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La manipulación de la prensa

El caso Monsalve y el test de la vergüenza

Se suele decir que la gente se divide en dos categorías: aquellos que sienten vergüenza por sus errores, injusticias y actos degradantes, y aquellos que no lo hacen. Estos últimos son los sinvergüenzas. La diferencia no radica en que unos y otros cometan faltas, abusos o delitos. La verdadera distinción está en la vergüenza que pueda generar esa situación. Avergonzarse es una señal de una humanidad latente, sin importar cuán grave haya sido el daño causado.

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Pablo Ferrer, Pandereta (Témpera sobre tela), 2022

La vergüenza ha adquirido mala prensa en las últimas décadas. A menudo se la reduce a la culpa neurótica el psicoanálisis, asociada a conflictos inconscientes y a la represión de deseos. Se considera un sentimiento desproporcionado e irracional, frecuentemente arraigado y persistente, incluso cuando no hay una razón objetiva para sentirse culpable. Esto incluye la culpa religiosa, que ve pecado en todo lo que se hace, y la culpa moralizante, que se origina en experiencias infantiles traumáticas y deseos reprimidos.

Sin embargo, la necesidad de la vergüenza humana es otra cosa. Es un sentimiento de culpa proporcionado, que surge como respuesta adecuada a una acción concreta que ha violado las propias normas morales. Sentirse avergonzado ayuda a adaptarse a la vida social, regulando el comportamiento y evitando acciones que puedan dañar a otros. Es el reflejo de un mínimo desarrollo moral, que indica que la persona es capaz de discernir entre el bien y el mal.

Nunca más

En el caso Monsalve, el Subsecretario del Interior acusado de la violación de una funcionaria bajo su dependencia, se debe aplicar esta prueba de la vergüenza. En concreto, es necesario observar si el imputado, que hasta el momento se ha mostrado imperturbable en su estrategia justificadora, asume o niega lo que ha hecho.

Otro aspecto es la injusta vergüenza que afecta a las víctimas en estas situaciones. Vale la pena recordar a la francesa Gisèle Pélicot, quien ha conmocionado al mundo por la brutalidad y sistematicidad de los abusos sexuales que sufrió durante una década a manos de su esposo y de decenas de hombres más. Ante el tribunal que analiza su caso, declaró: “No nos toca a nosotras sentir vergüenza, sino a ellos… Quiero que todas las mujeres violadas digan: madame Pélicot lo hizo, yo también puedo. No quiero que se avergüencen nunca más”.

Por lo mismo, es relevante recordar el caso de Anne Tonglet y Araceli Castellano, mujeres belgas que fueron defendidas por la abogada franco-tunecina Gisèle Halimi. Tonglet y Castellano habían sido violadas por tres hombres en Marsella en 1976. Lo que marcó este juicio fue que Halimi pidió que se realizara de manera pública, con las víctimas declarando en primera persona, a diferencia de lo que era habitual en casos de violencia sexual en aquella época. Su argumento fue: “Cuando se trata de violación, en nuestro movimiento, insistimos en la publicidad de los debates porque creemos que la mujer que ha sido víctima no debe sentirse culpable y que no tiene nada que ocultar. Lo escandaloso no es denunciar la violación, lo escandaloso es la violación en sí misma… la vergüenza tiene que cambiar de bando”.

Gisèle Halimi, al defender públicamente a Anne Tonglet y Araceli Castellano en 1976, sentó un precedente crucial en la lucha contra la cultura de la violación. A través de este juicio, logró desnaturalizar la violencia (…)

Artículo completo: 1 525 palabras.

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Álvaro Ramis

Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

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