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Furia social financiada por Estados Unidos

Las caras de la oposición cubana

Desde 1959 Cuba sufre los embates de Estados Unidos, que financia numerosos grupos opositores tanto en Florida como en la propia Cuba. En los últimos años la isla se desangra con un éxodo masivo en medio de una profunda crisis económica. Tras las protestas de 2021 una oposición fragmentada navega entre la desesperación local y los dólares de Miami.

11 de julio de 2021. Mientras en toda América Latina continuaban las medidas de distanciamiento social y confinamiento como respuesta a la pandemia de Covid-19 (1), en Cuba la situación era completamente distinta. Grandes multitudes se concentraban en La Habana y en el resto del país. Al grito de “¡Libertad!” y entonando “¡El pueblo unido jamás será vencido!” – una consigna muy popular en las manifestaciones– muchos cubanos expresaban su angustia ante el colapso económico. Ese mismo día y a lo largo de las semanas siguientes, arrestaron a más de mil personas y cientos de ellas fueron condenadas a duras penas de prisión.

Cuatro años después, con la mirada perdida, Antonio (2) recuerda aquel día. Sentada junto a él, su madre, Gabriela, se lamenta: “Mi hijo se convirtió en un viejito”. En este barrio pobre ubicado en las afueras de la capital, la familia de seis integrantes vive en una casita encaramada en lo alto de una estrecha escalera que da a una ruidosa calle. La sala de estar y la cocina caben en apenas diez metros cuadrados. La tarde está por terminar. Se cortó la electricidad, una situación que se ha vuelto cotidiana y agotadora para la mayoría de los cubanos. Antonio acaba de cumplir 20 años. Tenía tan sólo 17 cuando fue encarcelado en julio de 2021, tras haber participado en lo que fue la manifestación más grande organizada contra el gobierno desde 1959. Sin embargo, el joven no tenía un interés particular por la política. “Vi gente en la calle. Mi pareja estaba embarazada. Estudiaba y, en paralelo, vendía pan. No ganaba suficiente dinero –recuerda–. Ese día, las calles estaban repletas de violencia. El cielo se puso gris. Todos terminamos acorralados. Yo no salí ni con un machete, ni con una pistola, ni con un palo, pero sí tiré piedras”, explica. Luego, todo se precipitó: Antonio fue detenido y acusado rápidamente de “alteración del orden público”, “desacato” y “propagación de epidemia”, en un momento en que el país registraba un récord de contagios. Pasó diez meses en la cárcel.

Estas manifestaciones dieron una visibilidad sin precedentes a las protestas sociales y políticas contra el gobierno. La crisis sanitaria y el cierre de fronteras –incluso para el turismo, del que el país depende en gran medida– lo hundieron en una profunda depresión económica. Esta situación se vio agravada por dos factores: por un lado, por la política de “máxima presión” emprendida desde 2019 por Donald Trump –que endureció severamente el embargo impuesto a la isla desde 1962– y, por otro lado, por la inflación disparada por la reforma monetaria destinada a unificar el peso –que fue implementada a comienzos de 2021 (3)–. Hasta el día de hoy, las estanterías de las farmacias siguen vacías y las filas para conseguir productos de primera necesidad se extienden durante horas.

Los días posteriores a las movilizaciones, el entonces presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, instó a las autoridades cubanas a “escuchar a su pueblo” y su “vibrante llamado a la libertad”. Por su parte, La Habana calificó a los manifestantes de “mercenarios” o de “revolucionarios confundidos”. Un año después, el presidente Miguel Díaz- Canel apareció en la televisión y afirmó: “Lo que realmente vamos a conmemorar en este primer aniversario del 11 de julio es que el pueblo cubano y la Revolución frustraron un golpe de Estado”. Gabriela ironiza desde lo que queda de su dormitorio: “Si de verdad fuésemos mercenarios, ¿usted cree que el techo de mi habitación se habría derrumbado? Si fuésemos mercenarios, ¡tendría un generador en casa para cuando se corta la luz!”.

