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Historia, tradiciones y leyes de migraciones

El racismo que llevamos dentro

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Diego Romo, de la serie De lo intenso-interno (Grabado en metal Punta seca, intervención con acuarela), 2000 - 2010

Cuando en 2017 Joane Florvil acudió a la Municipalidad de Lo Prado buscando recuperar los documentos que le habían sido robados, no imaginó que mientras buscaba un traductor que le permitiera comunicarse, y confiaba su niña a un guardia que veía como una autoridad confiable, su acto sería visto como abandono. Nadie se esforzó por conseguir un traductor o tratar de entenderla. Joane fue detenida. Luego, fue fotografiada, insultada en redes sociales y humillada por los medios, convirtiéndose en objeto de múltiples irregularidades institucionales marcadas por el racismo que descompensaron su salud provocándole la muerte (sobre la cual aún no hay claridad). Posteriormente, su esposo no pudo recuperar a su hija pues ella fue institucionalizada, al mismo tiempo que él entraba en una maraña burocrática que le obligó a seguir cursos para demostrar que podía ser un buen padre. Joane era migrante, haitiana, afrodescendiente y no hablaba español. Toda la violencia del racismo se había desatado contra ella.

El 14 de marzo de este año leíamos en distintos medios que se cuestionaba la reunificación familiar de niños y niñas de Haití que llegaban al aeropuerto de Santiago en vuelos pagados por sus familias. Más allá de las dificultades de quienes no pudieron ingresar a causa de las malas gestiones de la empresa contratada, y que dejó pasar el tiempo hasta que se venció el documento que autorizaba el ingreso a Chile, vimos el trato racista que públicamente se produjo. Se dudó de que pudieran pagar un pasaje que durante meses o años las familias habían ahorrado. Se olvidó cuántas personas haitianas trabajan en Chile, y los sacrificios que hacen para organizar sus vidas. Se olvidó que Haití vive una escalada de violencia armada que ha provocado desplazamientos masivos, cuyas consecuencias son muy graves.

Migración obligatoria

Estas situaciones no solo suceden en nuestro país, que desde los años noventa se convirtió en país de inmigración atrayendo a personas de países fronterizos y del Caribe. Son millones las personas en el mundo que experimentan condiciones similares, que emigran obligadamente y son objeto de maltrato permanente. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), ya en 2020 se desplazaba un 3,6% de la población mundial, es decir, eran aproximadamente unos 281 millones de personas. Esta realidad injusta que experimentan quienes abandonan sus hogares, que en ocasiones entran en contacto con mafias, exponiendo las vidas de sus familias y buscando un lugar donde vivir, implica un rechazo construido sobre sus países y sus situaciones. En Chile podemos observar sus incertidumbres debido a la precarización laboral, junto a las repetidas y sistemáticas discriminaciones por parte de los nacionales.

Es así que, tomando en cuenta los efectos que actualmente tiene la discriminación de carácter racista sobre las personas migrantes que desde los años 90 han llegado a Chile, y también sobre las relaciones que mantienen con la población chilena, consideramos que la categoría “migración” ha sido construida negativamente. No solamente por los hechos que actualmente dejan ver la visión de sospecha sobre sus presencias en el país, sino por condiciones históricas y sociales donde, por ejemplo, están presentes las nociones de “civilización” y de “raza”, que distinguen hoy. entre extranjeros y migrantes. Así, se señala a los europeos como un aporte para el mejoramiento físico-racial e intelectual, y a los migrantes como objeto de racismo y de xenofobia. Lo que opera acá es un corte biológico racista, pues se trata de la distinción que se hace entre un extranjero visto como amigo, y un migrante visto como enemigo. Dicha distinción proviene de la lógica del paradigma inmunitario, según la cual la comunidad se constituye protegiendo a unos y destruyendo a otros. Además de esta división, con la persona migrante emergen otras que dividen por el color de la piel, la clase, el sexo, o el país de origen. Esta ruptura termina dividiendo al “cuerpo social” según la línea de fuerza dibujada por los saberes, donde los dispositivos ligados al discurso moderno de la “raza” indican una clara señal hacia la muerte.

El racismo institucional opera biopolíticamente, seleccionando, racializando y animalizando (Brossat, 1998), en un contexto de alto desplazamiento de migración trabajadora y de gran porosidad de las fronteras. Este racismo se puede observar también en el sistema migratorio, dado que las políticas nacionales tienen un enfoque restrictivo y discriminatorio, especialmente contra migrantes que llegan desde Haití, Venezuela o Colombia. Los requisitos burocráticos para su entrada o su estadía dificultan la regularización, dejando a muchos en situación irregular, lo que los hace extremadamente vulnerables. En suma se trata de “dejar vivir” a personas migrantes racializadas que sirven como mano de obra del trabajo más precarizado, y al mismo tiempo gestionar mediante ilegalismos la mano de obra barata que proviene de la persona migrante que está en condición irregular. Esta práctica, ampliamente llevada a cabo en Chile, implica que la falta de papeles convierte a los migrantes en seres que trabajan en pésimas condiciones, pero que al no tener base administrativa, experimentan una vida abandonada en un turbio umbral entre hecho y derecho.

El migrante como mercancía

Así, a la persona denominada como “migrante”, además de sacarla de su lugar como un ser que tiene una historia y una memoria, es producida como alguien imperceptible para el capital, y que si bien se trata de quien deviene invisible para la sociedad y las instituciones, el capital profita de su condición de imperceptible, extrayendo valor de alguien que no obstante, deja de ser sujeto de empatía. En cambio, la persona migrante se vuelve objeto de “expertos”, que corroboran la reducción de las personas migrantes a “objetos” –principalmente para las policías–, haciendo de quienes migran una preocupación de orden securitario. En este marco, se traduce en un ser sin valor social, pero de valor económico. Si Marx ha observado en el fetichismo de la mercancía que los humanos se relacionan entre sí como si fueran cosas, y que las cosas interactúan entre sí como si estuviesen animadas, en este marco el migrante solo puede ingresar como (…)

Artículo completo: 3 233 palabras.

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María Emilia Tijoux

Socióloga, académica de la Universidad de Chile, doctora en sociología de París 8. Investiga temáticas de la inmigración y el racismo en Chile.

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