El ascenso de la extrema derecha en Rumania refleja el desencanto con un modelo europeo que relegó al país a la periferia económica. Tras décadas de políticas neoliberales y emigración masiva, los rumanos buscan en el nacionalismo las promesas de soberanía y protección social que los partidos tradicionales no supieron ofrecer.

Antes de unirse al Mar Negro, el río más grande de Europa tropieza con su aluvión y deambula por un vasto delta. En Tulcea, la ciudad más oriental de Rumania, el Danubio se bifurca en tres brazos. El de Chilia traza la frontera con Ucrania. Inmensas zonas naturales se observan hasta donde alcanza la vista desde la colina del monumento a los héroes: allí se celebra “la bravura del pueblo rumano en la guerra de liberación de la dominación otomana”, la guerra ruso-turca de 1877-1878 que culminó con la independencia del país.
En el horizonte, está humeando. Volutas blancas salen de las chimeneas de una usina local, una de las pocas que todavía no fueron cerradas. Otras volutas, grises esta vez, emanan de un terreno vacío donde los habitantes queman diversos desechos. Otras más oscuras se elevan todavía detrás de la frontera ucraniana. La guerra no está lejos: algunos pedazos de drones ya han caído en territorio rumano. Muchas veces por semana, los habitantes de Tulcea reciben en plena noche una alerta sonora estridente. Sus teléfonos les previenen de un “riesgo de caída de objetos del cielo”.
No mezclarse en la guerra
“Es estresante”, confiesa Marius Tudorie. Cuerpo musculoso y barba cuidadosamente recortada, este ingeniero de 49 años trabaja desde hace 17 años para el astillero naval de la ciudad. Es también el vicepresidente de la rama local de la Alianza para la Unidad de Rumania (AUR, extrema derecha) y uno de los seis nuevos elegidos de ese partido para el consejo regional. Después de haber militado para la Alianza de liberales y demócratas (ALDE), se unió, en el 2020, al partido de George Simion, favorito de la elección presidencial prevista para el 4 y el 18 de mayo. Hace cinco años, la AUR hacía su entrada triunfal al Parlamento rumano obteniendo 33 bancas sobre 330. En las elecciones legislativas de diciembre último, este partido ultranacionalista de tendencia fascistoide ha duplicado su cantidad de diputados, en una Cámara que cuenta actualmente con otras dos formaciones de extrema derecha: SOS Rumania de Diana Iovanovici-Șoșoacă, con 27 bancas y, con 23 bancas, el partido de la juventud (POT) de Anamaría Gavrilă, aliado de Călin Georgescu en la presidencial.
Un conjunto de factores fomenta esta oleada. Entre ellos, la paz, reclamada por los partidos de extrema derecha. “Rusia no puede ser derrotada, Rumania no debería mezclarse en esta guerra –considera Tudorie–. Tenemos un presupuesto deficitario, se nos imponen medidas de austeridad. El dinero de la guerra debería servir para el desarrollo del país.” No más solidaridad con los refugiados en el 2022: es preciso decir que el nivel de vida de los rumanos, uno de los más bajos de la Unión Europea, fue consumido por una inflación que Eurostat mide en más del 5,8% en el 2024, después del 12% en el 2022 y del 9,7% en el 2023.
A Tudorie le gustaría ver una “Ucrania neutra, tampón entre la Unión Europea y una Rusia” a la que no imagina invadiendo su país. Si bien le teme a una guerra nuclear, su principal preocupación por el momento es el destino del astillero naval: “el 25% de la economía y de los empleos de la ciudad están ligados a él. Si la guerra continúa y se extiende, podría transformarse en un riesgo para la región. Bastaría que un dron cayera encima para que el precio de los seguros aumentara y, por lo tanto, los costos de explotación…”, se alarma, antes de fustigar “la homogenización cultural impulsada por la Unión Europea” y el “riesgo que presenta para nosotros la afluencia de migrantes”. Sin embargo, considera de interés nacional permanecer en la OTAN y en la Unión Europea. Como nueve de cada diez rumanos (1). Pero, al igual que el 40% de sus compatriotas, encuentra que Bruselas interfiere en la soberanía nacional y el 80% de ellos desea que su país negocie condiciones más favorables.
La añoranza de la soberanía perdida Privatizado en el 2000 en beneficio de un grupo noruego constructor de barcos que abastecían a las plataformas petroleras marinas, el astillero naval de Tulcea pertenece hoy a un grupo italiano especializado en naves de crucero. Su importancia en la economía de la región se debe al declive de casi todas las otras industrias. La guerra ha afectado seriamente al turismo. La agricultura padece la competencia del trigo ucraniano, después del aumento súbito de los derechos de aduana por parte de Bruselas. Un “pase libre” lo consideran los campesinos rumanos.
“Rumania no tiene brújula, es una colonia”, estima Tudorie. El preferiría un jefe capaz de defender los intereses nacionales –como Donald Trump y Viktor Orban lo hacen en los Estados Unidos y en Hungría– a un presidente como Klaus Iohannis, quien ha interiorizado el rol subalterno al que la (…)
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