En pocos años, la palabra “feminicidio” se ha abierto paso en la escena mediática y política francesa. Este concepto de asesinato misógino, que surgió por primera vez en los países anglosajones, se ha enriquecido y desarrollado a través de contactos con el pensamiento feminista y académico latinoamericano. Su importación a Francia fue acompañada de una compartimentación en el ámbito conyugal, que ahora parte del movimiento feminista está cuestionando.
Quiprocuo de la passion (yo te doy, tú me das)”Pasión malentendido” (Rock & Folk). “Se amaban con locura” (Paris Match). Sumergirnos, dos décadas después, en los artículos dedicados al asesinato de la actriz Marie Trintignant por el cantante Bertrand Cantat da la medida de la evolución del tratamiento mediático de la violencia machista contra las mujeres. La actriz murió de un edema cerebral el 1 de agosto de 2003 y fue golpeada hasta la muerte por el músico, su pareja durante un año. La historia de violencia perpetrada por el criminal había pasado de largo para la mayoría de los periodistas. Contrariamente, la vida amorosa de la difunta había sido examinada, como otras tantas pruebas incriminatorias. Una generación después, en el verano de 2023, este caso fue objeto de una gran conmemoración, hasta el punto de tomar la forma de un mea culpa mediático. “En ese momento, se evocaron los términos de celos y crímenes pasionales, como para justificar la tragedia”, reconoció el noticiero televisivo France 2 el 31 de julio de 2023. Y en Ouest-France: “Un feminicidio que todavía no era reconocido por su nombre”.
El divorcio
Antes de imponerse en el espacio mediático, la palabra ha hecho un largo recorrido, y algunos desvíos, en el tiempo y el espacio. La historiadora Lydie Bodiou y su colega Frédéric Chauvaud encontraron un primer rastro de ella en lengua francesa, en el siglo XVII, en el corazón de la obra Les Trois Dorothées ou Le Jodelet souffleté del dramaturgo Paul Scarron. “Deja que tus ojos trabajen para hacer feminicidio”, responde un personaje, en francés antiguo, para describir la actitud de un hombre dispuesto a maltratar a su esposa. “Para que los espectadores entendieran, la palabra tenía que estar en uso”, dicen estos investigadores de la Universidad de Poitiers. A principios del siglo XX, apareció bajo la pluma de Hubertine Auclert. Esta pionera en la lucha por el sufragio femenino ya se ha reapropiado de la palabra “feminista”, que durante mucho tiempo ha sido un insulto misógino, apreciado por Alejandro Dumas hijo. Lo que es menos conocido es que Auclert también le dio a “feminicidio” su significado contemporáneo (1). En un artículo de noviembre de 1902, esta periodista defendió el derecho al divorcio: “Cuando esta ley feminicida haya sido derogada, cuando el hombre y la mujer sean dos compañeros iguales y libres en el matrimonio”, sostenía en las páginas del diario Le Radical. El divorcio por la voluntad de uno de los cónyuges ya no será más un susto para la esposa.
El término desapareció antes de resurgir, setenta años después, en la periferia del movimiento feminista institucional, con motivo del Tribunal Internacional de Crímenes contra la Mujer. Este evento emblemático de la “segunda ola” de movimientos feministas -más centrados en la sexualidad y la violencia doméstica mientras que la primera ola estaba centrada en el voto- ha vuelto, un poco, a caer en el limbo. Tuvo lugar del 4 al 8 de marzo de 1976 en Bruselas, donde se habían reunido cerca de 2.000 activistas de Europa, América del Norte y América Latina, Mozambique y Yemen, unos cuarenta países. “No se trata de una institución jurídica, sino de un tribunal de opinión, en la tradición del Tribunal presidido por [los filósofos] Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre sobre Vietnam”, dice Milène Le Goff, comisaria de una exposición dedicada a este tribunal para la Universidad de Mujeres de Bruselas.
En la escena de Bruselas se hablaba de delitos cometidos por medios sexuales, de la no paridad de concursos administrativos, de la doble opresión de ser mujer y migrante, y de tantos males que marcarían la agenda feminista de las décadas siguientes. Simone de Beauvoir aclamó este tribunal como “el comienzo de una descolonización radical de las mujeres”. En una carta, el filósofo había lanzado este aliento: “Hablen las unas con las otras, hablen con el mundo, saquen a la luz las verdades vergonzosas que la mitad de la humanidad trata de ocultar”.
Primera teorización
La acumulación de estas narrativas se convirtió en una demostración del continuo de la violencia, noción que será teorizada en la década de 1980 por la socióloga británica Liz Kelly (2). El feminicidio es la culminación de este proceso (3). Se abordó en la última jornada del Tribunal, cuando la investigadora anglosajona Diana E.H. Russell (1938-2020) presentó un informe sobre cómo calificar los asesinatos conyugales. Casi no hay rastro de este discurso precursor en los archivos.
En 1992, la antología Nommer le Feminicide (4) proporcionó la primera teorización de este concepto. “Es el asesinato de una mujer porque es una mujer”, define, en la introducción, Diana Russell, coeditora de este libro pionero con la criminóloga británica Jill Radford. El capítulo “Terrorismo sexista contra las mujeres”, que escribió con Jane Caputi, propone una acepción amplia de lo que abarca el “femicidio”: “El femicidio se encuentra en el extremo de un continuo de terror antifemenino que incluye una amplia variedad de violencia sexual y física, como la violación, la tortura, la esclavitud sexual, (...) la heterosexualidad forzada, la esterilización forzada, la maternidad forzada (al criminalizar la anticoncepción y el aborto), la psicocirugía, la desnutrición de las mujeres en algunas culturas... Desde el momento en que se conceptualizó, la definición del término no se limitó a la conyugalidad (5). Por el contrario, abarca todas las formas de violencia que conducen a la muerte prematura de la mujer, por razones sociales y no naturales.
Ciudad Juárez
El libro tiene una resonancia particular en Centroamérica. En México, a principios de la década de 1990, Ciudad Juárez, una ciudad en la frontera con Texas, fue escenario de abusos masivos contra las mujeres. Muy a menudo, las víctimas son trabajadores de maquiladoras, fábricas de subcontratación de bajo costo para el mercado estadounidense. Proliferan las leyendas urbanas. Sería obra de traficantes de órganos. De cárteles. De satanistas. “Muchas mujeres mueren mientras esperan el autobús donde fueron vistas por última vez mientras un vehículo circulaba cerca. La disposición de sus zapatos y de su cuerpo, da rienda suelta a todo tipo de fantasías que los convierten en seres consumibles a voluntad o a fetiches”, relata el periodista Sergio González Rodríguez en “Huesos en el desierto” (El ogro, 2002).
Asociaciones como “Nuestras hijas de regreso a casa” llevan desde 1993 un registro de estas fallecidas. “En esa época no se hablaba de feminicidio en México”, recuerda la socióloga Julia Estela Monárrez Fragoso, de la Universidad Juárez. Para comenzar su investigación, la investigadora comenzó (…)
Texto completo en la edición impresa del mes de noviembre 2024
en venta en quioscos y en versión digital
E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl
Adquiera los periódicos y libros digitales en:
www.editorialauncreemos.cl