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Una huella que perdura en Chile y en el continente

Militares napoleónicos en América: educación para todos

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Théodore Géricault, Batalla de Maipo (Litografía), c. 1819

Reducir un militar a su solo ser castrense genera para el historiador el riesgo de no percibir su actuar, su relevancia y su responsabilidad en los acontecimientos históricos. En este sentido, el fenómeno constituido por la llegada a América latina entre 1815 y 1835 de casi dos mil militares napoleónicos no se puede entender ni estudiar solamente desde su condición laboral. El militar es un sujeto con una identidad propia, un entorno familiar particular, una experiencia y una educación personal y, a menudo, una ideología o por lo menos una forma de concebir el mundo que resulta de la combinación de estos elementos.

La caída del imperio napoleónico en 1815 significó para muchos el ocaso de un sueño transformador. El regreso de los borbones y su proyecto monárquico milenario, junto con el dominio de la religión católica y los privilegios prerevolucionarios de una exclusiva clase social, pusieron fin a la dinámica social instaurada por la Revolución y desarrollada por el Imperio. (Por ejemplo, el hecho de que el 80% de los generales del Grand Ejército provinieran de origines sociales populares, habría sido impensable durante la monarquía.) También significó el fin de la idea de una nueva organización socio-política basada en una amplia participación de la sociedad, que en el mejor de los casos, podría haber conducido a un sistema republicano.

Una nueva sociedad

Para muchos de los que cruzaron el Atlántico, llegar a América Latina representó la oportunidad de perseguir aquel sueño transformador y tratar de concretarlo en el nuevo continente, con la posibilidad de terminar con el modelo monárquico. Así, aunque estos militares pusieron su experiencia profesional al servicio de los nuevos estados, también participaron activamente en otras esferas de la vida cotidiana y en la construcción de una nueva sociedad.

Para ellos, una sociedad no podía prosperar sin un pueblo educado; por lo tanto, varios de ellos, tanto en Argentina como en Chile, se dedicaron a la creación, dirección y gestión de instituciones educativas y universitarias.

La acción decidida de Carlos Ambrosio Lozier, nombrado en 1826 como el primer director laico del Instituto Nacional, permitió abrir la educación a las mujeres, introducir nuevas materias como las matemáticas y la educación física, y crear la primera biblioteca técnica de Chile. Su sueño era transformar el instituto en el faro de la educación chilena. (En su honor, la Fundación de los Napoleónicos de Chile organizó una ceremonia (…)

Artículo completo: 1 293 palabras.

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Patrick Puigmal y Marc Turrel

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