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Flagrantes contradicciones de la administración Biden

El triunfo sangriento de Benjamin Netanyahu

En un año, Israel eliminó a varios de sus enemigos al mando de Hamas y de Hezbollah. Sin embargo, lejos de pensar en una tregua, el primer ministro israelí pretende continuar con la guerra y atacar a Irán. ¿Qué pasará con el apoyo estadounidense, desde Trump y sobre todo en la era Biden, si gana Harris?

El espectacular restablecimiento del prestigio local del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu durante los últimos meses es la prueba –por si hacía falta una– de la extraordinaria capacidad de recuperación de ese personaje político. Es una facultad que explica su excepcional longevidad en el poder. Por supuesto, desde la primavera boreal Netanyahu había comenzado a recuperar popularidad en el seno del sector más derechista de la opinión pública israelí, y ello resistiendo a la presión de la administración estadounidense –particularmente tímida, es cierto–, que lo insta a celebrar un acuerdo de cese el fuego y de intercambio de detenidos con Hamas.

En mayo lanzó a sus tropas en una embestida contra la ciudad de Rafah y el resto de la zona fronteriza con Egipto, a pesar de las exhortaciones de Washington. Suprimió así el principal atractivo del proyecto de cese el fuego desde la perspectiva de la dirección de Hamas en el enclave. Luego, declarando su negativa a retirar a sus tropas de Rafah, aunque fuera temporalmente, como lo recomendaban el mando militar y Yoav Gallant, su ministro de Defensa y principal rival político en el seno de su partido, el Likud, el primer ministro puso fin a cualquier perspectiva seria de acuerdo con el movimiento palestino y atrajo hacia sí mismo la ira de Egipto, furioso por perder así el control del paso entre Gaza y su territorio, sobre el cual tenía el dominio hasta entonces.

Contra la política de Obama

De este modo, Netanyahu hizo abiertamente caso omiso de los deseos del presidente estadounidense. No tenía ninguna intención de regalar a Joseph Biden una tregua acompañada por una liberación de rehenes, entre los cuales había ciudadanos estadounidenses que habrían sido recibidos con gran pompa en la Casa Blanca. Al resistirse a Biden con mucha ingratitud, el jefe del Likud ayudó a su competidor en la carrera presidencial, Donald Trump. La retirada de la candidatura del presidente en ejercicio y su renuncia a favor de su vicepresidenta, Kamala Harris, no lograron que la situación cambie para Netanyahu. Por el contrario, tiene buenas razones para temer que Harris lleve a cabo en la Casa Blanca una política hacia Medio Oriente más alineada con la de uno de los mentores de su campaña, Barack Obama, que con la de Biden.

Solamente se recuerdan las relaciones tensas entre Netanyahu y Obama. El primero, que llegó al mando en el 2009, poco tiempo después de la investidura del segundo, dirigió contra él un enfrentamiento político permanente apoyándose en los republicanos en el Congreso. Netanyahu retomó esta táctica cuando tuvo que oponerse a las críticas cada vez más abiertas proferidas por Biden hacia él y a la preferencia manifestada por el presidente estadounidense y por el Pentágono hacia Gallant, recibido en Washington en varias oportunidades desde el comienzo de la guerra en Gaza. El 24 de julio, los republicanos invitaron entonces al primer ministro israelí a hablar en el Congreso por cuarta vez. En esta oportunidad, Netanyahu batió el récord que detentaba Winston Churchill. Harris, a pesar de ser presidenta del Senado en los términos de la Constitución, no asistió a esta presentación –lo que sugería una falta de simpatía con respecto al dirigente israelí–.

El Gran Satanás

Por cierto, es probable que la entrada en competencia de la vicepresidenta, recibida al principio por un vuelco de las encuestas a su favor, haya pesado mucho en las decisiones posteriores de Netanyahu. Si bien podía permitirse tomarse su tiempo con la expectativa de una victoria electoral de Trump en las elecciones del 5 de noviembre, con la esperanza de que este le dejara mayor espacio que Biden, no estaba en condiciones de correr el riesgo de sufrir una victoria de Harris, que podía reducir sus márgenes de maniobra. Porque, para el primer ministro israelí, la cuestión prioritaria –más allá de la tierra de Palestina, objeto de las intenciones expansionistas de la derecha sionista que él encarna– es la de Irán (1), percibido como la principal amenaza existencial a la cual se enfrentaría Israel desde el cambio de bando de Egipto a fines de los años 70.

