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Contra años de clintonismo neoliberal

EEUU: la clase obrera en el centro

A lo largo de su presidencia, Joseph Biden llevó adelante una importante política laborista que fortaleció a los sindicatos y les devolvió derechos a los trabajadores. El discurso obrerista de Trump, por su parte, es una mera alegoría retórica, como lo confirman sus años de gestión y su confesada postura anti huelguista.

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Ruperto Cádiz, Personaje sobre columna (Acuarela), 2004

El lugar central que ocupa la figura del trabajador en los discursos políticos estadounidenses distingue esta campaña presidencial de las anteriores. En el transcurso de los últimos cincuenta años, uno de los principales logros de la ideología neoliberal consistió en eclipsar esta figura socioeconómica del imaginario político estadounidense. Otros dos actores, ahora fácilmente identificables, la reemplazaron: el consumidor y el contribuyente, que son la referencia obligada cuando se trata de definir los contornos del debate público, así como el tenor de las políticas sociales. Uno y otro ganaron incluso en envergadura a medida que retrocedían tanto la presencia simbólica como los derechos económicos de la clase obrera (1).

En paralelo al desbaratamiento metódico de la protección del trabajador, que se tradujo en un estancamiento de los salarios, la recurrencia creciente a la mano de obra “ocasional”, una reducción de las prestaciones ofrecidas por los empleadores y un debilitamiento del derecho a huelga, se hizo habitual en Estados Unidos apreciar el progreso económico global desde la perspectiva de la inflación de los derechos del consumidor (el derecho de elegir, de obtener un crédito, de comprar a cualquier hora, de hacer que le lleven a uno las compras hasta la puerta de casa, etc.). El contribuyente, por su parte, es invocado asiduamente para justificar la contracción de las ayudas sociales y el rechazo sistemático de todo gasto público cuyo objeto no sea favorecer la “inversión”, es decir, las ganancias privadas. Las administraciones demócratas de James Carter, William Clinton y Barack Obama alentaron este deslizamiento retórico con un celo no menor que el de las presidencias de los republicanos Ronald Reagan y George Bush padre e hijo.

Punto de inflexión

Sin embargo, la llegada de Joseph Biden a la Casa Blanca marcó una ruptura que dio el tono a la campaña. Haciendo saber desde el comienzo de su mandato que los trabajadores y la defensa de sus derechos sindicales constituirían para él una prioridad, el presidente saliente volvió a poner a la clase obrera en primer plano. La nueva inflexión se manifestó de un modo que no podía ser más claro en el otoño boreal de 2023, durante la huelga de seis semanas que organizó el principal sindicato de trabajadores de la industria del automóvil, la United Auto Workers (UAW). El objetivo del movimiento era volver sobre las numerosas concesiones acordadas durante estos últimos veinte años a los “Big Three” –los tres grandes fabricantes del país: General Motors, Ford y Stellantis, que surgió de la fusión entre Fiat, Chrysler y Peugeot‒, responsables de una baja salarial y del deterioro de las condiciones de trabajo. Alrededor de seis meses antes, los obreros del sector habían elegido a la cabeza de su sindicato a Shawn Fain, un electricista calificado de 54 años, hijo y nieto de trabajadores de la industria del automóvil, en reemplazo de la dirección sumisa y corrupta que había estado en el origen de todas estas pérdidas. Particularmente belicoso, el nuevo líder dejó primero que nada en claro que su intención era intensificar la lucha a fin de recuperar las ventajas perdidas.

Las negociaciones alrededor de la renovación de las convenciones colectivas se abrieron en un contexto floreciente para las empresas del rubro del automóvil, que reportaban ganancias en una fuerte alza. Su nueva promesa: las baterías para los vehículos eléctricos, con seis fábricas en construcción repartidas entre los tres fabricantes. El 15 de septiembre de 2023, frente al estancamiento de las conversaciones con la patronal, la UAW pasó a la acción, marcando el fin de un período de relativa calma sindical. Más que apelar a huelgas simultáneas a nivel nacional, la organización optó por una huelga rotativa: se decretaron paros selectivos en fábricas y depósitos de piezas de armado a lo largo y ancho de todo el país, incluida la zona donde se ensamblaban los modelos más rentables. Esta forma de huelga tiene la ventaja de limitar las pérdidas salariales, ya que los trabajadores se turnan para parar el trabajo, al tiempo que perturba profundamente la cadena de producción. En un primer momento, como la UAW anunciaba una semana de antemano la localización de los lugares afectados, los Big Three encontraron un modo de bloquear la medida despidiendo preventivamente a miles de empleados de otras instalaciones que correrían el riesgo de ser afectados por un contragolpe. El sindicato decidió entonces, en represalia, no dar más preavisos, impidiendo así toda planificación de la producción. En el momento más álgido de la movilización, se contabilizaron 45.000 huelguistas sobre los aproximadamente 150.000 obreros de la filial.

Una visita inédita

Apenas dos semanas después del inicio del movimiento, el presidente Biden mostró su apoyo a los trabajadores de la fábrica General Motors de Belleville, en Michigan. Fue recibido por Fain, orgulloso de subrayar el carácter inédito de la visita ‒nunca antes un presidente en ejercicio había ido al piquete de huelga‒. Al día siguiente, Donald Trump intentó contraatacar yendo a hablar frente a los empleados (no huelguistas y no sindicalizados) de un subcontratista de piezas de armado a menos de cien kilómetros de ahí. Sin abordar ninguno de los problemas que habían provocado el descontento, se conformó con criticar el entusiasmo de Biden por los vehículos eléctricos, agregando que la UAW tenía que unirse a su propia candidatura. Un llamado ante el cual Fain permaneció sordo: “No veo el interés de encontrarme con él, porque pienso que a este hombre le importa un rábano aquello por lo que luchamos, aquello por lo que la clase obrera lucha. Está al servicio de los millonarios, precisamente lo que no va más en este país” (2).

Los trabajadores salieron ganadores ampliamente en esta huelga histórica. En efecto, los acuerdos firmados con los fabricantes prevén un aumento salarial de 25% a lo largo de cuatro años, un aumento de las pensiones de la jubilación, un restablecimiento de las medidas periódicas de ajuste al costo de vida que se habían suprimido durante la pandemia y, finalmente, el abandono del sistema agraviante de las grillas salariales de doble valencia, que permitía a las empresas contratar nuevos empleados con un salario claramente más bajo que el de los empleados más viejos. Según los acuerdos, las remuneraciones del segmento inferior verían hasta un 160% de aumento. La victoria se siguió emulando no sólo entre los obreros sindicalizados sino también de una punta a la otra del vasto sector industrial privado (…)

Artículo completo: 3 337 palabras.

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Rick Fantasia

Profesor de Sociología en Smith College de Northampton, Massachusetts.

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