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La nueva Esparta

Qué busca Israel en Medio Oriente

La amenaza nuclear esgrimida por Israel para bombardear Irán dista de ser certera. Diversos informes, incluso estadounidenses, confirman que la bomba es todavía una realidad lejana. Los motivos del nuevo ataque radican en la ambición disciplinadora de Tel Aviv que ha decidido echar por la borda cualquier vía diplomática y cuenta con el aval de la “comunidad internacional”.

Día tras día, Medio Oriente se hunde en el caos, y la posibilidad de un incidente nuclear de gran envergadura ya no es cosa de agoreros infundados. Al decidir lanzar un ataque aéreo masivo contra la República Islámica de Irán, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no sólo ha demostrado que es perseverante en sus ideas (1). Sobre todo, ha subido varios niveles la tensión regional y ha desencadenado una nueva guerra que incluso Estados Unidos, aliado y gran protector de Tel Aviv, afirmaba no querer.

Al cierre de esta edición, tras varios días de alternancia entre intensos bombardeos de diferentes ciudades iraníes, incluida Teherán, y las represalias balísticas de Irán, quedaba la duda de si Washington entrará directamente en el conflicto. Tel Aviv necesita la potencia de fuego estadounidense para acabar con las instalaciones nucleares y militares subterráneas iraníes. Tampoco tiene capacidad logística para invadir territorio iraní –para ello su ejército tendría que hacer un largo y peligroso tránsito por Siria e Irak–, a diferencia de lo que ha podido hacer en los últimos meses en sus vecinos inmediatos, como el Líbano.

La excusa nuclear

Además de las cuestiones políticas internas que están en juego en Estados Unidos (véase el artículo de Serge Halimi), la incertidumbre en torno a la postura de Washington está relacionada con la vaguedad que rodea a los verdaderos objetivos de Netanyahu. Mientras su Ejército sigue causando estragos en Gaza –donde el número de muertos se acerca a los 60.000 y la inmensa mayoría de la población padece hambre como consecuencia directa del implacable bloqueo–, el Jefe del Gobierno israelí empezó anunciando que su país se proponía impedir que Irán adquiriera armas nucleares. Es una línea obsesiva que se repite una y otra vez desde hace dos décadas y que ya no sorprende a nadie, aunque su veracidad no se pueda demostrar.

Pocas horas antes del estallido de las hostilidades, Washington y Teherán negociaban en Omán un acuerdo para regular el programa de desarrollo nuclear iraní y, contrariamente a las repetidas afirmaciones de Netanyahu, no hay ninguna prueba oficial, ni siquiera del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), de que sea inminente una bomba iraní (2). Es cierto que, en su informe del 31 de mayo de este año, el OIEA estima que las reservas iraníes de materiales enriquecidos se sitúan en un nivel de concentración cercano al 60%, es decir, dos tercios del 90% necesario para desarrollar un arma nuclear. Pero Irán aún necesita disponer de las capacidades militares y de ingeniería necesarias para explotar estas reservas y llevar a cabo las diversas simulaciones requeridas antes de la fase de prueba real. Dejando a un lado a los “expertos” mediáticos movilizados por Israel y sus partidarios en Occidente –que llevan casi cuarenta años anunciando que Irán estaba “a unos meses de tener la bomba” (3)–, la mayoría de los especialistas estiman que Teherán necesitaría entre uno y cinco años para lograr tal resultado. El 25 de marzo, en una comparecencia ante el Congreso, Tulsi Gabbard, Directora de Inteligencia Nacional estadounidense, reconoció que Irán había aumentado considerablemente sus capacidades balísticas convencionales, pero rechazó categóricamente la idea de que el país se dedicara a fabricar una bomba (4). Casi dos meses después, Donald Trump la repudió bruscamente. “Me da igual lo que haya dicho –declaró a la prensa–. Creo que los iraníes estuvieron muy cerca de tener una bomba” (5).

La apuesta de (…)

Artículo completo: 2 059 palabras.

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Akram Belkaïd

De la redacción de Le Monde Diplomatique, París.

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