A fines de esa misma década, Irán rompió con Occidente al término de la revolución de Jomeini de febrero de 1979. Enredado durante los años 80 en una mortífera guerra con Irak y privado de fuentes de armamento sofisticado por diversos embargos, Teherán intentó construir progresivamente una red ideológico-militar regional que pudiera acompañarlo contra Estados Unidos y sus aliados regionales, entre ellos Israel. La República Islámica adoptó de entrada una postura ferozmente hostil hacia el “Gran Satanás” estadounidense y su socio israelí, cuya derrota prometía. Esta postura constituyó el principal argumento ideológico del régimen iraní en su búsqueda de influencia ante los mundos árabe y musulmán –más allá de las comunidades chiitas, su blanco prioritario en virtud de su naturaleza teocrático-confesional–.

Así, Irán estableció y desarrolló vínculos con los Hermanos Musulmanes a partir de 1990. La hermandad se negó entonces a apoyar el despliegue de las fuerzas armadas estadounidenses sobre el territorio del Reino saudí –preludio de la intervención contra Irak y sus tropas de ocupación en Kuwait– y rompió con Riad. Si bien la atención prioritaria de Teherán se dirigió a la rama palestina de los Hermanos, Hamas, también se acercó a una organización que competía en el mismo terreno ideológico: la Yihad islámica.

Programa nuclear

Por su lado, las autoridades israelíes llegaron a alimentar una verdadera obsesión por Irán después de que, en el cambio de siglo, se revelara que la República Islámica había relanzado secretamente el programa nuclear inaugurado bajo el régimen del Sah. En Tel Aviv se consideraba que nadie dudaría acerca de que Irán apuntaba a equiparse con armas nucleares, lo cual eliminaría el monopolio regional que tenía Israel desde los años 60. Tal amenaza, sumada a un complejo de aniquilación –determinado tanto por la referencia a la Shoah como por la relativa pequeñez del territorio–, explicaba la determinación de los dirigentes israelíes por dar un gran golpe contra Irán, apuntando prioritariamente contra sus instalaciones nucleares.

En el 2009, unos días antes de la investidurade Obama, The New York Times publicó una investigación. Su corresponsal en jefe en Washington, David E. Sanger, confirmaba allí que el gobierno israelí, desde el comienzo del año anterior, el último de la presidencia de George W. Bush, había pedido a Washington el urgente suministro para el ejército israelí de bombas guiadas antibúnker GBU-28 (que pesan más de dos toneladas y tienen cerca de seis metros de largo), así como la autorización para sobrevolar el territorio iraquí, entonces ocupado por las fuerzas estadounidenses, con el fin de atacar el principal sitio nuclear iraní de Natanz (2). Si bien la administración Bush presentó entonces una negativa –por temor a que una acción israelí expusiera peligrosamente a sus tropas–, en el 2007 ya había encargado 55 bombas GBU-28 por cuenta de Israel para una entrega prevista en el 2009.

Obama autorizó su entrega durante el primer año de su mandato (3). Pero ello no impidió el deterioro posterior de las relaciones con Netanyahu. El presidente estadounidense criticó públicamente la expansión de las colonias israelíes de poblamiento en Cisjordania. Sin embargo, el principal desacuerdo entre los dos hombres estaba relacionado con Irán: porque, en un sentido, la luz verde del presidente al suministro de bombas antibúnker a Israel había aumentado la presión sobre Teherán para que celebrara un acuerdo diplomático sobre la limitación de su programa nuclear.

Este fue (…)

Artículo completo: 4 034 palabras.

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Gilbert Achcar

Profesor en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres. Autor del libro Les Arabes et la Shoah. La guerre israélo-arabe des récits, Sindbad - Actes Sud, 2009.

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