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Danza

Levantar polvo

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Kaelazo, Voluntad (collage), 2025 (Insta: @kaelazocollages)

Toda una generación de bailarines y coreógrafos africanos adoptó el género y la etiqueta “danza contemporánea” o “afrocontemporánea”. Por un simple motivo: “Entendió bien que había que subirse al tren en marcha aun cuando no era ella quien lo conducía”, explica la investigadora Annie Bourdié (1). Los demás, que se quedaron en el andén, lejos de los carriles de la modernización, no podrían entonces ser más que los continuadores de la danza tradicional, ese misterioso folclore inmóvil, inmutable, a la vez sin historia, desvaído y anticuado.

Historia contra prehistoria, contemporáneo contra tradicional: esta clasificación parece caricaturesca, pero coincide con realidades políticas y económicas. La danza contemporánea gozó en Francia de una fuerte institucionalización en los años 80 bajo Jack Lang, ministro de Cultura, e impuso la creación como criterio de valor (2). La política de cooperación pretendió estimular y promover la práctica de esta danza en el continente, al mismo tiempo que fue progresivamente estandarizada en Europa. Si bien le precedieron iniciativas africanas (la escuela Mudra Afrique en Dakar en 1977, el conjunto Kotéba de Abiyán en 1974), el lanzamiento en 1990 de Afrique en Créations por parte del Ministerio de Cooperación francés inauguró un amplio programa de ayudas públicas a la creación africana contemporánea y, a ese respecto, marcó un punto de inflexión. Francia extendió así su influencia cultural más allá del perímetro de sus antiguas colonias —los primeros encuentros coreográficos, patrocinados por ELF y Total, se llevaron a cabo en Luanda, Angola, en 1995, donde Francia tiene intereses petroleros—, a costa de una profunda transformación de los valores y de las prácticas del campo artístico.

Una oportunidad

La promoción de la creación en perjuicio de la participación marcó cierto desinterés por las prácticas populares, mientras algunos coreógrafos eran subidos a un pedestal. También involucraba una normalización: habría que profesionalizarse, conceptualizar la creación en cartas de intención, defender la imagen de una África urbana... Los mismos creadores también debían componer con una ideología de la libertad artística como sinónimo de abstracción, de innovación y de minimalismo. El antropólogo Jean-Loup Amselle observa además cómo, en paralelo, se desarrolló un proceso de regeneración de la creación europea por África (3). En la práctica, la cooperación representó una oportunidad para los coreógrafos franceses, para los cuales las colaboraciones Norte-Sur representaron nuevas fuentes de financiamiento.

Hoy, si bien la danza africana contemporánea todavía depende del financiamiento extranjero, busca construir su autonomía. En el ámbito de la programación, por ejemplo. Así, desde 2018, la nueva instancia que dirige la Bienal de Danza en África está íntegramente compuesta por artistas africanos y apunta a desarrollar un mercado en el territorio. Otros artistas se desempeñan en el entrecruzamiento de los estilos, intentando ampliar la definición de lo contemporáneo, o incluso se imponen en las redes sociales.

Para Alphonse Tiérou, coreógrafo marfileño y director del proyecto “Por una danza africana contemporánea”, lanzado por Afrique en Créations (1992), el desarrollo de lo contemporáneo en los años 90 debía sacar a las danzas del “gueto (…)

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Mathilde Roussigné

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