
Todavía desconocidas, las infecciones fúngicas representan una nueva amenaza sanitaria a escala global. Favorecidas por la industrialización de la agricultura, en particular de la horticultura, estas enfermedades prosperan en la medida en que avanza en uso de pesticidas que vuelven más resistentes a los hongos que afectan luego también a humanos. Prácticas de cultivo más ecológicas podrían evitar su avance.
Recta durante kilómetros, la ruta parece cortar límpidamente los campos de tulipanes. Situada en el corazón de la Holanda histórica, a cuarenta kilómetros de Ámsterdam, la Bollenstreek –o región de los bulbos– es conocida por sus dunas costeras, su suelo arenoso y su clima templado favorable al cultivo de flores. Sam Van Schooten instaló su vivero allí hace unos veinte años. En sus amplios depósitos, miles de bulbos de tulipanes, dalias y lirios se apilan sobre los pallets a la espera de ser despachados a todo el mundo, o de atravesar un falso invierno en una cámara de frío. La humedad es palpable en todo el lugar y apenas es dispersada por los enormes ventiladores que giran a toda velocidad diez metros por encima del suelo.
Este ambiente se revela como muy favorable al desarrollo de hongos fitopatógenos que provocan enfermedades criptogámicas (de las plantas). “Más que los insectos u otros parásitos, para nosotros, los horticultores, éste es un problema de grandes dimensiones”, reconoce. ¿Los dos hongos más extendidos? El Botrytis y el Fusarium, verdaderas plagas para las 1.500 variedades de plantas que cultiva en su explotación de 10 hectáreas. Reconoce que liberarse de ellas implicó recurrir masivamente a los fungicidas, sobre todo en tres etapas clave: la pulverización de los bulbos en flor antes de plantarlos; la de los campos, a medida que crecían y, por último, la pulverización después de la cosecha, en el momento del almacenamiento. “Pero todos nuestros pesticidas son ecológicos”, sostiene.
Para elevarse al rango de primer exportador mundial de bulbos y flores cortadas –el 52% del mercado con un valor estimado en 4.700 millones de euros en 2024 (1)–, los Países Bajos desarrollaron un modelo agrícola extremadamente intensivo, basado en la innovación tecnológica y en el uso masivo de pesticidas –fungicidas, insecticidas, herbicidas y antiparasitarios–. Esta actividad sigue estando muy ligada a la historia del capitalismo. Ya a mediados del siglo XVII, la primera “tulipomanía” enloqueció a un mercado en el que ciertos bulbos raros se vendían más caros que los edificios del centro de las ciudades. “La carrera por ser competitivos es constante –afirma Van Schooten. Nuestro 2% de ganancias anuales se reinvierte automáticamente en innovación: acá, cuando las cosas funcionan, ¡compramos un tractor, no una Ferrari!”. Y esto tiene efectos desastrosos en los planos social y medioambiental: en los Países Bajos, la fumigación intensiva de productos fitosanitarios provocó el desarrollo de un hongo patógeno para el ser humano, el Aspergillus fumigatus, que desarrolló cepas resistentes. Cuando infectan a personas ya enfermas, puede impedir su curación durante mucho tiempo.
Expansión de las infecciones fúngicas
Dentro de nuestro medioambiente, en nuestros alimentos, en nuestro organismo: los hongos crecen en todas partes, igual que las bacterias y los virus. Los micólogos calculan que hay 3,8 millones de especies en la Tierra, de las que sólo 150.000 fueron objeto de una descripción científica (2). La mayoría es inofensiva o incluso responsable de simbiosis esenciales para el organismo. Varias presentan un interés terapéutico considerable en campos como la psiquiatría, la neurología o la infectología. La penicilina, por ejemplo, el primer antibiótico identificado como tal en el siglo XX, procede de un moho.
Pero los hongos son responsables de infecciones fúngicas invasivas (IFI), también llamadas “sistémicas”. Mientras que las infecciones fúngicas superficiales afectan a la piel, las uñas o las mucosas, las IFI implican la diseminación del hongo en los tejidos internos del cuerpo, y pueden propagarse por la sangre o los órganos vitales. Por ejemplo, la levadura Candida, presente de forma natural en la piel, las mucosas o el tubo digestivo, puede proliferar y causar candidiasis oral, frecuente en los lactantes. Hablamos de candidemia o candidiasis invasiva cuando se propaga por el torrente sanguíneo y causa una infección grave, que puede conducir a la muerte.
Estas infecciones por hongos se están extendiendo por todo el mundo, y algunas causan preocupación por su propagación espectacular. El hongo Candida auris se detectó por primera vez en el oído de una mujer en Japón en 2009. Los centros para el control y la prevención de enfermedades de Estados Unidos consideran que ahora representa una “amenaza mundial”, con un alza rápida de casos registrados en ese país: de 51 en 2016 a 4.514 en 2023 (3).
Porque aumentó la esperanza de vida de las personas frágiles, la mejora de la medicina occidental moderna en la década de 1980 también aumentó la prevalencia de las IFI. “El uso creciente de tratamientos inmunosupresores, el desarrollo de trasplantes de órganos o de médula ósea y la quimioterapia aumentaron considerablemente la cantidad de personas inmunodeprimidas dentro de la población de los países desarrollados, y esto aumentó mecánicamente el número de personas en riesgo”, analiza Fanny Lanternier, directora del Centro Nacional de Referencia de Micosis Invasivas y Antifúngicos (CNRMA) del Instituto Pasteur. Así, las IFI registradas en 2023 por el CNRMA se diagnosticaron principalmente en pacientes internados en los servicios de hematología y terapia intensiva.
En Francia, un estudio nacional sobre las IFI hecho en base a datos del Programa de Medicalización de los Sistemas de Información (PMSI), identificó cerca de 36.000 casos durante el período 2001-2010, y estimó una incidencia global de 5,9 casos cada 100.000 personas por año. La aspergilosis invasiva representaba el 26% de estas infecciones, por detrás de las candidemias (43%). La investigación también mostró un fuerte aumento de la incidencia de las infecciones más mortales en el transcurso del período estudiado. “Las infecciones fúngicas dependen de los factores de riesgo de la población general –sigue explicando Lanternier–. Las IFI, relacionadas con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), por ejemplo, están en una baja marcada, particularmente gracias al uso generalizado de tratamientos antirretrovirales. A la inversa, las infecciones relacionadas con la diabetes o los trasplantes, como la aspergilosis o la candidiasis, no disminuyen e incluso, entre los pacientes que sufren trastornos hematológicos, las infecciones especialmente graves aumentan”.
Sin embargo, la recrudescencia de la prevalencia de las IFI está muy vinculada con los progresos que se obtuvieron en los métodos de diagnóstico. “En la década de 2000, la identificación de biomarcadores (PCR y antígeno) permitió una detección más precisa, rápida y, (…)
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