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Frenesí anticomunista y una operación delirante

El mito de la democracia coreana

El intento de imponer la ley marcial del presidente surcocoreano Yoon Sukyeol el pasado diciembre fracasó. Sin embargo, la democracia surcoreana dista de ser ejemplar como insisten en presentarla en medios occidentales. El salto al autoritarismo evidencia las contradicciones de un país sometido a Washington, dependiente de China y dispuesto a desafiar la paciencia norcoreana.

El pasado 3 de diciembre, el Presidente de Corea del Sur abandonó repentinamente una reunión del Consejo de Ministros sin dar explicaciones. La mayoría de los miembros del gobierno recién descubrieron el motivo de esta salida inesperada cuando escucharon a Yoon Suk-yeol pronunciar un discurso por televisión desde la sala contigua: Corea del Sur estaba a punto de conocer su decimoséptimo episodio de instauración de la ley marcial desde la fundación de la República en 1948. Por suerte, fue el más breve.

Al tomar la palabra, las cosas eran simples en la mente de Yoon: cuando una Asamblea Nacional en manos de la oposición se niega a obedecer a un Presidente –por ejemplo, no votando a favor del presupuesto que exige su gobierno– se está burlando del sufragio universal y desconociendo la Constitución. ¿Qué importa si los propios diputados fueron electos por el pueblo y si la fuerza de la oposición en la Asamblea se explica, antes que nada, por la aversión de la que es objeto el Presidente en cuestión? En el mundo de Yoon, un Parlamento obedece o es derrocado.

Siempre en guerra

Sobre la base de esta lógica –que, imaginamos, podría seducir a otros dirigentes políticos, y no necesariamente en Asia–, el dirigente conservador denunció “la dictadura legislativa” organizada por la oposición y la “parálisis” del Estado: “Una incitación a la rebelión que pisotea el orden democrático (…) y perturba a las instituciones legítimas establecidas por la Constitución y la ley”.

Ahora bien, Corea del Sur siempre está en guerra con su vecina del Norte puesto que, desde el armisticio de 1953, su aliado estadounidense se dedica a torpedear los esfuerzos que apuntan a firmar un tratado de paz (1). Para Yoon, no está permitido dudar: los diputados sediciosos son, en realidad, agentes comunistas que buscan “derrocar nuestro sistema democrático liberal” para entregar el país al enemigo. Qué importa si el partido mayoritario en el Parlamento, el Partido Demócrata (Partido Minju) haría parecer zadista (2) al primer ministro francés François Bayrou y si siempre contribuyó a defender los intereses de las clases dominantes: considerando la democracia amenazada, Yoon decidió reaccionar suspendiéndola. “Declaro la ley marcial para proteger la República de Corea de las amenazas de las fuerzas comunistas norcoreanas, para erradicar inmediatamente las fuerzas antiestatales pro-Pyongyang inescrupulosas que saquean la libertad y la felicidad de nuestro pueblo, y para proteger el orden constitucional libre”, anunció el 3 de diciembre.

A fin de evitar el retorno de las juntas que habían marcado la historia del país, la Constitución de 1987 autorizó a la Asamblea Nacional a votar en contra de la imposición de la ley marcial. Rápidamente se desplegaron varios centenares de militares para impedir que los diputados sesionaran. También cayeron sobre la Comisión Electoral. Y es que, en la mente de Yoon, la derrota de su partido en las elecciones legislativas de abril de 2024 sólo podía explicarse mediante un fraude (patrocinado por Pyongyang, naturalmente...), cuyas pruebas no dudaba que descubrirían los militares.

Pero lamentablemente para Yoon, una parte de la población conserva la memoria de sus combates contra las dictaduras que gobernaron el país casi sin interrupciones entre la capitulación japonesa en 1945 y 1987. Algunos vivieron el 17 de mayo de 1980, cuando el dictador Chun Doo-hwan (1980-1988) declaró por última vez la ley marcial. En aquel momento, la población de la ciudad de Gwangju se sublevó, antes de ser aplastada por el Ejército con el apoyo de Estados Unidos, dejando más de ciento sesenta muertos según las estadísticas oficiales, sin duda subestimadas. Otros incluso pasaron por los campos en donde los torturadores de Chun “reeducaban” a los “delincuentes”: en general, personas sospechadas de simpatías comunistas.

La otra historia

Todos ellos corrieron hacia la Asamblea para ayudar a los diputados de la oposición a entrar en el recinto antes de que los militares lo impidieran. En el camino, se encontraron con otra parte de la población, en general nacida después de la transición democrática de 1987: personas que creían sinceramente en la democracia coreana, seguras de que se había dado vuelta la página de los años sombríos del país. El miedo de los primeros se encontró con el horror de los segundos, y después lo iluminó.

Rápidamente se formó una marea humana. Los militares vacilaron, la multitud creció y los diputados votaron por unanimidad el levantamiento de la ley marcial. Bastaron algunos días para que la Asamblea votara la destitución del dictador en ciernes.

