La historia de cada pueblo se inscribe en su memoria colectiva (en gran parte) gracias la condensación de actos y situaciones en dispositivos de arte encargados de transformar los acontecimientos masivos en poderosas síntesis, que operan como intersticios para que el Caos tenga imagen de Cosmos, o si se quiere, que lo general sea visible en lo particular y poder así las comunidades tener una narrativa próxima a la vida individual de sus integrantes.
En la memoria colectiva de Chile la mayor parte de sus protagonistas, antagonistas, lideres sociales, políticos, espirituales, incluyendo padres, madres e hijos e hijas de la patria, tienen los rostros que les ha dado la literatura, el teatro, las esculturas, dibujos, pinturas, grabados, fotografías y medios audiovisuales. El todo, aunque escurridizo por su envergadura genera un puzle en el que más o menos nos vemos retratados.
Debemos aceptar, eso sí, que en este gigantesco puzle faltan y talvez siempre faltarán piezas a pesar de la hiper multiplicación de registros de los últimos decenios.
También debemos aceptar que no pocas veces esas imágenes que faltan, nos pesan.
En nuestro país una de las imágenes de la post dictadura que ha pesado por su ausencia, es el instante en que con un solo gesto: un escupitajo en su rostro, el desagravio cayó sobre Augusto Pinochet con la fuerza que no supo o no quiso ejercer la justicia chilena.
Escupir en el rostro para los textos sagrados de las religiones cristiana y musulmana (acervo del universo simbólico de una buena parte de la humanidad), significa instalar un juicio irreversible: Quien lo recibe pierde el honor (si lo tuviera) y es expulsado de la tribu, lo que implica su muerte social. A nivel de inconsciente colectivo compartimos esa información milenaria, y él o la que lo realiza sabe que con su carga semiótica está borrando una ofensa y con ello reparando los males causados.
En Chile habíamos escuchado que cuando fue velado el dictador Pinochet alguien lanzó un escupitajo sobre su ataúd. Algunos o algunas se informaron que lo había realizado un nieto del general Prats. Me inclino a creer que a estas alturas la mayoría no estaba segura de que eso hubiera pasado.
Pero sucedió y aunque no existe su registro oficial fue Francisco Cuadrado Prats quien tuvo el valor de consumar el desagravio sobre Pinochet y escupirlo en su rostro en el epicentro de su velorio. Su imagen viene a (…)
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