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Keynesianismo militar y gran rearme europeo

Una Europa espartana

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Eugenio Téllez, Alas de plomo (Grafito, foto y Kodalith sobre papel), 2020

Donald Trump alienta a los países miembros de la OTAN a más que duplicar sus gastos de defensa, pasando de un 2 a un 5% de su PBI, exigencia que los líderes europeos se aprestan a cumplir pronta y mansamente. Este aprovisionamiento de armas estadounidenses solo podrá sostenerse a costa de la conocida receta de austeridad.

Y de repente, aparece el vértigo. Para los líderes de las naciones y de las instituciones europeas, la reelección de Donald Trump produce el efecto de un salto al vacío… sin paracaídas. El pasado 9 de febrero, en su red Truth Social, el presidente estadounidense reposteó sin comentarios una cita de Vladimir Putin sobre los políticos europeos: “Van a ver que pronto todos se pondrán a los pies del amo y terminarán moviendo la cola mansamente”. No sólo a Trump le gusta humillar al Viejo Continente, un espacio para él en decadencia, habitado por sibaritas derrochadores y jansenistas mercantilistas que se niegan a pagar el precio justo del paraguas militar estadounidense. Pero el regreso de la política de “America First” (“Estados Unidos primero”) y de cierto aislacionismo echa por tierra el único respaldo que otorgaba credibilidad al compromiso incondicional de Bruselas con Ucrania en su guerra defensiva contra Rusia. Sin el apoyo financiero y militar de Estados Unidos, las jactanciosas declaraciones de Ursula von der Leyen –“Putin tiene que perder esta guerra”, afirmó la presidenta de la Comisión Europea en septiembre de 2022– se convierten, en efecto, en palabras vacías. Para una Unión Europea endeudada, dividida y tambaleante, tanto económica como militarmente, ¿es posible conciliar el apoyo incondicional al presidente ucraniano y los favores de Trump? La respuesta se resume en dos palabras: keynesianismo militar, o cómo endeudarse para llenar sus arsenales con armas estadounidenses y, luego, hacérselo pagar a la población aplicando la receta de austeridad.

Si la profecía de Putin –que Trump difundió de manera poco diplomática– aún espera su pleno cumplimiento, varios líderes políticos ya se han doblegado ante las exigencias del nuevo amo de la Casa Blanca. El 7 de enero, el mandatario había estimado que los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) deberían destinar no el 2%, sino el 5% de su Producto Bruto Interno (PBI) a gastos de defensa. Poco después, comenzaba la procesión de los penitentes. El ministro de Asuntos Exteriores de Lituania celebraba “una presión positiva y constructiva de parte de nuestro principal aliado estratégico en la OTAN”, seguido poco después por el Primer Ministro de Estonia: “Estoy totalmente de acuerdo: nuestro objetivo debería elevarse al 5%” (Financial Times, 27 de enero de 2025). “Soy el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia. Europa ha recibido el mensaje”, escribió Radoslaw Sokoski en una columna publicada en The New York Times (3 de febrero de 2025), procurando adular al presidente estadounidense. “Polonia destina cerca del 5% de su PBI a la defensa, el porcentaje más alto de la OTAN. Nos hemos convertido en uno de los clientes más importantes de la industria militar estadounidense, con decenas de miles de millones de dólares en pedidos desde 2022” (The New York Times, 3 de febrero de 2025). En noviembre pasado, una semana después de la reelección de Trump, e incluso antes de iniciar negociaciones, la presidenta de la Comisión Europea halagaba al vencedor: “Aún recibimos mucho GNL de Rusia, ¿por qué no reemplazarlo con GNL estadounidense, que es más barato para nosotros y reduce nuestros precios de la energía?”. En materia militar, sin embargo, no hacía falta convencer a Ursula von der Leyen: decidida desde junio de 2024 a invertir 500.000 millones de euros en la defensa de Europa durante la siguiente década, prometió el 3 de febrero “crear nuevas flexibilidades, ceder más espacio presupuestario para las inversiones en defensa”.

Abrir la billetera

La invasión de Ucrania por parte de Rusia y el clima de Guerra Fría fomentado por los medios de comunicación y la clase dirigente europea han convencido a los Estados más “frugales” de que ha llegado la hora de abrir la billetera: Dinamarca, Finlandia y Alemania ahora dicen estar “dispuestos a debatir” (1). La publicación este mes del Libro Blanco de la Defensa –encargado a un halcón antirruso, el ex primer ministro lituano Andrei Kubilius– no hará más que reforzar su afán. Esta priorización del gasto militar en las agendas nacionales y europeas también se alimenta de las atemorizantes advertencias de Mark Rutte, Secretario General de la OTAN y ex primer ministro liberal neerlandés: “Debemos acelerar el ritmo colectivamente [...]. Si no asignan mucho más dinero a las necesidades militares que el 2% actual del PBI, tendrán que aprender ruso en cuatro o cinco años, o irse a vivir a Nueva Zelanda” (13 de enero de 2025).

A principios de 2017, cuando Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático, el repudio internacional impulsó a los europeos a colocar (…)

Artículo completo: 2 535 palabras.

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Frédéric Lebaron

Pierre Rimbert

De la redacción de Le Monde diplomatique, París.

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