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La derecha contra la inmigración

Los límites del modelo de integración finlandés

Tras asumir el poder en 2023, el gobierno conservador finlandés está recortando su sistema de recepción para los refugiados y los ciudadanos extranjeros que fue durante años un modelo de integración internacional. Este discurso que opone inmigración a estabilidad choca con la imperiosa necesidad del país de atraer mano de obra extranjera.

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Rodrigo Zamora, Lighting pole 2 (Acuarela sobre papel), 2003

Un cielo negro resplandece con halos de color violeta o amarillo fluorescente al caer la tarde por sobre los bosques del oeste de Finlandia, cerca de las aguas calmas del golfo de Botnia. Esta atmósfera de ensueño no es obra de las auroras boreales, sino de la luz artificial de los invernaderos de Närpes. Casi la mitad de los pepinos y el 60% de los tomates que se venden en este país de 5,6 millones de habitantes se cultivan en esta región, aunque los inviernos sean implacables. Sus 9.600 habitantes prosperan gracias al cultivo de hortalizas, desde que –según cuenta la leyenda local– un emigrante finlandés trajo una planta de tomate de América después de la Segunda Guerra Mundial. Cada verano, la gente lo celebra con un carnaval.

Ciudad cosmopolita

Un cuarto de la población activa (mayormente extranjeros) trabaja en los invernaderos, por un salario promedio de entre 1.700 y 2.000 euros al mes. Según las autoridades locales, el 22% de los habitantes de Närpes es de origen extranjero, es decir que se trata de una de las ciudades más cosmopolitas del país. Este invierno ya no quedan vacantes en el centro municipal de aprendizaje de idiomas. Unas treinta mujeres acaban de llegar de Asia, Bielorrusia o Ucrania para reunirse con sus cónyuges, y están siguiendo el “programa de integración” para trabajadores extranjeros: cursos de finlandés o de sueco y unas cien horas de clase sobre la sociedad y la cultura finlandesa. En este caso, eligieron aprender sueco, que es la lengua mayoritaria en esta región (y la lengua materna de un 5% de la población finlandesa). Un legado del pasado: el país vivió seis siglos bajo dominio sueco, antes de que el Imperio ruso lo anexara en 1809 y de finalmente independizarse en 1917.

“Yo trabajé en los invernaderos. Ahora quiero encontrar empleo en el sector turístico para que mis hijos puedan tener un futuro. No tengo ninguna intención de irme”, cuenta con una gran sonrisa Xuan Tran, originaria de la bahía de Ha Long, en Vietnam. Sus dos hijos asisten a una escuela hecha de madera que se camufla entre los abedules. Staffan Holmberg, director del establecimiento desde 1988, ha visto pasar alumnos de muchos países distintos: Bosnia, Vietnam, Siria, Ucrania, Bielorrusia… Ese día, estaban preparando la fiesta de Santa Lucía, una mártir cristiana. “Después van a venir el Año Nuevo chino, el Ramadán, las Pascuas… –enumera Holmberg–. Además, todos los alumnos tienen una hora semanal de educación religiosa, y pueden elegir entre luteranismo, ortodoxia, islam o cursos de ‘ética’”. También reciben clases intensivas de finlandés o sueco, y dos horas semanales de enseñanza en su lengua materna, para que no pierdan el vínculo con su país de origen.

La alcaldesa Mikaela Björklund celebra la llegada de los extranjeros: “Los inmigrantes contribuyen al desarrollo de Närpes. Sólo tenemos un 3,2% de desempleo [frente a un 8% a nivel nacional]. Definitivamente no queremos que se marchen y apostamos por su integración”, se jacta la mandataria del Partido Popular Sueco de Finlandia, una agrupación centrista que representa a la minoría de habla sueca del país y que forma parte de la coalición de gobierno. A su alrededor, se reúnen familias, trabajadores o personas mayores sin parientes para resguardarse del frío en el comedor moderno del hospital, un espacio público que favorece la diversidad.

Política migratoria regresiva

Hasta 1993, Finlandia era un país de emigración. Casi un millón de habitantes se había marchado al extranjero a lo largo de un siglo. Pero desde entonces, el saldo migratorio pasó a ser positivo. En 2024, un 2,4% de la población finlandesa provenía de la Unión Europea, y un 6,9%, de otros países (1). Primero fueron unos pocos exiliados chilenos, vietnamitas o bosnios a finales del siglo XX; luego les siguieron estudiantes e inmigrantes económicos que vinieron de Asia y más tarde de África en las décadas de 2000 y 2010; finalmente, en 2015 llegaron desde Suecia refugiados afganos, sirios e iraquíes. También las transformaciones políticas del imponente vecino ruso –con el que comparte 1.340 kilómetros de frontera– tuvieron impacto en el país nórdico. Tras la caída de la URSS en 1991, llegaron contingentes rusos y bálticos –especialmente provenientes de la actual Estonia–, además de jóvenes somalíes que estudiaban en Moscú o en San Petersburgo.

Junto con Suecia, Finlandia se consagró durante la última década como “modelo de integración” para los inmigrantes, según atestan distintos informes y “clasificaciones internacionales”, como el Índice de Políticas de integración de Inmigrantes (MIPEX, (…)

Artículo completo: 2 507 palabras.

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Elisa Perrigueur

Periodista, Atenas.

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