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El “sentimiento antifrancés” de la juventud africana

Panafricanismo 2.0 en África Occidental

El nuevo panafricanismo ya no procede de las élites, sino de los jóvenes y los movimientos populares. Impulsados por la sed de soberanía, y unidos por un fuerte espíritu antifrancés, este grupo variopinto, a veces arraigado a un nacionalismo extremo y hasta autoritario, encuentra en Rusia un aliado estratégico.

Electo bajo la promesa de romper con lo previo, fue sin embargo con todos los atributos de la respetabilidad –traje y corbata azul, echarpe verde de la gran cruz de la Orden Nacional y collar de oro de la Orden Nacional de Lyon– que Bassirou Diomaye Faye prestó juramento ante un público de jefes de Estado y gobernadores africanos el último 2 de abril (1). El nuevo presidente senegalés, el más joven de la historia del país (44 años), ganador desde la primera vuelta con más del 54% de los votos, permaneció sereno detrás de su pupitre. Ni fanfarronada ni anatema: su discurso minimalista de unos diez minutos no se despegó en nada del de sus pares de África Occidental: “democracia”, “libertad”, “progreso”, “soberanía”, aunque no “ruptura” y todavía menos “revolución”. Tampoco habló de la juventud que lo llevó al poder luego de una serie de manifestaciones reprimidas con sangre por el régimen de Macky Sall (al menos 56 muertos desde 2021, según Amnistía Internacional). De todos modos, consintió en recordar que “los resultados que se desprenden de las urnas expresan un deseo profundo de cambio sistémico”.

Regreso a África

Sin embargo, una semana antes, el 25 de marzo, una vez asegurada su victoria, el candidato de los Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (PASTEF) había usado un término con gran carga simbólica respecto de esta necesidad de cambio. “Soy portador de un panafricanismo de izquierda”, había lanzado a sus partidarios. “El único panafricanismo que vale”, agregan sus asesores. “Para eso luchamos desde el comienzo”, asegura uno de ellos. “Luchamos por un Senegal libre, dentro de una África libre, dentro de un mundo libre”. El asesor quiere creer que la victoria de PASTEF es parte de una etapa fundamental dentro de la renovación de esa gran idea que muchos pensaban obsoleta, a fuerza de desvíos.

El panafricanismo es “un enigma histórico”, considera el historiador Amzat Boukari- Yabara, quien recuerda que “su fecha y lugar de nacimiento divergen en función de los criterios que se adopten para definirlo”, y que “su misma definición varía” (2). La más habitual lo describe como un movimiento de emancipación, de afirmación y de reapropiación política y cultural de la identidad de los pueblos africanos y afrodescendientes, contra los discursos colonizadores y racistas de los europeos. Georges Padmore, una de las figuras históricas de esta corriente, lo había definido en 1960 como una idea que apuntaba “a dar realidad a un gobierno de los africanos por parte de los africanos y para los africanos” (3).

Su primera vida –lo que el sociólogo Saïd Boumama llama su “primera edad” (4)– se desarrolló esencialmente en el continente americano durante la primera mitad del siglo XX: se trataba, para los descendientes de esclavos, de reapropiarse de su historia y su identidad a fin de emanciparse del “supremacismo” blanco. Emparentado entonces con el pan-negrismo, promovía la solidaridad racial y la revalorización cultural de África y los negros. Se estructuraba en torno de varios intelectuales que tomaban caminos diferentes. Dos de ellos dejaron una huella duradera: el académico estadounidense William Edward Burghardt Du Bois (llamado W.E.B. Du Bois) y el militante jamaiquino Marcus Garvey. El primero reivindicaba la igualdad de derechos dentro de Estados Unidos, al mismo tiempo que defendía la independencia de las colonias. Participó particularmente en la primera Conferencia panafricana en 1900 en Londres, después organizó cinco congresos panafricanos entre 1919 y 1945. El segundo promovía el retorno de los descendientes de esclavos al continente africano –lo que se denomina “sionismo negro”–. Sostenía la idea de “razas puras” y la necesidad de separarlas.

