En kioscos: Abril 2025
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

El “dilema de seguridad” y el rearme europeo

¿Es Rusia realmente una amenaza?

JPEG - 46.9 kio
Mauricio Guajardo, de la exposición Coexistir Pétreo (Granito y basalto), 2024-2025
(Exposición en Galería Artespacio a partir del 9 de abril)

Bruselas desconfía de Moscú. Pero el temor y el error de los europeos no consisten tanto en haber creído en la palabra de Vladimir Putin sino en haber imaginado que podían no cumplir con la suya sin que esto tuviera consecuencias. Así, no es en Moscú donde deben buscarse los riesgos de un estallido general en Europa.

“Francia no es una isla”, advirtió Emmanuel Macron el pasado 20 de febrero en las redes sociales. “Estrasburgo y Ucrania se encuentran a unos 1.500 kilómetros de distancia; no están muy lejos”. Primero, el Donbass, ¿después, Alsacia? El alarmismo sobreactuado del Presidente francés quizá hizo sonreír a su ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, quien –como la mayoría de las personas sensatas– descartó este escenario: “Como es lógico, puesto que somos una potencia con armas nucleares no estamos en la misma situación que un país que carece de ellas” (1). Su predecesor, Hervé Morin, se preguntaba en Le Journal du Dimanche del 9 de marzo: “¿Es realmente necesario que preocupemos en exceso a nuestros compatriotas diciéndoles grosso modo que Rusia representa la mayor amenaza para las fronteras de Francia?”.

La cuestión podría plantearse en los mismos términos en Alemania, o en España o en Italia. Pero, ¿más al Este y en torno al Mar Báltico? ¿Se avecina un conflicto mayor en el corazón del Viejo Continente? Salvo contadas excepciones, personalidades y líderes europeos ya no se preocupan por usar el condicional: el Ejército ruso se prepara para la acción. En una nota publicada el 1° de marzo en el periódico Le Parisien, Macron explicó que, en caso de un alto el fuego duradero en Ucrania, Moscú va a atacar “sin lugar a dudas Moldavia y quizá también Rumania”. Para Raphaël Glucksmann, eurodiputado por el partido Place Publique, “las tropas rusas van a cruzar las fronteras” de Estonia y Letonia (Le Monde, 22 de febrero). Una versión reciclada de la teoría del dominó expuesta dos días antes en L’Express afirma: “Vladimir Putin […] no se detendrá hasta poner de rodillas a Ucrania, antes de dirigirse contra Georgia, Moldavia e incluso los países bálticos y Polonia…”.

La perspectiva occidental

Visto desde Bruselas o París, existen dos obstáculos que tornan imposible la vía diplomática: la convicción de que Rusia sólo entiende el lenguaje de la fuerza y la certeza de que Putin miente. Esta desconfianza se arraiga en una determinada lectura de las causas del conflicto, cuya responsabilidad recaería enteramente en Moscú. Las tres últimas décadas fueron reinterpretadas a la luz de una serie de guerras rusas: Chechenia (años 1990), Georgia (2008), Crimea-Donbass (2014) y, por último, la invasión generalizada a Ucrania (2022). Puestos en perspectiva, estos conflictos responderían a un plan de restauración de las fronteras soviéticas, o incluso de una zona de influencia en Europa, en especial a través de la manipulación de las elecciones. La invasión generalizada a Ucrania, luego de que Rusia se comprometiera en 2015 a resolver la cuestión de las repúblicas separatistas prorrusas del Donbass por medios diplomáticos, demostraría que el Kremlin sólo estaba aguardando un pretexto para avanzar. Pensar lo contrario equivaldría a ser un “ciego” o, incluso, a tener una “fascinación” por Rusia, ante la cual Occidente habría demostrado una debilidad execrable (2).

En realidad, el error de los occidentales no consiste tanto en haber creído en la palabra de Putin, sino en haber imaginado que podían no cumplir con la suya sin que eso tuviera consecuencias. Cuando patrocinaron los Acuerdos de Minsk en 2015, París y Berlín no buscaban en absoluto aplicarlos, tal como lo reconocieron posteriormente el ex presidente François Hollande y la canciller Angela Merkel. Dejaron que Kiev hiciera de la recuperación del control de su frontera un requisito previo para la organización de elecciones locales, pensando que el Kremlin se conformaría con un estancamiento. Por lo demás, algo que han advertido muchos otros observadores: en el pasado, ¿acaso el Kremlin no se limitó a mantener separatismos similares de baja intensidad en Georgia o Moldavia con el objetivo de asegurarse de que esos países no se unieran a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)? Además, tanto Francia como Alemania consideraban que habían hecho una concesión importante al aceptar, sin demasiadas protestas, la anexión de Crimea, cuando ambos países continuaban con sus cooperaciones económicas, especialmente en materia energética.

La perspectiva rusa

Sin embargo, los occidentales olvidaron un detalle: a los ojos de Moscú, Ucrania no es ni Georgia ni Moldavia. Desde 1991, la inclinación de Rusia a considerar Bielorrusia y Ucrania –el corazón “nacional” eslavo y ortodoxo del antiguo Imperio zarista– países íntimamente ligados a ella nunca se debilitó: representan mucho más que una zona de influencia (3). La anexión de Crimea tenía como objetivo hacer que los occidentales reconocieran esa línea roja y lograr poner un freno –de manera oficial– a la expansión euroatlántica hacia Kiev. Como ese objetivo no se logró, Rusia decidió retomar el camino de la hostilidad.

La particularidad del caso ucraniano debería evitar que se haga una transposición indiscriminada de esta situación a otros países de Europa del Este. Si bien la geografía sitúa (…)

Artículo completo: 2 737 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de abril 2025
en venta en quioscos y en versión digital
E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl

Adquiera los periódicos y libros digitales en:
www.editorialauncreemos.cl

Hélène Richard

De la redacción de Le Monde diplomatique, París.

Compartir este artículo