En Tel Aviv o en Jerusalén occidental, las galerías de los cafés siguen colmadas como siempre. La gente saborea un expreso con una medialuna de almendras. Por la noche, se cena una pasta sciutta. ¿La guerra? Ah, sí, la guerra… Se habla de eso, por supuesto. Se vuelve una y otra vez al shock de ese maldito 7 de octubre de 2023, a esa estupefacción frente a un ejército tan poderoso que de pronto era impotente. Pero rápidamente se retoman otras preocupaciones. ¿Por qué hablar de guerra? Gaza está tan lejos (a 70 km de Tel Aviv…) y la guerra es tan deprimente. “Lo que más me alucina es la velocidad de adaptación de nuestra sociedad. En los cafés, nada cambió” dice el cineasta Erez Pery, que fue director del Departamento de Cine de la Universidad de Sderot, a dos pasos del lugar. Sin embargo, “muchas personas oscilaron entre un estado de frustración profunda o de furia enloquecida. La exasperación colectiva está en su cenit”. Nathan Thrall, que recibió recientemente el premio Pulitzer (1), lo sintetiza así: “¿Los cafés están repletos? Sí. Es fácil ‘invisibilizar’ a los palestinos mientras se vive confortablemente. Pero, al mismo tiempo, se ve una depresión general dentro de la población israelí”.
Un callejón sin salida
¿Qué está pasando? No entre los palestinos –eso, como sabemos, es aterrador–, sino entre quienes los aplastan. Los debates en los canales de noticias dan la impresión de una gigantesca confusión y de una población que se mira el ombligo. Gritos y ataques son moneda corriente en los estudios televisivos. ¿Qué se espera del día de mañana? No se sabe bien, pero hay muchas ganas de que los palestinos desaparezcan del campo visual. David Shulman, profesor de renombre mundial en el área del sánscrito, dice las cosas con sencillez: “La opinión pública tiene la sensación de estar frente a un callejón sin salida. Y eso refleja una realidad: Israel está en un callejón sin salida. –Y agrega–: Hannah Arendt lo había previsto todo”. Hace referencia a la evolución del sionismo y del Estado de Israel hacia su peor forma, lo que la filósofa temía desde 1948.
Los israelíes navegan entre el deseo de venganza, que llevó a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) a investigar un genocidio en Gaza, y una actitud, muy mayoritaria, que la genetista israelí Eva Jablonka define como “ignorancia voluntaria, una espantosa ceguera respecto de lo que hacemos a los palestinos”. Agrega: “sí, hay un lavado de cerebro organizado por los dirigentes políticos, pero es bien recibido”. Estos dirigentes machacan un discurso que niega, o en la mayor parte de los casos oculta, los crímenes que se cometen en Gaza. Este discurso es ampliamente aceptado porque corresponde a la imagen con la quieren investirse los israelíes: ellos son las víctimas, las únicas víctimas, y no pueden ser otra cosa. Sin embargo, para Adam Raz, un joven historiador que creó Akevot (“Huellas”, en hebreo), una asociación que se dedica a la puesta al día del pasado israelí, esta negación de lo real también es portadora de angustia. Después del 7 de octubre de 2023, “pregonando el uso exclusivo de la fuerza, Netanyahu nos convirtió en criminales, yo incluido. Vamos a vivir décadas con las matanzas de las decenas de miles de palestinos que cometimos en nuestras espaldas”.
Pocos comparten esta conclusión. La gran mayoría de los israelíes cae en el pesimismo, pero por motivos muy diferentes. Se ponen furiosos ante el fracaso más espectacular que haya conocido Israel. “La sociedad está en estado de shock, –explica Avraham Burg, ex presidente laborista de la Kneset de 1999 a 2003–. La cuestión palestina, que en Israel se anunciaba como resuelta, volvió a surgir con violencia. Se pensaba que, con un Estado propio, estaríamos protegidos. Todo se derrumbó. Para los judíos, Israel ahora es el Estado más peligroso. Finalmente, sin los estadounidenses no habríamos podido llevar adelante esta guerra”.
En junio de 1967, el ejército israelí triunfaba en seis días sobre una coalición de tres ejércitos árabes. En ocho meses, movilizó a Gaza a más de 200.000 hombres sin llegar a “erradicar” una milicia de 30.000 combatientes dotada de medios muy inferiores… Después del 7 de octubre, se trató de “reestablecer el honor nacional de Israel, basado en su potencia militar”, según el sociólogo Yagil Levy, especialista del ejército israelí. De ahí que la humillación sea todavía más fuerte hoy en día, según él: “sin objetivos realistas ni visión del mañana”, Israel se hunde en “una guerra imposible de ganar”.
Una cachetada
El antropólogo Yoram Bilu sintetiza las tres principales consecuencias del 7 de octubre: “Primero: la seguridad que ofrecía nuestro ejército sufrió un golpe del que le llevará tiempo recuperarse. Segundo: despertó miedos muy profundos. Y tercero: la derechización de la sociedad se acentuó todavía más”. Sin embargo, según una encuesta realizada en junio por el canal de televisión 12, solo el 28% de los israelíes creía que el objetivo del gobierno –“erradicar a Hamas”– fuera todavía “alcanzable”. La sensación de que Netanyahu “nos va a estrellar contra una pared” no deja de crecer. Cuando Daniel Hagari, vocero del ejército, afirmó, después del 7 de octubre, que “Hamas es una ideología y [que] una ideología no se elimina”, fue una cachetada para “Bibi” (diminutivo de Benjamin) Netanyahu. Muchos israelíes que creían en sus dirigentes se preguntaron: “¿y todo para lograr esto?”.
Mientras tanto, Yehouda Shaul, uno de los fundadores de Breaking the Silence (“Rompiendo el silencio”), la organización no gubernamental que reúne desde hace veinte años a soldados que revelaron los crímenes de guerra cometidos por su ejército, quiere creer que el fracaso “puede tener efectos positivos a largo plazo. Si ‘Bibi’ es el primer responsable de nuestra situación, y muchos piensan que lo es, entonces Hamas no es la única causa de nuestras desgracias. Podemos empezar a pensar de otra manera”. Sin embargo, para muchos israelíes su gobierno “no tuvo otra opción” más que proseguir la guerra.
Brutalización generalizada
En este contexto, en caso de elecciones, las encuestas recientes dan a la coalición centrista de la oposición una corta ventaja sobre la coalición de derecha y extrema derecha que gobierna el país. La extrema derecha colonial y religiosa no progresa demasiado, pero los analistas políticos coinciden en señalar que está imponiendo su agenda. Bajo la presión de sus ministros Itamar Ben Gvir (de Seguridad) y Betzalel Smotrich (Finanzas), el gobierno aprovecha la guerra para intentar establecer un régimen autoritario. En julio, la periodista Orly Noy elaboró un inventario de las medidas adoptadas en el Parlamento en los últimos ocho meses, los proyectos de ley que se debaten y las decisiones que se esperan. He aquí un breve muestrario (2):
– Aprobada, la ley sobre la certificación de las Fuerzas Armadas y el Shin Beit [servicio de inteligencia y seguridad general interior] “permite entrar en las computadoras privadas y (...) borrar, modificar y alterar documentos” sin conocimiento del propietario y sin autorización de la justicia.
– El proyecto de ley “sobre los me gusta” penaliza el simple hecho de avalar un mensaje que “incite al terrorismo”. Traducción: un mensaje que apoye los derechos de los palestinos.
– Por último, Noy observa el cierre de las oficinas israelíes del canal Al Jazeera, el único que ofrecía una mirada informada desde el (…)
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