El poder territorial

Se acerca el segundo semestre de 2025 y, con él, la efervescencia de las elecciones presidenciales y parlamentarias en Chile. Como es costumbre, el análisis político se centra en las estrategias de los partidos, las alianzas entre grupos empresariales y gremiales, e incluso en las figuras mediáticas que, con su indecisión o desmarcación, parecieran tener la llave del futuro político del país. Sin duda, todos estos actores ejercen una influencia considerable en el devenir electoral. Sus declaraciones, sus financiamientos y sus movimientos estratégicos son observados con lupa, y con razón. Sin embargo, en esta ecuación que busca predecir el pulso ciudadano, se omite con demasiada frecuencia al verdadero gigante dormido: el poder territorial.

Es un error persistente cifrar el resultado de las elecciones exclusivamente en las cúpulas. Se descuenta, en gran medida, la capilaridad del poder local y regional, que actúa como el verdadero nervio del sistema político. Mientras los partidos debaten en el Congreso y las élites empresariales definen sus apoyos, en cada municipio y en cada región se está gestando un entramado de relaciones, lealtades y gestiones que, a fin de cuentas, moviliza el voto de manera más directa y efectiva. El poder territorial no es una abstracción, sino una realidad palpable encarnada en miles de figuras que interactúan día a día con la ciudadanía.

En Chile, contamos con una vasta red de representantes locales y regionales que son el primer punto de contacto entre el Estado y las personas. Pensemos en las cifras: 2.252 concejales municipales, 345 alcaldes, 302 consejeros regionales (CORE) y 16 gobernadores regionales. Cada uno de ellos, desde su posición, construye relaciones de confianza, atiende demandas, gestiona recursos y, en definitiva, se convierte en un referente para su comunidad.

Son estos actores los que conocen de cerca las necesidades de sus vecinos, las problemáticas específicas de sus barrios y las aspiraciones de sus comunas. Sus gestiones, sean grandes obras o pequeñas soluciones cotidianas, se traducen en capital político que se acumula y se proyecta en cada elección. Un alcalde que ha logrado mejorar la infraestructura local, un concejal que ha impulsado iniciativas comunitarias o un gobernador regional que ha articulado proyectos de desarrollo, generan un arrastre de votos que trasciende las consignas nacionales y los rostros televisivos. Pero la influencia territorial va más allá de las autoridades electas. En la base misma de la organización comunitaria se encuentran las juntas de vecinos y organismos similares, como los Comités de Seguridad Vecinal. En la actualidad, existen alrededor de 15.000 juntas de vecinos inscritas a nivel nacional, de las cuales unas 9.000 están activas, es decir, aproximadamente el 60% de las organizaciones registradas mantiene actividad efectiva.

Es cierto que, de acuerdo a estadísticas de 2022 (Casen), el nivel de participación ciudadana formal en juntas de vecinos era bajo, solo un 6.5% de la población participaba en alguna junta vecinal activa. Sin embargo, este bajo porcentaje no debe llevar a subestimar el peso del liderazgo vecinal. El liderazgo de las juntas de vecinos y organismos como los Comités de Seguridad Vecinal, aunque no siempre se traduzca en una participación masiva, sí representa un pulso vital de la comunidad. Estos líderes, pese a la baja participación formal, son quienes canalizan las demandas, organizan las movilizaciones y, en muchos casos, son los verdaderos referentes a la hora de influir en la opinión y el voto de sus representados. Su voz, su capacidad de convocatoria y su credibilidad en el entorno cercano son activos intangibles que (…)