En 1987, un autor joven publicó, bajo el título Ha-Zeman Ha-Tzahov –El tiempo amarillo– una de las obras más importantes publicadas en Israel sobre la cuestión palestina (1). En ella, David Grossman contaba la realidad violenta de la ocupación y advertía a sus compatriotas que su ceguera los llevaría a la catástrofe. Seis meses después estalló la primera Intifada. “La historia mundial demostró que el Estado que sostenemos acá no puede durar. Y si perdura, el precio a pagar será fatal”, profetizó Grossman.
A la luz de los acontecimientos del 7 de octubre de 2023, otro pasaje parece premonitorio. Cuando el escritor le contó a un anciano palestino, Abu Harb, cuál era el título hebreo del libro que escribía, el hombre le preguntó si había escuchado hablar del rih asfar, “el viento amarillo” en árabe, el nombre de la catástrofe: “Un viento del este caliente y terrorífico que llega cada pocas generaciones para encender la región y la gente huye de su ira en las grutas y las grietas, pero incluso ahí el viento atrapa a quienes quiere, a los causantes de injusticias y crueldades y ahí, en las grietas de las rocas, los mata, uno por uno”, contó Abu Harb. “Después de un día como ese el país quedará cubierto de cadáveres. Las rocas serán blanqueadas por el fuego y las montañas se reducirán a un polvo amarillo que se posará sobre la tierra como algodón amarillo”.
Vivir entre fantasías
Grossman no escapa, sin embargo, a una de las paradojas de la izquierda sionista: la crítica de El viento amarillo reitera lo que denuncia. Señala la indiferencia respecto de la ocupación, pero en lugar de atraer la atención sobre la situación de los ocupados, vuelve a desviar la mirada. Este discurso, como autocrítica judía, dibuja un espectro de Palestina producido a su vez por la ocupación. Reduce al silencio a los palestinos que evocan, por su lado, la Nakba (“catástrofe”) de 1948. Detrás de “el tiempo amarillo” se yergue “el viento amarillo”.
Por otra parte, se publicó recientemente en Francia Le Coeur pensant (2). Es esta recopilación de ensayos breves escritos en estos últimos años, particularmente en 2023, David Grossman se pretende el representante de un judaísmo humanista y laico que no santifica ni a Dios ni a la tierra, sino únicamente a la vida humana. El texto que cierra el libro se ocupa de la idea de Tikún Olam, “la reparación del mundo”: cómo la tradición judía, frente a la opresión, ordena renunciar a la apatía. En este discurso pronunciado en 2022 en oportunidad de la entrega de los premios Erasmo en Ámsterdam, Grossman evoca a una personalidad local, la judía neerlandesa Etty Hillesum, asesinada en Auschwitz, que luchaba contra la desesperación y escribía en sus diarios íntimos: “quisiera ser el corazón pensante de todo un campo de concentración”.
La recopilación de ensayos entera –su título, la elección de los textos, su orden– hace de Grossman mismo el corazón pensante. No se ve del lado de quienes asedian sino del lado de los asediados y de Hillesum. Es una concepción habitual dentro de la izquierda israelí. Grossman no deja de negar la dimensión histórica del conflicto palestino israelí. Se trata más bien de una tragedia, la de las personas que quieren vivir en paz, víctimas de la “manipulación” de los “nacionalistas extremistas” de ambos bandos. Gaza no es la única ciudad asediada, Tel Aviv lo está también. La renuncia a toda responsabilidad y la identificación de su propio campo político con la posición de los palestinos lleva a los escritos de Grossman hacia aquello que Etty Hillesum invitaba a rehuir: la desesperanza. En un discurso que pronunció en Tel Aviv en 2021, después de la guerra entre Israel y Hamas, Grossman describió los enfrentamientos a través de una larga serie de metáforas fatalistas: “círculo de la muerte”, “mecanismo automático”, “magia hipnótica”, “maldición de la violencia”. Incluso los judíos seculares creen en los hechizos y las (…)
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