Frente al avance de un gobierno que declara una “batalla cultural” contra lo que denomina “zurdos empobrecedores”, artistas e intelectuales reflexionan sobre las formas de resistencia creativa en tiempos donde la precarización y el desfinanciamiento intentan adormecer el pensamiento crítico.
El insomnio como usina, taller o fuelle. “Tenemos por delante una tarea deliciosa, que nos va a quitar horas de sueño y de nuestra salud, para pensar en lo que el sistema económico no nos va a permitir”, dijo la cineasta Lucrecia Martel cuando se anunciaba el triunfo electoral de Javier Milei como futuro presidente: “No vamos a poder estar rentados para pensar, vamos a tener que pensar sin apoyo económico”. Esa subvención del pensamiento, epítome de aquello que se rebana con motosierra, es eliminada con el grito histérico: “¡Afueraaa!”. La batalla cultural no es un efecto colateral sino un elemento central de cualquier proyecto político que proponga alguna clase de refundación: ni la economía ni la cultura, ni las ciencias ni las artes quedan intactas. En las horas sin sueño, el artista piensa. Ahí se gesta una idea.
Como otros anteriores, el de Milei es un gobierno de afán restaurador: se propone refundar un país. La batalla cultural, apuntada hacia los “zurdos empobrecedores”, está asociada a eliminar políticas de género y de derechos humanos, reducir el Estado, preparar privatizaciones y promover valores conservadores. Según la consultora de opinión pública Alaska Discurso y Estrategia, “algo tuvo que cambiar para que tantos votaran a un personaje que corrió los límites de lo decible, naturalizó el insulto, profanó consensos democráticos, propuso eliminar el Estado, despreció el método científico y amenazó a minorías”. Y a pesar de que la causa principal del voto fue económica, una fracción ruidosa apoyó aquellos fundamentos con la amenaza de “¡van a correr!”. Pero la batalla cultural plantea una paradoja y una redundancia porque la idea misma de darle pelea anula la posibilidad de la cultura. “Si el poder estético, formal y ético de la cultura obtiene su fuerza de la contradicción de las normas sociales y políticas importantes e, incluso, de la exposición de tensiones no resueltas, siempre languidecerá bajo una tiranía”, escribió el historiador alemán Michael H. Kater, experto en la represión cultural del nacionalsocialismo y otros gobiernos autoritarios (1). La batalla cultural funciona en términos de anulación y reemplazo según apreciaciones morales. El “arte degenerado” es el arte público opuesto a lo virtuoso, siempre definido por el artículo masculino y singular: “El privado”.
Hacer cultura
“Formular la idea de ‘batalla cultural’ es técnicamente una redundancia porque cualquier forma de cultura es en sí misma una forma de dar batalla, ya que todo Estado en el capitalismo es el garante de la opresión de una clase sobre otra y eso incluye a la cultura”, dice el gestor cultural Daniel Mecca, creador del festival BorgesPalooza, el Centro de Atención al Lector y Poesía- PorWhatsApp, entre otros emprendimientos: “Más allá de entender esto en la teoría, y sus diferentes graduaciones de acuerdo a los tipos de gobiernos, lo importante es llevar la comprensión a la práctica y la mejor manera de hacer cultura es… haciéndola”. Parece obvio pero no lo es: ahí donde los gobiernos ataquen y trastornen los cimientos sociales, como sucede en la emergencia de la ultraderecha en el mundo, una reacción instintiva puede ser la parálisis. “Hay una tendencia al repliegue, a perder la iniciativa, a paralizarse, al cierre directamente, sea por la inevitable ausencia de recursos económicos o por la propia desmoralización que produce. O, generalmente, ambas a la vez”, dice Mecca. El soporte material para la creación desaparece: aflora el insomnio.
“Tenemos que gastar más horas de sueño para combatir”, dice Patricio Cerio, escritor y editor de La Conjura, una editorial independiente: “Me parece muy acertado el vínculo entre batalla cultural y exterminio porque está planteado en esos términos: quieren intensificar la idea de dos bandos que están destinados a eliminarse entre sí y eso invisibiliza un montón de matices cromáticos que existen dentro de una sociedad”. Mientras la política mundial avanza una vez más hacia el autoritarismo, allá o acá se intensifica la retórica bélica. La comunicación oficial repite la palabra “batalla” mientras identifica un enemigo marcado por la metáfora: orco o mandril (más allá de la fijación anal que parece ser otro signo de época, dícese de alguien que tiene “el culo roto”). Cada triunfo se celebra con una libación: los ganadores circunstanciales beben “lágrimas de zurdos”. Según Cerio, “lo que se busca es una lucha elemental y literal, peligrosa en su incapacidad para reconocer metáforas y en su obsesión por los (…)
Texto completo en la edición impresa del mes de mayo 2025
en venta en quioscos y en versión digital
E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl
Adquiera los periódicos y libros digitales en:
www.editorialauncreemos.cl