Durante la pandemia asistimos al espectáculo que mostraron quienes se oponían a las medidas de protección tomadas por los gobiernos (cuarentenas, uso de mascarillas e inmunización mediante vacunas), acusando estas decisiones de un autoritarismo estatal que era propio de los regímenes comunistas. Estas derechas extremas se autodenominan comúnmente nacional-libertarias y están organizadas por la defensa de la propiedad privada, la superioridad racial, la familia tradicional, el libre mercado y la libertad individual, reconocidas condiciones civilizatorias de un Occidente que estaría en peligro ante la inminencia de agendas internacionales supeditadas al imperio económico impuesto por China, al globalismo y al marxismo cultural (agenda de género, calentamiento global). El sentido común graciosamente ha catalogado estas prédicas llamándolas “conspiranóicas”, sin embargo, provienen de sectores políticos y económicos bastante consolidados que a lo largo del tiempo cultivaron una suerte de negacionismo patriótico de mercado que ha crecido de manera alarmante y que ha alcanzado por vía electoral la presidencia en varios países a través de personajes (1) como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele y Javier Milei (2). Será difícil olvidar algunas escenas de la maníaca gala lombrosiana que durante la pandemia hicieron. Los consejos pseudocientíficos de Trump que aumentaron el consumo compulsivo y endémico de la ciudadanía estadounidense, esta vez, mediante la compra de desinfectantes que incrementaron los grados de ingesta tóxica tan comunes en las sociedades de consumo o el negacionismo del Rey de Florida, Ron DeSantis, que acusó “el teatro del covid” y “la politización de la ciencia”, entre tantos otros recuerdos memorables.
La conciencia que tenemos
A finales del siglo XIX en el mundo anglosajón la comprensión sobre de la libertad ya era bastante retorcida, estaba sostenida sobre la idea de un libre albedrío que exclusivamente podía ser concedido por dios (3). En este sentido, cuando se habla de libertad en estos suelos conceptuales, se está pensando de forma spenceriana, en un darwinismo sin contexto que se impone en el campo económico y social. Allí se está hablando realmente de competencia individual, del sálvese quien pueda, no en la democracia ni menos en la emancipación. La afabilidad del liberalismo siempre ha sido un privilegio exclusivo de las élites, aunque sin duda ha tenido momentos más nobles en la historia.
La ultraderecha habla de la libertad del mercado, utiliza la palabra libertario apelando a la eliminación de todos los rasgos que puedan quedar en los Estados en torno a las políticas de bienestar, para terminar con los límite de la expansión capitalista. El conservadurismo extremo simulando ser revolucionario, robándose el lenguaje de una política insumisa, empresarios millonarios perversos que se dicen antiestablishment pero sus capitales sostienen el sistema político y económico. Esto es la apropiación semántica de una derecha que promueve un neoliberalismo depredador y la expansión de un (…)
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