A pesar del tiempo del Streaming, y sus borraduras de memoria en tiempos millennials, el "retorno de lo reprimido" cada tanto persiste contra las "tecnologías de olvido", y la ausencia de horizontes referenciales se remece. Hay sucesos que emplazan la producción de nuevos pactos de sentido (amnesias y oficialidad de la memoria) de cara a los 50 años de la Unidad Popular. En Chile esto aún se llama “política de acuerdos” y se alza contra una institucionalidad de amnistías programadas. Todo discurre, justo allí, donde la memoria interpela el dato estático del mainstream -75% de la población nació después del golpe de Estado de 1973- con nuevas significaciones, que ponen los recuerdos a trabajar, llevando comienzos y finales a reescribir otras hipótesis y conjeturas tumultuosas para desplazar el cierre explicativo de las totalidades de sentido (hegemonía de la memoria o usos patrimoniales de la misma). La memoria insatisfecha, que no se da nunca por vencida, es aquella que perturba súbitamente el deseo de sepulcro oficial del recuerdo concebido como un mero depósito de significaciones inactivas. La condición metafórica de una temporalidad no sellada, inconclusa, traviesa, abierta, se explica por sus capas yuxtapuestas e imágenes disconformes. Cabe señalar que la búsqueda de acuerdos para los 50 años, con sus estéticas anestesiadas y las sofisticadas formas de estabilizar un relato hegemónico, pujan y avanzan, pero siempre cuelgan de las cornisas. Una memoria oficial representa el riesgo potencial de reactivar inéditos "programas de impunidad" y corroer su tensa filigrana.
Luego de la bullada entrevista en el programa Tras las Líneas, conducido por Manuel Antonio Garretón, Patricio Fernández Chadwick renunció (05 de julio) a su cargo como coordinador interministerial de los 50 años del Golpe de Estado en Chile. En opinión del periodista y escritor, se trataría de una decisión personal, que no fue apoyada por el gobierno. En tal hito se imputó un error lingüístico dada la transparencia socio-comunicativa y el clima político que ciertamente abunda en declarar la “sífilis moral” de los tiempos. Un punto sensible que conviene considerar. También fueron consignadas las hostilidades generadas por el Partido Comunista y el campo de la insurgencia (“anomia” y “falta de civismo”). Ante el fárrago de sucesos cabe arriesgar una reflexión más reposada, pero no menos política respecto a las “modulaciones no codificables de la memoria”.
Es posible afirmar que Fernández Chadwick sale del cargo porque no estaban las condiciones sensoriales para consensuar un “irreductible” asociado a la inmaterialidad del golpe de Estado que obró como pantalla ético-político en un rebrote fantasmático. Una dimensión espectral que no es asible desde gestiones, estadísticas, grupos de influencias, o redes sociales. Aunque ciertamente pueden existir motivaciones fácticas para explicar la salida del periodista y escritor, existe un problema sustancial y no sustantivo, a saber, la “exhumación” -cuidada- del ex/Coordinador se debe a un “expansivo metafórico” -que pese a su mutaciones- se logró domiciliar temporalmente (figuras, recuerdos e imágenes) en el retrato de Fernández. Allí donde el espejo nos devuelve una imagen que moralmente nos corroe cual “cuestión social” en tiempos de alogaritmos. La pregunta es cómo y cuándo estalla por los aires, un protagonista cultural de los 30 años de transición que, sin negar su vocación democrático-centrista, ya no puede metaforizar un “lugar vacío”, porque el juego intemporal de las memorias puede centellear fugazmente y lo excede todo. En suma, el clivaje de memorias (diásporicas e impredecibles) que se activó rapsódicamente no puede ser verbalizado desde una rúbrica transicional de “unidad social o cultura de los acuerdos” en un formato remasterizado (2.0). Tal pulsión o síntoma, develó los 30 años de amnistías institucionales y en su collage la memoria habló. Ello nos sugiere que las fracturas de memoria con que la izquierda chilena enfrenta el “aniversario” del Golpe de Estado, no implican su radical destitución, ni tampoco un amanecer fervoroso de pulsiones redentoras, sino su disrupción oblicua y llena de parpadeos. Todo al precio de que el ecosistema de medios gestioné consensuadamente los 50 años, en la clave de un “capitalismo alegre”, sin entrar en zonas esquilmantes -nombres pecaminosos- y la agenda de los administradores cognitivos sea eficiente en pactos guionizados, omisiones y acuerdos. Con todo, no es lo mismo una memoria exiliada, inerte y sin retorno, respecto a sus ambages o mudeces propias de su textura espectral.
No sabemos si los 50 años serán producción carnavalesca, consumo semiótico, infinita mudez, o bien, el precoz inicio de otros destinos inciertos. Con todo, la ausencia de des-pinochetización mantiene soterradas y presentes las memorias y sus potencias. Al margen de las diferencias, la des-brutalización del golpe ha sido iniciada por el libro de Daniel Mansuy en un hito civilizatorio del golpe. Dicho eso, no hay evidencia para fervores o ritos iniciáticos en un contexto donde las izquierdas, no solamente carecen de proyecto -petición excesiva-, sino de marco interpretativo. En suma, aún circulan reenvíos de memoria en la “hora cero” de las izquierdas que pueden ser la traza de algún libreto disruptivo.
Por último, tampoco es posible agotar el debate en la pulsión "biográfico- testimonial" (DDHH) -por muy relevante que nos resulte-, pues ello abunda en el mercado de las biografías violentadas como “máquina de evangelización”. La voz de la víctima como voz testimonial de la inescrutable verdad, implica alguna reflexión. No basta con exaltar el estado de pureza, donde la comunión y la santidad de los sujetos pasivos exacerba el discurso único -totalizante- de las víctimas y ello supone una exención frente a todo tipo de violencia. Tal perspectiva podría implicar un "dispositivo confesional" que se presta para la espectacularización de la memoria o su dispersión en los consumos simbólicos de la izquierda y sus compensaciones políticas. Los sucesos del pasado/presente deberían ser escrutados cruzando la frontera para una interrogación posible a la simbolicidad de los oprimidos. Descifrando las retóricas totalizantes de la verdad, lo auténtico y la lozanía.
Finalmente, los “fragmentos [de memoria] sin pertenencia, desconciliados, "...vagan en las orillas de las recomposiciones lineales del pasado, no deben responder a la "data censal" del experto indiferente que invoca el cambio generacional. Con todo, abrir la memoria a lo que Nelly Richard, ha nombrado como "lo plural-discordante" (2002), no implica el incesto de la distribución culpógena (nivelación aritmética de culpas). Trascender los patrimonios morales, al estilo de "todo o nada", no implica equiparar -compensaciones- que vengan a homologar daños, estandarizar relaciones de poder, o alisar violencias estructurales.
Por fin, nadie recusa o pontifica contra el periodista y escritor. Y esta nota no sindica una complicidad de golpismos, pero el vértigo de la inmaterialidad convive con los flujos temporales de memoria. Esa grieta se activó súbitamente, apenas saltó la misión civilizatoria de la cepa (pos)transicional.
Mauro Salazar J.
Doctorado en Comunicación
Universidad de la Frontera.