El equilibrio geopolítico de Medio Oriente se ha transformado profundamente desde el período poscolonial. A mediados del siglo XX, las guerras árabe-israelíes enfrentaban a dos grupos bien identificados: la coalición nacionalista árabe y los sionistas apoyados por Occidente. Sin embargo, la situación se empezó a complicar considerablemente a partir de finales de la década de 1970. Por un lado, la República Islámica de Irán, nacida de la revolución, se propuso como proyecto derrocar a los regímenes suníes “reaccionarios”. Por otro lado, el bloque de los países árabes comenzó a fisurarse, hasta que su ruptura se consumó con los acuerdos de Camp David, que en 1979 condujeron al Tratado de paz entre Israel y Egipto.
El final de la Guerra Fría vino acompañado de dos nuevos terremotos estratégicos: la guerra del Golfo en 1990-1991, que marcó el inicio de la era de la unipolaridad estadounidense, y la firma de los Acuerdos de Oslo, en 1993, que prometían un futuro Estado para los palestinos. Más que una línea de fractura regional, el conflicto israelo-árabe empezó a ser percibido como un duelo de soberanías entre israelíes y palestinos, lo que provocó un fortalecimiento del eje Damasco-Teherán. Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y de las guerras estadounidenses en Afganistán e Irak, Irán aprovechó para movilizar un frente revolucionario chiita más amplio, que pronto se activó en toda la región. Este frente incluía al Hezbollah libanés, al régimen sirio de Bashar al-Assad, a las milicias chiitas iraquíes, a los hutíes yemeníes y, de forma más marginal, al Hamas palestino. Con las “primaveras árabes” de 2011, esta coalición vio la oportunidad de posicionarse como la vanguardia de la resistencia antisionista y antiimperialista. En contraposición, pero con la misma determinación por poner fin a la revuelta popular, la contrarrevolución sunita agrupó a regímenes prooccidentales que hasta el momento estaban divididos. En ambos bandos, la principal preocupación era contener las calles más que liberar Palestina.
Hegemonía vacante
Ese era el telón de fondo sobre el que ocurrieron los últimos dos conflictos generalizados hasta la fecha, que fueron casi simultáneos. Por un lado, la limpieza étnica de la Franja de Gaza, acompañada de ataques mortales contra El Líbano, emprendida por Israel tras los asaltos de Hamas del 7 de octubre de 2023; y por otro lado, en diciembre de 2024, el derrocamiento del dictador sirio Al-Assad, protegido de Irán, a manos de tropas formadas en su mayor parte por rebeldes islamistas, que dio inicio a un periodo de transición que podría conducir a una salida democrática. Sus repercusiones están sacudiendo el escenario regional. Con el asedio a Hamas, la decapitación de Hezbollah, las crecientes presiones sobre el movimiento hutí y la disminución de sus propias capacidades militares, Teherán ve cómo se desmorona su “eje de la resistencia”. En paralelo, los actores externos se están retirando del terreno: a pesar de la insistencia de Israel, las potencias occidentales no muestran ningún apuro en atacar a Irán. Por su parte, tanto los rusos como los iraníes han asistido como espectadores al ocaso del régimen sirio.
Mientras las viejas líneas del frente se desvanecen, no se vislumbra ninguna nueva hegemonía que venga a llenar el vacío de poder. Por el contrario, las luchas geopolíticas, que son más inciertas y están más enmarañadas que nunca, conforman una constelación de focos de tensión.
Uno de esos focos atañe a las movilizaciones populares a favor de la libertad y de la democracia. Las “primaveras árabes” de 2011 y 2012, y sus réplicas entre 2018 y 2019, no le dieron importancia a la cuestión palestina y a otros conflictos regionales, que fueron generados, en gran medida, por los propios regímenes cuestionados. Para estas poblaciones oprimidas por el yugo del autoritarismo, la principal consigna era “el derecho a la dignidad”.
