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Agricultores de la política o la importancia de la selección artificial. Por Marcelo Saavedra

“…Cada pueblo tiene el gobierno que se merece…”, es un axioma válido dentro del juego de la democracia. Tal declaración (que hemos escuchado más de alguna vez) en principio puede ser correcta, sí y sólo sí esta ocurre bajo el supuesto que dicho juego se realice en una cancha pareja y con reglas claras donde cada participante esté dispuesto a respetarlas.

Aclarando esa condición, es fácil darse cuenta que nuestros actuales gobernantes (y también los de antaño), así como la gran mayoría de los cargos de elección popular, son ocupados por personas que bajo los supuestos antes mencionados, muy probablemente no hubiesen podido arribar a esas esferas de poder. Quizás sea injusto con más de alguna persona electa a través de nuestra historia. Pero si existe alguno o alguna, representan una excepción a una regla que padecemos en cada evento de elección popular, donde el juego democrático ha sido degradado in extremis por la acción de incumbentes de distinto pelaje o por la omisión de una plebe idiotizada y negligente, preocupada por sobrevivir en un sistema económico inmisericorde, incapaz de romper un círculo vicioso del cual forma parte y no alcanza a darse cuenta.

En poco más de noventa días viviremos un nuevo evento eleccionario, donde persisten serias dudas respecto del universo de electores que se animarán aquel día a entregar un nuevo cheque en blanco a algún candidato que probablemente emitió una promesa que escucharon o creyeron entender. Curiosamente, en el juego democrático maloliente en que chapoteamos, los candidatos se repiten una y otra vez, maquillando y ajustando sus discursos y promesas, con el único objeto de mantenerse en algún círculo de poder, sin importar si las expectativas creadas inconsciente o maliciosamente son finalmente alcanzadas fruto de su gestión o esa dudosa “vocación de servicio público”. Es parte de nuestro juego democrático criollo. Lo notable es que varios de esos candidatos o candidatas son reelectos una y otra vez, a pesar de sus dudosas credenciales de “servidor público”.

Como en este juego degradado tampoco hemos demostrado como electores un sentimiento de co-responsabilidad sobre nuestros candidatos electos fallidos, la casta política que hemos ayudado a crear; a través de la reelección reiterada de candidatos de dudoso sustento ético; recae una y otra vez en una práctica del ejercicio público orientado más al provecho personal de cada uno de los candidatos electos, que al beneficio colectivo de las grandes mayorías.

Creo en la evolución de las especies y en la selección natural, así como también creo en el efecto beneficioso de procesos de selección artificial que potencian aquellas características provechosas para el ser humano. La práctica milenaria de agricultores y criadores ancestrales demostraron el beneficio de haber transformado a un lobo en nuestro mejor amigo cuadrúpedo o haber convertido especies vegetales silvestres discretas en la lujosa papa, el noble maíz o el confiable arroz contemporáneo que sustentan nuestras recetas cotidianas. Lo que aquellos trabajadores de la tierra practicaban desde hacía centurias, a un perspicaz e inteligente monje agustino austriaco se le ocurrió una notable idea que desarrolló en la segunda mitad del S.XIX en el huerto de un monasterio de la actual República Checa, lo que le permitió desentrañar el mecanismo que la naturaleza había elegido para traspasar características de una generación de padres a su descendencia. Si Gregorio Mendel lo pudo hacer con arvejas, nosotros como electores lo podríamos hacer con los candidatos de turno. La selección artificial, a través de su mecanismo básico de prueba y error, es un caso a considerar si queremos romper el círculo vicioso de nuestro juego democrático putrefacto en el que estamos ahogándonos.

Para tener alguna posibilidad de éxito se necesitará disciplina y paciencia. El genoma político criollo está tan distorsionado que se necesitarán muchas generaciones de servidores públicos con diferentes grados de taras éticas, antes de que las futuras generaciones de electores de turno puedan disfrutar de los beneficios de una gestión de funcionarios públicos electos probos, íntegros, austeros, capaces, creativos, empáticos y rigurosos.

El primer desafío a enfrentar es aguzar los sentidos para reconocer los brillos opacos de los funcionarios públicos en ejercicio y candidatos variopintos, entre el lodo y estiércol del paisaje político actual. Deberíamos erradicar de nuestros criterios de selección de candidatos, aquella fe irreflexiva en promesas grandilocuentes cargadas de frases floridas y de diagnósticos certeros sobre lo mal que está la situación actual. Sobre todo si esas promesas no están acompañadas de planes concretos, donde se establezcan los plazos e hitos que se pretenden alcanzar y se presenten a los responsables de arribar a esas metas. Por muy bueno que sea un candidato, si su equipo de trabajo no es igual de bueno, es como abrir las puertas a un caballo de Troya.

El proceso propuesto no está exento de errores propios de nuestra naturaleza humana. Lo importante es reconocer el yerro de nuestro voto, para no repetir la falla en el próximo evento eleccionario y anular la posibilidad de que cualquier bandido incompetente pueda ser reelecto o formar parte de equipos de trabajo de algún nuevo candidato. Para lograr aquello, necesariamente habrá que prestar mayor atención a los vendedores de ilusiones que golpean a nuestra puerta cada dos o cuatro años. Si sus ilusiones se sustentan sobre pies de barro, olvídelo. No pierda el tiempo con ese candidato o candidata. Si al final del ejercicio considera que no hay aspirantes que merezcan el cheque en blanco de confianza ingenua, SIEMPRE estará la oportunidad de anular la papeleta.

Para que este proceso tenga alguna alternativa de éxito, la disciplina y voluntad de levantarse y emitir su opinión en algún proceso de elección popular es básica (independientemente si después se va a una marcha, a una toma o a una huelga). Sólo atendiendo el huerto evitaremos que siga creciendo y proliferando la maleza política, entre las arvejas de primera selección que aspiramos cultivar.

Como todo proceso evolutivo, el mecanismo propuesto será lento e imperceptible. Esta condición probablemente desalentará a los más ansiosos, lo que supone uno de los grandes desafíos a enfrentar y que constituye quizás el más difícil: dar el primer paso en un camino cuyo final muy probablemente no lo veremos nosotros ni nuestros hijos. Ni siquiera a nuestros nietos aseguro que podrán disfrutar de los beneficios de este proceso de selección. Se necesitará una fuerte dosis de generosidad, racionalidad e inteligencia intergeneracional.

Mientras no demos el primer paso en esta ruta quimérica propuesta, los gobernantes que nos regirán en los próximos doscientos años seguramente serán los que nos mereceremos.

Marcelo Saavedra Pérez

Biólogo @anfipodo

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