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En el centenario del nacimiento de José Venturelli

Felizmente se ha comenzado a hacer justicia y reconocer, como corresponde, al gran pintor José Venturelli. Durante 2024, al cumplirse cien años de su nacimiento, la Fundación José Venturelli, dirigida por su nieta, Malva, organizó muchísimas actividades, exposiciones, conferencias y debates en torno a su obra, culminando con la gran exposición que se presenta actualmente en el Centro Cultural La Moneda, bajo el título “Humanismo y compromiso social” que refleja muy bien su vida y obra.

Conocí a José Venturelli en 1965, venía recién llegado de China, con su mujer Delia Barahona y su hija Paz. Yo tenía quince años y me había incorporado al movimiento ESPARTACO, al igual que José Venturelli, por lo que me tocó acompañarlo en numerosas actividades, incluyendo en el Congreso en el que ESPARTACO se transformó en el Partido Comunista Revolucionario, que se realizó en febrero de 1966, allí Venturelli fue elegido miembro del Comité Central, en el que permaneció hasta 1973.

Tuve el privilegio de conocer de cerca a José Venturelli quien contribuyó mucho a mi formación política y cultural. En su casa y taller de Barnechea lo vi pintar, escuché sus opiniones y consejos y conocí a muchos intelectuales, incluso a Salvador Allende. Allí lo vi compartir con otros dirigentes como David Benquis, Jorge Palacios, Adolfo Berchenko, Mario Arancibia y Andrés Andrade.

Su amplia visión del mundo, su compromiso con las grandes causas, su arte maravilloso, hacen de José Venturelli uno de los grandes artistas de nuestra patria.

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José Venturelli, El regreso, 1988
(Gentileza Fundación José Venturelli)

A CONTINUACIÓN REPRODUCIMOS UN TEXTO PUBLICADO EN LA REVISTA ANÁLISIS, POCOS DÍAS DESPUÉS DE SU FALLECIMIENTO:

Murió el pintor José Venturelli “En Chile me sentía caminando en mis cuadros”

Sus restos serán traídos a Chile, a la tierra a la que siempre perteneció

Muchas veces nos avisaron, en los últimos años, que José Venturelli estaba gravemente enfermo, a punto de morir. Felizmente, y a pesar de su enfermedad respiratoria crónica, siempre se recuperaba. El mismo Pablo Neruda recuerda cuando Venturelli, a los treinta años, dirigió e ilustró -en plena clandestinidad- la primera edición del Canto General: “Venturelli estuvo enfermo mucho tiempo del pulmón, allá arriba, en un sanatorio de la alta cordillera chilena. Esa era una época llena de misterio. El pintor se moría, y cuando ya íbamos a enterrarlo no había tal. Nos llegaban docenas de maravillosas pinturas, bocetos iluminados pacientemente con los colores dramáticos que sólo Venturelli posee: amarillos ensangrentados, ocres verdes”.

Lamentablemente, su permanente recuperación de cada crisis no se repitió esta vez y el pasado 17 de septiembre una llamada telefónica desde Pekín anunció la muerte de José Venturelli. A partir de ese momento surgieron en los recuerdos las imágenes de ese enorme hombre de 64 años, con grandes bigotes, gesto bondadoso y amplias manos que se deslizaban por la tela como dueña del universo, transformando la materia, dando vida a nuevas expresiones e inmortalizando paisajes y cuerpos anónimos.

José Venturelli vivió muchísimos años fuera de Chile: principalmente en China, Cuba y, desde 1974, Suiza. Sin embargo, su corazón y su pintura estaban en Chile. Al volver a su patria en 1986, después de su más larga ausencia, Venturelli me contó en una entrevista: “Me sentí de paso en mi propia vida, caminando en mis propios cuadros, en contacto con algo que me pertenece o, mejor dicho, a lo que yo pertenezco”. Quizás por eso, su hija Paz viajó inmediatamente a Pekín con el objeto de buscar sus restos y traerlos a Chile, tierra a la que quería regresar y que lo marcó desde pequeño. “Mi vida de niño y adolescente en el estrecho valle de Santiago, me enseñó muchas cosas que no he olvidado. La llegada de la noche en el invierno, la hoja que pasó por mi ventana, la primera estrella o la última. Allí también viví la amistad y los afectos, el duelo y la enfermedad. Pero fue la noche grande del desierto del Norte, o la soledad del mar y las islas, los caballos al anochecer o la migración de la ballena -que todavía se veia- cuando yo era muchacho, que me dio la vastedad del mundo y me enseñó la necesidad de mirarse las manos o arrojar con fuerza el corazón a una causa”. Y Venturelli abrazó la causa de los trabajadores y las grandes ideas que han guiado sus luchas.

Siempre mantuvo un elevado concepto del arte y un afán de ligarlo al pueblo. Así desarrolló la pintura colectiva, de la cual quedan en Chile algunos bellos ejemplos, como el mural de la Biblioteca de la Casa Central de la Universidad de Chile, en el Inacap de Renca y el del Edificio Diego Portales, pintado en el tiempo en que fue sede de Unctad. También colaboró con David Alfaro Siqueiros en el mural de la Escuela México de Chillán. Sus cuadros, además de encontrarse en los más importantes museos del mundo, se pueden ver en algunos locales altamente simbólicos, como la Vicaría de la Solidaridad. Una de las mayores alegrías para

Venturelli fue el que sus dibujos fueran ampliamente reproducidos por los distintos organismos de Derechos Humanos en Chile. Sus últimos trabajos los efectuó en Ginebra, donde pintó un mural de cien metros cuadrados y, en una nueva experiencia que le entusiasmó, realizó cuatro vitrales en la Iglesia de la Madeleine. Venturelli fue un pintor ligado a la realidad de su tiempo y en su obra predomina la esperanza, como él mismo manifestó: “Sólo quisiera agregar que de todo lo que he visto y vivido han salido las imágenes que atraviesan mi pintura. De tantos dolores de una época turbulenta prefiero pensar en las luces que surgen de los gestos generosos, de los actos solidarios de tantos que buscan y se baten por la verdad. Creo que los artistas que serán recordados son aquellos que dejen como testimonio de nuestro tiempo no sólo el grito de la parturienta, sino el brillo de la mirada del niño”.

Víctor Hugo de la Fuente
Revista ANÁLISIS, del 26 de septiembre al 2 de octubre de 1988, página 43.

Víctor Hugo de la Fuente

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