Este espíritu de rebelión sigue vivo tanto en el mundo árabe como en Turquía. Está impulsado por mareas humanas, sin líderes visibles, que utilizan las nuevas tecnologías para compartir sus ideas y desafiar la represión. En un contexto de un alto índice de desempleo y corrupción generalizada, las reivindicaciones económicas son las que predominan. Sin embargo, estos movimientos provenientes de los estratos populares carecen de preparación para avanzar a la siguiente etapa. Los militantes siguen intentando adquirir competencias organizativas. No tienen un programa posrevolucionario y están desprovistos de herramientas frente a los plazos institucionales electorales. Es por eso que, desde el inicio de las “primaveras árabes”, nunca han sido los insurgentes de primera hora quienes reemplazan a los autócratas –más bien son apartados de la vida política–, sino los grupos más capaces de coordinar a las masas; y como lo confirma el caso sirio, esos suelen ser islamistas.
En lugar de responder a las demandas, los regímenes árabes continúan apoyándose en la represión, las promesas neoliberales y el respaldo internacional para mantenerse en el poder. En algunos países, como Egipto, las élites gobernantes se han desconectado por completo de su pueblo. La construcción de nuevas capitales administrativas y otros megaproyectos simbolizan esta separación. Las sociedades civiles, pacientes pero no pasivas, observan la comedia política y esperan el momento adecuado para pasar de nuevo a la acción.
La próxima ola de levantamientos planteará una pregunta delicada: ¿cómo se puede alcanzar la democracia sin violencia? Las transiciones prolongadas, como la que vive Sudán, tienden a generar más conflictos que verdaderos progresos. Por el contrario, las victorias relámpago que desembocan en la elección de un nuevo gobierno pueden ser saboteadas por el retorno de reflejos autocráticos y contrarrevolucionarios, como ocurrió en Egipto y Túnez.
Giro histórico
Única por su contexto geopolítico y por la tenacidad de los disidentes, la experiencia siria actual reaviva la llama revolucionaria y genera una ilusión que fascina a todo Medio Oriente. Demuestra que, incluso tras largos años de impasse y frente a los gobiernos más brutales, las fuerzas de oposición pueden triunfar, basta con que su compromiso sea firme y sus estrategias bien pensadas. Lo que sucede en Siria también ofrece, por primera vez, una cara humana a la nebulosa de las “primaveras árabes”, probablemente porque se basa en una lucha armada, que tiene mayor impacto en la conciencia colectiva que la desobediencia pacífica. La caída del clan Al-Assad tras más de medio siglo de reinado provocó un inmenso alivio entre los millones de sirios exiliados en todo el mundo, que ahora esperan ansiosos ver un Estado más pluralista que redefina los contornos de la ciudadanía, los derechos y las libertades.
La guerra en Gaza es un elemento disparador en este giro histórico. La extensión al Líbano y a Yemen de la ofensiva israelí contra Hamas arrasó toda la coalición proiraní. Hezbollah perdió a sus dirigentes y una buena parte de su arsenal. Los hutíes, aunque no tan golpeados, tuvieron un anticipo del cataclismo que supondría un enfrentamiento armado con el Estado hebreo –que, además, contaría con la garantía añadida de una intervención estadounidense–. Por su parte, Al-Assad cometió el error de ignorar las advertencias de sus padrinos ruso e iraní sobre el deterioro de sus Fuerzas Armadas.
Los éxitos militares de Tel-Aviv frente a los agentes de Irán se deben a una serie de reorientaciones estratégicas. El frente revolucionario chiita alcanzó el punto culminante de su poder durante el conflicto israelo-libanés de 2006, que estuvo marcado por la resistencia victoriosa de Hezbollah. A partir de entonces, con la ayuda de sus aliados occidentales, Israel decidió optar por la táctica del desbordamiento. Sus servicios de inteligencia se infiltraron en las filas de Hezbollah específicamente cuando éste envió miles de combatientes hacia Siria en apoyo a Al-Assad. En 2020, el asesinato por parte de Estados Unidos del general Ghassem Soleimani, principal arquitecto (…)
Texto completo en la edición impresa del mes de junio 2025
en venta en quioscos y en versión digital
E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl
Adquiera los periódicos y libros digitales en:
www.editorialauncreemos.cl