Múltiples analistas, siguiendo la tradición de opinólogos liberales, han camuflado su condición de intelectuales neoliberales en la hipostasis de la importancia que tiene construir hegemonía. En la interpelación a Antonio Gramsci reducen la hegemonía a los siguientes conceptos: consenso y coerción. En esta operación teórica a priori se orientan los intelectuales que defienden los valores de la democracia. ¿Puede hoy la revuelta y la complejidad de un país modélico en la inscripción del más salvaje de los capitalismos reducirse a los conceptos de consenso y coerción? Ciertamente no. La revuelta se vivió como la experiencia acontecimental y heterogénea de una protesta social inédita e inconmensurable con aquellas que se dieron durante la dictadura de Pinochet.
Consenso y coerción
La explosión transversal de voces y la expresividad artística, cultural y política del malestar en el “oasis neoliberal” no podrían reducirse a la coerción del Estado y a la terrible vocación de los partidos políticos por el consenso. Toda la historicidad de la consigna “no son 30 pesos, sino 30 años” expresó el fracaso de la transición a la democracia y de los oscuros pactos que se realizaron en nombre del consenso. En la izquierda tradicional y gubernamental no ha habido política gramsciana, pero sí, uso y circulación, de que el Estado policial debe organizarse a través del consenso y la coerción para contener la potencia de movimientos que desestabilicen el orden de las oligarquías nacionales y transnacionales.
Esto explica que el espíritu del “octubre aquel” no tuvo referentes en los alicaídos partidos políticos de la izquierda de la coerción y el consenso. El espíritu de la revuelta, la esencia de su expresividad, no fue -como lo ha pensado Carlos Peña y también Nelly Richard- ni incendiaria, ni delincuencial. Aunque sin duda hubo incendios y saqueos, no sabemos con certeza si los actos vandálicos fueron o no orquestados desde la propia interioridad policial del Estado. Lo cierto es que la esencia de la revuelta fue su anti-militarismo, su desprecio a la guerra, su sensibilidad con la crisis del cambio climático, su solidaridad con las disidencias, su amor al pueblo mapuche y su indignación con las injusticias en todo el ámbito de las estructuras de la institucionalidad de Chile (salud, vivienda, educación, recreación, jubilación). La revuelta fue el acto legítimo de la desobediencia civil como límite a la (…)
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