A la prensa le encantan las historias que terminan bien, y acá había una servida. Mientras la revista británica The Economist elogiaba la “resiliencia” (3) de la democracia surcoreana, un editorial de The Wall Street Journal observaba que “acaba de superar con éxito su prueba más seria en décadas” (4). Yoon era apartado y todo volvía a estar en orden. Seúl seguía siendo el “campeón de la democracia en el mundo” que alababa en marzo pasado el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, en ocasión de una Cumbre para la Democracia celebrada, precisamente, en Corea del Sur (5).

Y después, a medida que salían a la luz los descubrimientos de la investigación parlamentaria, empezó a esbozarse lentamente otra historia. Sobre todo, cuando el Partido Demócrata hizo públicos los documentos preparatorios de los facciosos el 10 de diciembre de 2024. En ellos se leía que el hombre que propuso al presidente Yoon declarar la ley marcial, su ministro de Defensa Kim Yonghyun, había buscado “justificarla (...) desencadenando un conflicto militar con Corea del Norte”, concretamente “enviando drones sobre Pyongyang” (6). Esta información fue corroborada por el descubrimiento de algunas notas de su principal acólito, Noh Sang-won. Ahora bien, la mayoría de los habitantes de la península estaba al corriente del hecho de que, efectivamente, drones surcoreanos habían sobrevolado Pyongyang tres veces en una semana. Pero no la víspera del intento de golpe de Estado de Yoon: casi dos meses antes...

Destrucción de pruebas

Las autoridades surcoreanas habían atribuido aquellos vuelos a una de las organizaciones anticomunistas que desde hace tiempo envían globos cargados de folletos hostiles al Norte. Simplemente habían cambiado de método, explicaron en Seúl, mientras fruncían exageradamente el ceño para mostrar que desaprobaban la iniciativa. Pero esto no fue convincente. El 20 de octubre, el investigador Kim Jong-dae se preguntaba: “¿Qué grupo privado podría llevar a cabo con éxito una operación de infiltración a gran altura en los cielos de Pyongyang sin que el Ejército surcoreano aprobara o guiara activamente el envío de aeronaves cruzando la línea de demarcación militar, que es objeto de una estrecha vigilancia?”. Y Kim concluyó entonces: “Tengo la impresión de que se está perfilando una nueva forma de guerra contra Corea del Norte en la cual la administración no ocupa el centro de la escena, sino que permite que grupos privados operen en su lugar” (7).

Cinco días después del fracaso del golpe de Estado, el 8 de diciembre de 2024, “se declaró” un incendio en el depósito del Centro de Comando que supervisa las operaciones de los drones en Corea del Sur. Mientras que el Ejército explicó que “el incendio fue causado por una descarga eléctrica”, los partidos de la oposición dijeron “sospechar que el Ministerio de Defensa había intentado destruir pruebas relacionadas con el sobrevuelo de Pyongyang usando drones en octubre” (8).

De modo que, lejos de la impresión de apuro y armado improvisado que habían inspirado las imágenes de un Presidente demacrado (y quizás incluso un poco ebrio) y de soldados que no sabían muy bien cómo comportarse, poco a poco fue surgiendo otra imagen. Está claro que los putschistas llevaban varios meses trabajando en su plan. Al final, quizás los demócratas no se equivocaban cuando le preguntaban al Partido del Poder Popular (PPP), en el gobierno, sobre las intenciones del Presidente tras el nombramiento de Kim Yonghyun –con fama de ubicarse en la extrema derecha de un partido ya de por sí muy de derecha– para el puesto de ministro de Defensa en septiembre pasado. “¿Acaso están preparando la ley marcial?”, había preguntado el presidente del Partido Demócrata, Lee Jae-myung, provocando la ira de su interlocutor del PPP en la Asamblea Nacional (9).

Otro descubrimiento fue que la determinación de los facciosos los había llevado a imaginar que estaban provocando un conflicto con Corea del Norte, un país que dispone de armas nucleares... Lo que arroja nueva luz sobre la supuesta llegada de tropas de la República Popular al frente de Ucrania en octubre de 2024. La “información” fue adelantada inicialmente por los servicios secretos ucranianos y retransmitida por la prensa de Kiev (10). El ministro surcoreano de Defensa, Kim Yonghyun, se apresuró en ese momento a corroborar su veracidad (11), un poco como si su proyecto de hacer intervenir la “amenaza” norcoreana para desencadenar la ley marcial en su país lo hubiera llevado a ignorar lo que sabían los servicios secretos surcoreanos, y que pronto los llevó a pedir a los periodistas “que no transmitieran informaciones sobre las tropas norcoreanas provenientes de funcionarios (…)

Artículo completo: 4 883 palabras.

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Renaud Lambert

Jefe de redacción adjunto de Le Monde diplomatique, París.

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