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Un país en reconstrucción, lejos del trekking y el folclore turístico

Por las rutas de Nepal

Desde las rutas polvorientas hasta las cimas del Himalaya, Nepal se reconstruye entre el turismo, la corrupción y la migración masiva. En Thabang, cuna de la insurrección maoísta, la memoria de la revolución persiste, mientras miles de nepalíes buscan futuro en el extranjero.

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Daniel Guajardo, No hay un sueño de mañana (Óleo sobre tela), 2023
(Gentileza Isabel Croxatto Galería)

En moto, son dos días. Tres en autobús, si no te pasa nada. Pero el pueblo de Thabang, foco de la insurrección maoísta en Nepal (1996-2006), está a solo 400 kilómetros de la capital del país, Katmandú, hacia el centro-oeste. Una ruta verdaderamente extenuante. La autopista Mahendra, que lleva el nombre de un antiguo rey nepalí y es considerada el eje principal de circulación del país, está siendo sometida a enormes obras de ensanche que parecen no tener un fin a la vista. Se circula a 20 kilómetros por hora, con la espalda estropeada, respirando el polvo omnipresente.

Pero lo peor está por venir. Al salir de la “autopista” y subir hacia las estribaciones del Himalaya, el asfalto desaparece para ser sustituido por carriles abiertos por excavadoras. Cada monzón, hacia el mes de junio, torrentes de barro y piedras ruedan por estos caminos de tierra mal apuntalados. Las máquinas vuelven a atacar los acantilados, para disgusto de los trekkers (senderistas) que vienen de todas partes del mundo. “Para mí, el Tour de Annapurna se ha acabado –lamenta Tobby, un diseñador web de California–. Hace diez años, la gente vivía en sus pueblos aferrada a las montañas, aislada del mundo. Era realmente auténtico. Ahora no paran de adelantarte jeeps y camionetas que te echan toneladas de polvo en la cara”.

En 2023, Nepal recibió un millón de turistas, de los cuales el 40% eran asiáticos (indios, chinos y coreanos), recuperando su concurrencia previa a la pandemia de Covid-19. De ellos, el 14% vino a pasear por las montañas, y 500 intentaron alcanzar la ahora masificada cumbre del Everest. Pero los inconvenientes de Tobby, o las pseudo explotaciones de un Inoxtag (el joven influencer que decidió escalar el techo del mundo y hacer un documental sobre ello) (1), siguen estando muy lejos de las preocupaciones de los nepalíes. “¡La finalización del sendero nos ha cambiado la vida por completo!”, dice con entusiasmo Laxmi Pun Magar, habitante de Thabang. Coincide con todas las personas que conocimos en la región de las estribaciones del Himalaya, en donde vive el 45% de los nepalíes. “Antes teníamos que caminar tres días para llegar al pueblo. Muchas mujeres morían en el parto, porque no podían llegar al hospital. Y ni siquiera teníamos electricidad”.

Llegar tras dos días de ruta es sorprendente. Visto desde lejos, es un viejo pueblo de piedra aferrado a la ladera de la montaña, con los tejados pintados de azul, rodeado de parcelas en terrazas: cada familia cultiva trigo, cebada y mijo. Los arrozales están abajo, a orillas del río por donde corre el agua de los glaciares del Himalaya, un fenómeno potencialmente peligroso: Nepal es uno de los países del mundo más afectados por el cambio climático, que está provocando el deshielo de los glaciares y la ruptura de las morrenas que retienen el agua en los lagos. Por todas partes, mujeres y niñas, algunas muy jóvenes, caminan llevando en la espalda cestos de caña atiborradas con pesadas cargas. Madera, sacos de arroz, cemento o piedras.

¿Un nuevo Nepal?

Nada más entrar en el pueblo, nos recibe un enorme mural con retratos de Karl Marx, Friedrich Engels, Lenin, Joseph Stalin y Mao Zedong. Paseamos por las calles peatonales, intrigados por las largas frases pintadas en las paredes de las casas. “¡Viva la revolución permanente del pueblo!”, traduce Uday Gharti Magar, docente de ciencias en la escuela secundaria local. También: “¡Vida eterna a nuestros valerosos mártires!”. En el centro del pueblo, decenas de jóvenes, hombres y mujeres, juegan animadamente al bádminton. ¿Quién podría imaginar que este patio de juego sería el escenario de una tragedia que aún hoy atormenta a la gente? El 12 de abril de 2002, el ejército real invadió Thabang, quemó una decena de casas y mató a sus habitantes. “Como mucha gente del pueblo, vengo de una familia maoísta. Mi padre, mi hermano y mi hermana, todos ellos se unieron a los rangos de los rebeldes”, explica el docente en tono distendido.

En 1996, cuando el Partido Comunista de Nepal (Maoísta) lanzó la revolución, la región de Thabang fue una de las primeras en estallar. El objetivo de los combatientes era derrocar la monarquía, instaurar la democracia, eliminar la discriminación contra los dalit (llamados “intocables”) y los grupos étnicos indígenas, y luchar contra la pobreza. Siguió una brutal represión, llevada a cabo por las fuerzas reales apoyadas por las dos organizaciones políticas autorizadas en aquel entonces, el partido Congreso Nepalí (NC por Nepali Congress, en inglés) y el Partido Comunista de Nepal (Marxista-Leninista Unificado, UML por sus siglas en inglés) –este último había abandonado hacía tiempo cualquier perspectiva de derrocar el régimen, o incluso de marxismo–.

La insurrección se extendió gradualmente por todo el país, convirtiéndose en una guerra civil. En los pueblos no había ninguna neutralidad. O se era maoísta, del NC o del UML. Tras diez años de conflicto y más de 17.000 muertos y 1.300 desaparecidos, según la ONG suiza TRIAL International, el 80% de los cuales eran civiles considerados rebeldes, se firmó un acuerdo de paz en 2006, seguido dos años después por la abolición de la monarquía y la elección de una asamblea constituyente (2). Los maoístas obtuvieron el 38% de los escaños, lo que suscitó grandes esperanzas entre las masas empobrecidas del país, incluso en familias con sello del NC o UML. “En ese momento, las expectativas de la gente eran inmensas. Gracias a la fuerza de cambio de los maoístas, íbamos a vivir un nuevo Nepal. Pero pronto nos dimos cuenta de que los maoístas se comportan exactamente igual que los demás, que simplemente estaban ávidos de poder y dinero. Y dispuestos a todo para satisfacer sus deseos”, recuerda Deepak Thapa, director del Social Science Baha, un influyente centro de investigación del país.

Restos de la revolución

El paso de los maoístas por el poder fue breve. En Nepal, el poder ejecutivo está en manos del primer ministro. En 2008, estuvieron en el poder solamente 300 días. Regresaron en 2011 durante menos de 200 días, en 2016 durante menos de un año, y luego en 2022 durante un año y 200 días. Pero la ruptura con la población ya había comenzado. Ninguna de las personas con las que hemos hablado, sea cual sea su tendencia política, dejó de denunciar los escándalos de malversación y nepotismo en los que estuvieron envueltas las grandes figuras de la “revolución”. El último caso es el de Krishna Bahadur Mahara, ex ministro de Asuntos Exteriores en 2017 y luego presidente de la Cámara de Representantes (2018-2019), detenido por tráfico de oro. Los hijos del vicepresidente de la República Namda Bahadur Pun, ex comandante en jefe de las tropas maoístas durante la guerra civil, también estuvieron implicados en este tráfico. En cuanto (…)

Artículo completo: 3 707 palabras.

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Pierre Daum

Periodista.

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