
La decisión de Joe Biden de sacar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo generó un alivio momentáneo, ya que fue revertida tras el regreso de Donald Trump al poder. Mientras tanto, la isla enfrenta una crisis económica y social profunda. Leonardo Padura aporta una mirada aguda sobre una nación marcada por la migración masiva y la escasez.
1.
Sin gloria y con muchas penas venían transcurriendo los días finales del año 2024 en la isla de Cuba. Localidades donde por largos meses los cortes de electricidad podían llegar a las veinte horas en el día, problemas con el suministro de agua potable, precios de los alimentos cada vez más inalcanzables para los bolsillos de un porciento notable de sus ciudadanos, colapso del transporte público, entre otros desaguisados. También anuncios oficiales de nuevas medidas (más medidas) como la decisión de establecer un tipo flotante para el cambio de divisas por pesos nacionales, decisión otra vez no suficientemente explicada por las instancias gubernamentales y por ello capaz de generar más incertidumbres con la falta de transparencia... Todo lo anotado podrían ser algunas de las bolas brillantes que los más empecinados habrían tenido la posibilidad de colgar de las ramas de tan inexistentes como imaginarios arbolitos de Navidad.
Sin embargo, quizás la mejor evidencia de lo que ocurría en el país fue que, al menos en mi barrio, en esos días de Nochebuena, Navidad, fin e inicio de años, no escuché los lamentos de algún cerdo que sería sacrificado para ser el gran invitado en la tradicional cena familiar festiva y a mi olfato no llegó, por tanto, ese perfume tan identificable de la carne de cerdo puesta sobre brazas de leña o carbón. Porque en Cuba, al parecer, el cerdo es una especie en peligro de extensión y ya vale anotar un primer dato: en la actualidad el país ha perdido el 90% de los productores porcinos existentes en 2018. Eso explica la ausencia de los lamentos de los cerdos y del perfume de su carne asada. Y este es un índice revelador de otras muchas cuestiones en marcha.
Pero el marasmo en que también transcurrían las primeras semanas del nuevo año de pronto ha sido agitado por la sorpresiva decisión del presidente estadounidense Joe Biden de sacar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo en que había vuelto a ser incluida ( junto a países como Siria y Corea del Norte) por su antecesor, Donald Trump, y la suspensión de ciertas cláusulas de esa ley Helms-Burton que, desde su aprobación, potenció los efectos del vetusto embargo comercial y financiero que sufre la isla desde el remoto año de 1962.
La sorprendente e importante decisión de Biden, tomada apenas seis días antes de finalizar su mandato, ha sido asumida por el país como un soplo de alivio entre tantas dificultades, pues quita parte de la presión del aislamiento comercial y financiero que la anterior condición implicaba. El gobierno cubano, que ha recibido con beneplácito la noticia, la ha considerado correcta aunque tardía, y enfatizado en que no cambia lo sustancial del bloqueo. Mientras, sin admitir que forma parte de un trato o compensación, la presidencia cubana anunció la liberación anticipada de unos 550 presos (nunca se dice si son prisioneros por causas políticas), pero advierte que lo hace como gesto humanitario para corresponder a las peticiones del Vaticano y en “el espíritu del Jubileo Ordinario de 2025 declarado por su Santidad”.
El gesto crepuscular de la política de Biden hacia Cuba ha colocado de pronto en otro nivel y condiciones las expectativas ya existentes por saber qué política hacia la isla pondrá en práctica Donald Trump en su retorno a la Casa Blanca, rodeado además por una banda de halcones de la más diversa especie entre los que fulgura ese personaje macabro que regala dinero para obtener más dinero, el oscuro Elon Musk. Y es que la experiencia vivida en el anterior mandato del ahora convicto Trump fue la de un ejercicio de la mayor presión sobre la isla vecina, con el recrudecimiento de todo tipo de medidas restrictivas, cada vez más agresivas, siempre con la expresa intención de provocar un cambio en la isla por la vía de la asfixia económica. Sus prohibiciones llegaron al extremo de que, por varios meses, no hubo mecanismos bancarios para conseguir el envío de remesas de Estados Unidos a Cuba, y bien se sabe lo que ese dinero significa para muchas economías latinoamericanas. Y ahora Trump vuelve… ¿con qué más? ¿Con el bolígrafo dispuesto a firmar otra vez lo que su antecesor derogó?
2.
Ha sido en estas mismas semanas de cambio de calendarios, mientras el país aún se recuperaba de los efectos mayores del paso de dos huracanes y la sacudida de un terremoto en el oriente de la isla, cuando, como salido de una manga mágica, se abrió en una de las zonas de crecimiento turístico de la capital cubana un supermercado mucho más y mejor abastecido que todos los otros existentes en el país. Su rasgo distintivo era que solo ofrecía sus mercancías en dólares contantes y sonantes o a través de tarjetas internacionales o de nuevas tarjetas cubanas cargadas con divisas. Su misión: recaudar la moneda dura que el país no tiene y tanto necesita. Pero lo primero que ha resultado urticante es que nadie lo anunció, nadie lo mentó en las muchas, agotadoras intervenciones públicas de los dirigentes cubanos, esos mismos dirigentes (u otros ahora defenestrados) que unos años atrás (…)
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