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Reconfiguraciones geopolíticas y desafíos que se abren

Siria después de la dictadura

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La caída de Bashar Al-Assad abre una nueva era para Siria, y también para el mundo. Si bien Turquía parece el gran vencedor de este cambio, la pasividad del apoyo de Rusia e Irán al régimen derrotado genera dudas. El nuevo poder establecido en Damasco deberá probar que rompió definitivamente con el yihadismo, con el riesgo de fortalecer a las organizaciones más radicales.

“¡Alabado sea Dios, el tirano huyó!”. En la noche del 7 al 8 de diciembre, el rumor se propagó a través de las redes sociales árabes incluso antes de que la información fuera confirmada por los oficiales sirios. El presidente Bashar Al-Assad había salido del país hacia un destino desconocido –más tarde se sabría que, más o menos voluntariamente, se exilió en Moscú–. Durante algunas horas, la prudencia y el escepticismo compitieron con la euforia, aun cuando ya circulaban imágenes que mostraban el avance triunfal, en los barrios de la capital, de los soldados del Ejército Nacional Sirio (ENS) –una de las dos grandes organizaciones involucradas en el derrocamiento de Al-Assad, junto con Hayat Tahrir Al-Cham (HTC, Organización para la Liberación del Levante)–. La incertidumbre fue rápidamente despejada. Tras veinticuatro años y medio de un reino despiadado con sus opositores, el sucesor de su padre Hafez –presidente entre 1971 y 2000– acababa de huir, para sorpresa casi generalizada. Un nuevo capítulo se abre en la tormentosa historia de Medio Oriente. Entender las múltiples razones del derrumbe de ese régimen permite esbozar las posibles consecuencias geopolíticas, en un contexto marcado, entre otros, por las masivas masacres y destrucciones cometidas en Gaza o en el Líbano por el ejército israelí, así como por las derrotas de Hezbollah y de Hamas. Sin olvidar los breves enfrentamientos balísticos entre Israel e Irán o las órdenes de arresto emitidas en noviembre por la Corte Penal Internacional (CPI) contra el primer ministro Benjamin Netanyahu y su ex ministro de Defensa Yoav Gallant por los crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad cometidos en el enclave palestino.

Causas de la caída

Una de las principales causas de la caída de Al-Assad se debe al deterioro continuo de las instituciones sirias. Tras haber reprimido sanguinariamente la revuelta popular de 2011, el ex presidente no pudo impedir que su país renunciara a su soberanía a causa de las injerencias militares extranjeras, tanto por intervenciones de aliados (Rusia, Irán, Hezbollah) como de rivales, cuando no de adversarios (Estados Unidos, Turquía, Israel) (1). A ello se suma el control de territorios completos por parte de fuerzas paraestatales –kurdos en el Norte, el Estado Islámico (EI) en el Este y coalición yihadista en el Noroeste (región de Idlib)–. Ese desmoronamiento del Estado sirio se tradujo, con el paso de los años, en una dispersión en el seno del aparato administrativo y militar. La corrupción –incluso en los actos más triviales de la vida cotidiana, como la inscripción de un niño en la escuela–, así como el tráfico organizado por oficiales mal pagados –que no dudaban en revender equipos y combustible en el mercado negro–, debilitaron considerablemente a un poder incapaz de proponer un proyecto unificador a sus ciudadanos, excepto por una hipotética reconquista de todo el territorio nacional.

Corrupción generalizada

En la primavera de 2011, frente a una protesta pacífica surgida tras la huella de las revoluciones en Túnez y en Egipto, Al-Assad podría haber elegido otro camino. La guerra civil generó medio millón de muertes y provocó el exilio de seis millones de sirios. En el seno de una población de veintitrés millones de ciudadanos, también hay que mencionar a siete millones de desplazados internos. En muchos aspectos, el discurso que pronunció el 30 de marzo del mismo año frente al Parlamento anunciaba la violencia y el desorden que seguirían. Ante las amenazas contra “los agitadores”, ante la misteriosa denuncia de una conspiración extranjera, respondían las aduladoras súplicas y los aplausos de los representantes públicos que juraban sacrificar “su sangre y su alma” para salvar, no a su país, sino “al querido Bashar”. Ese clientelismo, la depredación de los bienes públicos por parte de los allegados del ex presidente, el acaparamiento de los bienes de los exiliados y los desplazados, la extorsión y los chantajes por delación, cometidos por funcionarios o miembros de las fuerzas de seguridad, socavaron aún más al régimen por el hecho de que, contrariamente a una idea generalizada, Al-Assad, debilitado por su sujeción a Rusia y a Irán, debía transigir con las ambiciones de sus prójimos, ya fuera que se tratara de su hermano menor Maher o de sus primos maternos, miembros del muy adinerado clan Makhlouf. A comienzos de los años 90, en la Siria de Al-Assad padre, ya había una decena de servicios de seguridad más o menos coordinados. Treinta años más tarde eran el doble: cada sección del poder, cada personalidad de peso disponía de su propia fuerza, más o menos oficial y capaz de secuestrar a cualquiera o de pelear con una estructura rival por motivos despreciablemente materiales. La multiplicación de los lugares de producción de captagón, una droga euforizante que invadió todo Medio Oriente, incluso la península arábiga (2), no se explica de otro modo. Fuente privilegiada de enriquecimiento personal o de adquisición de armamento, este psicotrópico resultó ser un veneno que deterioró la cohesión de un sistema durante mucho tiempo presentado como inquebrantable.

En vista de la total desorganización de las fuerzas llamadas leales, la toma de Alepo, el 27 de noviembre, por parte de un puñado de yihadistas –trescientos, como máximo– no tiene nada de extraordinario. Fue el prólogo de un derrocamiento cuya segunda explicación proviene del abandono puro y simple de Al-Assad por parte de sus aliados. Sin embargo, el régimen parecía convencido de haber superado la parte más difícil al recuperar cierta credibilidad en el plano internacional. En mayo de 2023, Siria regresó a la Liga Árabe tras una suspensión de doce años. Apoyado por las monarquías del Golfo, a las cuales les reclamaba que se hicieran cargo financieramente de la reconstrucción de su país, el ex presidente tenía aún más confianza por el hecho de que muchas capitales occidentales, entre ellas Roma, habían anunciado la reapertura de sus embajadas en Damasco, con el fin, entre otros, de negociar lo más rápido posible la repatriación de los refugiados sirios en Europa. Incluso el número uno turco, Recep (…)

Artículo completo: 3 479 palabras.

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Akram Belkaïd

De la redacción de Le Monde Diplomatique, París.

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