El riesgo de la división

Uno y otro permitieron al panafricanismo diferenciarse del pan-negrismo al transformar la conciencia racial en un proyecto político y geográfico que apuntaba a liberar a África del yugo colonial. Después de la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de liberación se apoderaron del panafricanismo para convertirlo en una herramienta de lucha contra los imperialismos. Fue la “segunda edad”. Emergieron por entonces nuevas figuras. La más conocida es Kwame Nkrumah, el dirigente político ghanés que creía posible la constitución de los “Estados Unidos de África”, una unión indispensable, a sus ojos, para resistir la influencia de las antiguas metrópolis y de las dos grandes potencias, la soviética y la estadounidense. Dentro de ese Panteón estaba también el psiquiatra y militante martiniqués Frantz Fanon, el historiador senegalés Cheikh Anta Diop e incluso el ex primer ministro del Congo, Patrice Lumumba. Todos advertían contra el riesgo de balcanización y el neocolonialismo. Aunque se cuidaron de no alinearse con el bloque comunista, se pusieron del lado del campo de los revolucionarios y desarrollaron un discurso anticapitalista. Nkrumah defendía especialmente la idea de un socialismo anclado en la tradición africana precolonial –lo que denominaba conciencismo– que apuntaba a “dar a África sus principios sociales humanistas e igualitarios”. Pero aquellos que intentaron pasar al acto fueron impiadosamente derrotados o eliminados con la ayuda de los occidentales: el asesinato de Lumumba en 1961, el golpe de Estado contra Nkrumah en 1966, etcétera. Es cierto que en 1963 fue fundada la Organización de la Unidad Africana (OUA, convertida en Unión Africana en 2002), pero se trataba de “una alianza entre dirigentes que buscaban defender su poder”, según Boukari-Yabara.

Un paréntesis

Hubo otros revolucionarios que encarnaron el ideal panafricano en el transcurso de las décadas siguientes: el tanzano Julius Nyerere, el bisauguineano Amílcar Cabral, el burkinés Thomas Sankara… Pero, con la caída del Muro de Berlín en 1989, se abrió un paréntesis durante el cual el panafricanismo se vació de su sustancia. En las décadas de 1990 y 2000, todo el mundo se reivindicaba panafricano: el libio Muammar Khadafi, que financiaba proyectos faraónicos en África Subsahariana mientras sostenía rebeliones armada en algunos países; el senegalés Abdulaye Wade, que hacía construir el Monumento al Renacimiento Africano en Dakar, al mismo tiempo que llevaba adelante una política ultraliberal… La instrumentalización alcanzó su paroxismo cuando el presidente francés Emmanuel Macron creyó sensato afirmar, al margen de la XVIII Cumbre de la Francofonía en Túnez en noviembre de 2022, que el francés era “la verdadera lengua universal del continente africano”, y que, en ese sentido, “la francofonía es la lengua del panafricanismo”.

Así, en el inicio del siglo XXI, el panafricanismo ya no asusta a nadie. Incluso las instituciones de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial se valen de él para hacer caer las barreras aduaneras e imponer el neoliberalismo. Así, la Unión Africana hace referencia, en su acta fundacional, a “los nobles ideales que guiaron a los padres fundadores de su organización continental y a generaciones de panafricanistas”, al mismo tiempo que lanza la Nueva Alianza para el Desarrollo de África (NEPAD), su programa más emblemático, que apunta a desarrollar y a unificar el continente a partir del modelo neoliberal promovido (y con frecuencia impuesto) por las instituciones financieras internacionales y los socios occidentales. El activista nigeriano Moussa Changari habló entonces de una suerte de “túnica africana del neoliberalismo”. En la NEPAD se sucedieron otros proyectos de la misma tónica: la Agenda 2063, o incluso el Área de Libre Comercio Continental Africana (ZLECAF). Este proyecto, promovido por el presidente ruandés Paul Kagamé, entró en vigor en 2021. Prevé la creación de un mercado único africano para mercancías y servicios que englobe a los 54 Estados del continente. Este “panafricanismo de derecha” se expresa también en los congresos panafricanos oficiales, muy alejados del gran acontecimiento de Londres de 1900. Después de tres ediciones, en 1974, 1994 y 2014, el próximo congreso tendría lugar en octubre próximo en Togo. Instrumentalizado por los jefes de Estado, este encuentro terminó por no despertar ya ningún entusiasmo de parte de los militantes.

Frente a esta aplanadora, algunos pocos partidos y asociaciones, artistas y algunos colectivos de investigadores e intelectuales (más numerosos pero dispersos) hacen todo lo posible por mantener la llama encendida. El investigador Aziz Salmone Fall es uno de ellos. Hijo de un diplomático senegalés y de una académica egipcia, fundó en 1984, junto con otros militantes, el Grupo de Investigación e Iniciativa para la Liberación de África (GRILA). Desde hace cuarenta años, predican un “panafricanismo de ruptura” en (…)

Artículo completo: 4 346 palabras.

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Rémi Carayol

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