En esa mañana de enero de 2002, el viento del desierto de Néguev, al sur de Israel, se levantó, acompañando al pequeño centenar de beduinos reunidos para manifestar su indignación. Desde hace decenios, esta minoría, una de las más marginadas del país, denuncia el acaparamiento violento de sus tierras ancestrales por parte del Estado israelí. En el origen de este levantamiento había un proyecto –hoy abortado– de plantación de árboles dirigido por el Fondo Nacional Judío (FNJ), organismo privado que administra la mayor parte de los bosques de Israel. “Ellos llegaron una mañana a la aldea de Sa’wa y comenzaron a plantar árboles en medio de las viviendas para instalar un bosque. Es absurdo”, recuerda Khalil Al-Amour, abogado y militante por los derechos de los pueblos beduinos de Néguev. Itamar Ben Gvir, el ministro de extrema derecha de seguridad nacional, había ido al lugar personalmente para apoyar la iniciativa y plantar árboles alrededor del pueblo.
“Este proyecto de forestación es un cáncer que ellos quieren inocular en nuestros cuerpos”, gritaba Attia Al Asam, presidente del Consejo Regional de los Pueblos Árabes no reconocidos de Néguev (RCUV). Violentamente reprimidos por la policía israelí, estas manifestaciones se inscriben en la tradición de una larga lucha contra la política de desalojo de los pueblos beduinos palestinos y de acaparamiento de sus tierras que el Estado israelí justifica con el nombre de “lucha contra la desertificación”. “Cada vez que una familia beduina es expulsada de sus tierras, ellos vienen a plantar árboles al día siguiente”, explica Al-Amour.
A algunos kilómetros de Sa’wa, la aldea beduina “no reconocida” por Israel, Umm Al-Hiran, es amenazada también con ser desmantelada desde 2003, fecha en la que el Consejo Nacional de Planificación y Construcción israelí aprobó la creación de una colonia judía en ese mismo lugar. Cerca de esta localidad de apenas 700 habitantes se extienden las colinas de Yatir (1), el mayor bosque plantado por Israel, que lleva el nombre de “una ciudad levítica donde las ruinas están aún presentes”, explica una noticia del FNJ. Con sus primeros árboles plantados en 1964, el bosque se extendió gracias a donaciones provenientes de Francia, Bélgica, Alemania, Italia y América del Sur. Coníferas hasta donde alcanza la vista, familias yendo de picnic, circuitos para los amantes del senderismo. Un aire europeo a las puertas de las extensiones semidesérticas de Néguev. La expansión del pinar augura la suerte destinada a los pueblos beduinos que lo rodean. Desde hace muchos años, el bosque de Yatir alberga a una comunidad de judíos ortodoxos que esperan impacientemente el desalojo del pueblo beduino vecino para implantar la colonia de Hiran, con el fin de continuar con la “judaización de Néguev”. Esas familias viven actualmente en caravanas patrocinadas por la rama estadounidense del FNJ. “Se dice que el FNJ no hace más que plantar árboles y trabajar para hacer ‘florecer el desierto’. Es falso. Ellos son un pilar de la política demográfica y de la colonización de Israel”, afirma Al Amour.
Un instrumento de colonización
La cuestión de los árboles raramente está asociada al conflicto israelí-palestino. “Sin embargo, el Fondo Nacional Judío es probablemente la organización sionista más importante de todos los tiempos”, agrega Irus Braverman, etnóloga y profesora de derecho y de geografía de la Universidad de Buffalo (Nueva York) (2). “Los primeros pioneros judíos que llegaron a la tierra de Israel hacia el fin del siglo XIX encontraron un paisaje desolador que no ofrecía ninguna sombra”, agrega el FNJ en su sitio de internet. Creada en 1901, esta organización sin fines de lucro se enorgullece de haber plantado cerca de 250 millones de árboles desde sus comienzos. Hoy es la principal estructura de desarrollo del territorio de Israel y la primera administradora de los bosques del país. Desde sus primeros días, el objetivo era el de adquirir parcelas de tierra “con el objeto de instalar a los judíos”, invocando la cita del Levítico (tercer libro de la Torah, 25:23, ndlr): “Las tierras no se venderán jamás. Porque la tierra es mía”.
En el momento de la creación del Estado de Israel en 1948 y tras el desalojo de los pueblos palestinos durante la Nakba [catástrofe en árabe], el FNJ ya detentaba 100.000 hectáreas de tierra. El joven Estado hebreo se quedó con tierras “abandonadas” y confió su gestión al FNJ, en colaboración con la Israeli Land Authority (Autoridad Territorial Israelí). “Uno de los primeros proyectos nacionales, desde 1948, es la forestación. Fue (…)
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