A finales de 2017, durante un vuelo de la compañía británica Virgin Atlantic, el nombre de una entrada que aparecía en el menú de la nueva carta de comidas servidas a bordo despertó la polémica. Según una breve descripción, la entrada, llamada “Ensalada de cuscús palestino” –en referencia al maftoul, un cuscús tradicional de Medio Oriente muy popular en la región–, estaba “inspirada en los sabores de Palestina”. Sin embargo, un pasajero descontento publicó una foto de la página del menú donde figuraba el plato en las redes sociales y acusó a la aerolínea y a su personal de ser “simpatizantes de terroristas”. La imagen, que fue difundida por organizaciones pro israelíes, se propagó por internet y provocó el enojo de numerosos internautas. Algunos incluso afirmaron que en realidad se trataba de una ensalada “judía” o “israelí”. Ante las presiones, la compañía se disculpó a través de un comunicado oficial por “haber ofendido a [sus] clientes” y luego eliminó las palabras “palestino” y “Palestina” del nombre y de la descripción de la entrada.
Por su parte, la compañía emiratí Flydubai, que abrió un vuelo entre los Emiratos Árabes Unidos e Israel tras el acuerdo de normalización firmado por ambos países en 2020, tomó la precaución de no cometer la misma ofensa. La pequeña “guía de turismo en Israel”, disponible en el sitio web de la aerolínea, elogia especialmente “las delicias y el sabor auténtico” del hummus (puré de garbanzos), del falafel (albóndigas de garbanzos y porotos) o del msabaha (una variante del hummus) que, según esta guía, son platos característicos de la gastronomía israelí, cuando en realidad son típicos de la región palestina y del Levante mediterráneo. Sin embargo, a diferencia de lo que hizo Virgin Atlantic, Flydubai ignoró las críticas que les hicieron los palestinos y otros ciudadanos árabes.
Todo menos anecdóticos, estos dos ejemplos ilustran la batalla cultural e ideológica que los israelíes vienen librando contra los palestinos desde hace décadas para consolidar su dominio en el terreno de lo simbólico, que constituye uno de los aspectos más importantes del conflicto israelo-palestino, en paralelo con la dimensión territorial y colonial.
¿Tierra de nadie?
Esta batalla hegemónica por la legitimidad histórica en Tierra Santa fue promovida por los sionistas a expensas de los “autóctonos” de Palestina desde finales del siglo XIX y luego continuada por Israel tras su creación en mayo de 1948. Una de las ideas centrales del sionismo político, teorizada principalmente por Nathan Birnbaum (1864-1937) y Theodor Herzl (1860-1904) con el objetivo de construir un Estado judío, se basaba en el postulado de que todos los judíos modernos descendían de los hebreos. En ese sentido, tendrían un derecho de anterioridad sobre el suelo de Palestina (rebautizado como “tierra de Israel”), luego de que, a principios de nuestra era, los romanos expulsaran a los judíos de la Antigüedad en masa. Según este relato, la región se quedó sin sus habitantes emblemáticos, quienes habían estado presentes durante casi dos mil años y se dispersaron por los cuatro rincones del mundo. Más tarde, el territorio fue invadido por los árabes, esos “extranjeros” que lo descuidaron durante siglos y lo dejaron, básicamente, como un terreno baldío.
El mito del exilio forzado de un pueblo que compartía una misma religión, cultura y origen, y que formaba una nación única a pesar de su dispersión, servía en esa época para justificar el proyecto colonial sionista que llamaba a los judíos a regresar a su “hogar natal”. Los líderes del movimiento sionista, como David Ben Gournion (1886-1973), sostenían que su Estado debía ser creado en Palestina en nombre de la exclusividad, establecida en la Biblia, de la que gozaban los judíos sobre la “Tierra Prometida”. En cuanto a la población árabe palestina, tal como relata el historiador Shlomo Sand, consideraban que sólo representaba “una colección de subarrendatarios o de habitantes temporales que vivían en una tierra que no les pertenecía” –en consecuencia, una población que tenían derecho a reemplazar y expulsar–. Aunque las ficciones fundacionales construidas por el sionismo ya han sido deconstruidas por historiadores y arqueólogos, en su mayoría israelíes, siguen (…)
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