les Tadjiks dans le miroir de l’Histoire [Los tayikos en el espejo de la historia], cuyo primer tomo se publicó en 1999 bajo el título Des Aryens aux Samanides [De los arios a los samaníes], y que es pertinente presentar como una brillante síntesis de trabajos científicos –que además fue traducido a varios idiomas (al francés por Big Media Group, en 2014)–. Algunas universidades del país incluso organizaron concursos de recitación de sus mejores páginas.
Aunque el arianismo tayiko no provenga de la ideología nazi, tiene conexiones con las ideas racialistas de los siglos XIX y XX, en particular con la versión rusa (4). En el Imperio zarista, el mito ario habilitaba al poder a presentar la conquista rusa de Asia Central como la reunión de la vasta civilización europea y de la cuna de sus orígenes arios. Entonces, Rusia tenía que ejercer el rol de enlace, pasando por encima y sometiendo a los pueblos túrquicos de Asia Central. Estas representaciones están presentes en la visión de las autoridades tayikas actuales que renuevan el estereotipo, de origen europeo, al oponer esos pueblos túrquicos (nómades, bárbaros) a los pueblos persas (urbanos, civilizados). El arianismo permite a los tayikos presentarse como la “raza” autóctona noble y “pura”, esa que existía antes de las invasiones “bárbaras”. Rakhim Masov, el antiguo director del sumamente oficial Instituto de Historia de Dusambé, puede entonces escribir que los uzbekos no serían “en absoluto semejantes [a los tayikos] en términos de apariencia física y de origen racial… Los arios eran rubios, grandes y de ojos azules, mientras que los turcos tienen caras largas, ojos chicos, narices aplastadas, barbas pequeñas y una apariencia física mongoloide” (5). La “carta” aria tiene como objetivo establecer un lazo privilegiado con Rusia o Europa, al (…)
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