Desde que comenzó el segundo mandato de Donald Trump el 20 de enero de 2025, la reapertura del diálogo con Moscú ha dado mucho de qué hablar en las capitales europeas. En los debates televisivos se repite la sospecha de una colusión entre el presidente estadounidense y el dirigente ruso, unidos por una misma ideología conservadora y por sus tendencias autoritarias. Pero es posible observarse, incluso admirarse, sin aliarse…
Antes que nada, Vladímir Putin y Donald Trump comparten los odios. Los dos denuncian por igual el “wokismo” y la cultura de la cancelación. A ambos les resulta lamentable el creciente relativismo, que es tanto el causante como el principal caballito de batalla de la lucha de las personas trans (u homosexuales, en el caso de Putin). La Unión Europea, con su pretensión de encarnar los valores democráticos y liberales, es vista como un sinsentido que hay que neutralizar. Ambos abogan por volver a los valores tradicionales, a las jerarquías “naturales” que atribuyen al “sentido común”. Cada uno a su manera imagina que su país va a abrir el camino para restaurar un Occidente que supuestamente está hundido en el nihilismo. Los dos rechazan la democracia parlamentaria representativa, reivindican una autoridad carismática y se oponen a limitar las facultades del poder ejecutivo.
Potencias ancladas
Sin embargo, también existen diferencias significativas entre ambos, que suelen prevalecer. Putin aspira a un mundo multipolar en el que la influencia de Estados Unidos se limite al continente americano. En una entrevista concedida a Tucker Carlson el 8 de febrero de 2024, el presidente ruso dejó clara la importancia que otorga a su visión de potencias ancladas en su geografía y en su historia. Putin ofreció al experiodista de Fox News una exposición detallada sobre Ucrania y su alineación histórica con el mundo ruso, eslavo y ortodoxo. Por su parte, la doctrina “America First” (o “Estados Unidos primero”) de Trump oscila entre reconocer la multipolaridad, reenfocarse en su propio continente y reafirmar una supremacía mundial basada enteramente en las relaciones de poder militar o económico, en lugar de seducir a los países extranjeros mediante el poder blando [1].
Aunque ambos líderes desean restaurar la antigua gloria de sus países, no comparten la misma percepción de la grandeza nacional. Rusia opta por sacrificar parcialmente los intereses materiales de la población en aras de la política exterior. En cambio, en Estados Unidos, las relaciones de poder que operan sobre otros países están siempre al servicio de los ciudadanos estadounidenses, por ejemplo privilegiando la relocalización de empresas que generen puestos de trabajo o el acceso a recursos. Además, Trump reproduce a nivel internacional la disputa política interna criticando a los europeos que concuerdan demasiado con la ideología del Partido Demócrata.
Las dos propuestas políticas (ya sea en el marco del régimen consolidado en Rusia, o del proyecto recién esbozado en el caso estadounidense) presentan marcadas diferencias institucionales y sociales. Para Putin, el Estado y sus altos funcionarios son la encarnación de la nación y, por eso mismo, los valores, las políticas y toda la sociedad deben amoldarse a él. Por su parte, Trump sueña con un poder ejecutivo omnipotente que controle la justicia y el ejército, pero pretende desmantelar el Estado federal, reducir drásticamente el número de funcionarios y desregular la economía nacional.
Ganar la guerra cultural
Por otro lado, tanto el putinismo como el trumpismo constituyen ecosistemas ideológicos donde convergen intereses diversos. En Rusia, el bando de los “realistas” reúne a los partidarios de una gran potencia rusa que dialogue con el Occidente de Trump o de Viktor Orbán —vistos como fuente de inspiración— y a antiguos occidentalistas decepcionados por la relación con Occidente de otros tiempos. Pero otro sector del establishment ruso considera que Rusia en tanto Estado-civilización es esencialmente opuesto al “Occidente colectivo”. Además, en los últimos tres años, la diplomacia rusa estrechó lazos con el Sur Global (al que llaman la “mayoría mundial”).
En Estados Unidos, las viejas (…)
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