La red de Miami

14 de enero de 2025. La Habana anunció la liberación de 553 detenidos tras una mediación liderada por el papa Francisco; asimismo, unos días antes, Biden había hecho pública su decisión de retirar a Cuba de la lista de Estados que apoyan el terrorismo. Muchas de las personas liberadas en esta fecha habían estado en las calles el 11 de julio, como Alina, a quien encontramos en su casa, ubicada en uno de los barrios más pobres de la capital, después de haber pasado tres años y medio en la cárcel. “Había escasez de medicamentos. No había agua. La gente caía como moscas por el Covid. Yo me manifesté de forma pacífica. Fue algo espontáneo. Con otras personas, motivamos a la gente a salir a protestar”. A los pocos días, la policía fue a detener a la joven “con seis camiones y veinticinco motos”. “Como si fuera una asesina en serie”, recuerda. Sobre el interrogatorio, relata: “Lo primero que me preguntaron después de detenerme fue si me habían pagado. Nos acusaron de haber planificado todo y de haber recibido dinero a cambio. ¡No fue algo planificado y no nos pagaron!”. Actualmente, un agente de la seguridad del Estado está a cargo de vigilarla. “Necesito una autorización para salir de La Habana, o incluso para invitar amigos a mi casa. Tengo que cumplir con un toque de queda diario hasta que termine mi libertad condicional, cosa que no ocurrirá sino hasta dentro de varios años”. Desde que la arrestaron, la salud de Alina se ha ido deteriorando: “Ya no duermo. Me voy a morir contrarrevolucionaria. ¡Me convirtieron en algo que no era!”, exclama al respecto.

Promovida e instrumentalizada por Washington, vigilada y hostigada por la seguridad del Estado cubano, la oposición local es débil, está poco organizada y carece de un verdadero programa político. Muchos cubanos, ya cansados, han optado por emigrar en lugar de enfrentarse a las autoridades. Según las estadísticas oficiales, desde la pandemia, más del 10 % de la población ha decidido irse del país (4). A los movimientos espontáneos nacidos del hartazgo se suma la actividad de las redes vinculadas a la extrema derecha cubano- estadounidense que, mucho más estructurada, opera desde Miami, Florida, en gran parte gracias al respaldo y al financiamiento de Estados Unidos (5) –que alimenta una constelación de organizaciones militantes y, a menudo, radicales–.

Muchas de las personas detenidas –antes o después del 11 de julio– están acusadas de haber cometido o planeado cometer actos de sabotaje, en conexión con Miami. Sus caras desfilan con regularidad por los medios estatales. Cuando llegamos a la casa de Benito, en el centro de la ciudad, el suelo está completamente inundado por el agua que sale del lavarropas. Una pila de ropa mojada reposa sobre el sillón. El treintañero, que se encuentra fumando un cigarro hundido en su sillón, se incorpora y nos extiende unas fotos de su hermano Alberto, encarcelado en 2020. En algunas de ellas, que fueron tomadas antes de su detención, se lo ve con su familia o posando con orgullo frente a la bandera estrellada estadounidense, con la panza al aire exhibiendo un tatuaje con la frase: “Abajo los Castro y sus esbirros comunistas que aún están en Cuba”. Benito rememora: “Después de la muerte de nuestra madre en 2013, Alberto empezó a adoptar una postura más dura, a comportarse como un opositor. Decía que los médicos la habían matado. Estaba enferma”. En negativos más recientes de fotos tomadas en prisión, Alberto aparece desorientado, demacrado, con el rostro hundido y los rasgos cansinos. Cumple una condena de siete años de prisión por atentar contra la seguridad del Estado. Le dejamos nuestros teléfonos a Benito, quien promete pasárselos a su hermano para que nos contacte.

Mercenarios

A los dos días, desde la prisión de “Kilo 5 y medio”, ubicada en la ciudad de Pinar del Río, al oeste del país, el prisionero se comunica con nosotros –tiene derecho a realizar una llamada por semana al exterior de la cárcel– y nos cuenta: “Exhibí una pancarta que decía ‘Trump, fuego contra Cuba’ y publiqué un video en el que decía que había que cortarles la cabeza a los comunistas. Después de eso, vino la policía a buscarme”. Reconoce haber estado en contacto con dos cubanos radicados en Florida desde hace varios años: Kiki Naranjo y Willy González, ambos miembros de un grupo llamado La Nueva Nación Cubana en Armas (NNCA).

Con base en Florida, esta organización tiene como objetivo derrocar la Revolución por todos los medios, incluida la acción violenta. La Habana lo considera un grupo terrorista. Alberto entró en contacto con ellos en noviembre de 2020 a través de un conocido en común que organizó una videollamada. “Hablamos de sabotaje, de entrenamiento. Me dijeron que estuviera listo para armarme para cuando decidieran entrar por la fuerza a Cuba”. Sus dos referentes le habrían (…)

Artículo completo: 4 574 palabras.

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Maïlys Khider y Jesús Lopes, enviados especiales

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