Hoy lunes 18 de junio amaneció nublado en Asturias y esto es normal en la región verde de España. A medida que uno se aleja de la costa va cruzando prados de un intenso verde, montes que desaparecen entre la niebla, y el “orbayu”, una suave llovizna tan tenue como un manto de seda húmeda se apropia de todo lo que toca, cubriéndolo con la pátina de agua fina que es como el ajuar eterno de Asturias.
No hay que alejarse de la costa más de unos 30 kilómetros para llegar a la región minera, “a la cuenca”, a ciudades de edificios apretados como Mieres y Langreo que, como todos los villorrios y aldeas, hoy se han paralizado en una huelga general de solidaridad con los mineros del carbón.
Estamos en el año 2012, el año de lo peor de la peor crisis provocada por los especuladores y los banqueros, por ese miserable 1 % de la humanidad que se ha apropiado del 99 % de la riqueza planetaria. Es el año de la desesperanza y del encerrarse en sí mismo pensando en cómo salvarse, aún a costa de los demás, es el año del egoísmo y de la deshumanización general. Pero en las cuencas mineras han desempolvado la vieja bandera de la solidaridad de clase. Sí, de la Solidaridad de Clase, porque las diferencias de clases hoy son más fuertes que nunca, aunque algunos sostengan que esto es historia, y que la historia ha muerto.
La historia sigue viva en las cuencas mineras y el seguimiento de la huelga ha sido del 100% no sólo en Asturias, sino en todas las regiones de España que tienen minas de carbón. Las explotaciones de carbón, hulla y antracita, las minas y el trabajo de los hombres que bajan a la oscura profundidad de la tierra siempre fueron moneda de cambio para los gobernantes de España. Ya en 1962, cuando la España franquista era aceptada en la Comunidad Económica Europea, antecesora de la actual Unión Europea, el dictador confiaba a su primo y secretario militar Francisco Franco Salgado-Araujo, que las minas de carbón españolas tenían los días contados porque Europa quería favorecer las explotaciones en la cuenca del Ruhr, en Alemania, y en Polonia, cuyos yacimientos, pese a la guerra fría, aseguraban un suministro más barato. La respuesta de los mineros fue la primera gran huelga tras la derrota de La República y establecimiento del régimen fascista nacional-católico. El año 62 los mineros vencieron, conservaron sus puestos de trabajo, aunque las represalias fueron brutales.
Cincuenta años más tarde, las viejas banderas de la Solidaridad de Clase se agitan una vez más bajo el cielo gris de Asturias, esta vez en defensa del más inalienable de los derechos: El Derecho al Trabajo. A un trabajo que es como una maldición, o algo muy difícil de explicar, porque la mina se mete en la venas de los hombres oscuros del carbón, y se es minero, hijo de minero, nietos de minero, de una actividad que ha sido declarada “no rentable” desde alguna cómoda e impoluta oficina de Londres o Bruselas. A la mina, al pozo, se llega muy temprano, los mineros se cambian entre bromas, de unas cadenas bajan sus ropas de trabajo, el mono ennegrecido, el casco con la lámpara, los guantes de seguridad, las baterías para las lámparas, los botines de punta reforzada, y luego las cadenas suben portando las ropas que volverán a vestir cuando salgan del pozo. Y a veces una sirena aúlla la tragedia y alguna cadena no vuelve a bajar. Esto, ciertamente “no es rentable”.
Una vez equipados caminan hacia la entrada del pozo, ya no bromean pues la boca de la mina impone respeto y temor hasta a los más veteranos. Un ascensor metálico, “la jaula”, los baja hacia la oscuridad densa de la galería principal, y ahí se acomodan en un minúsculo tren que los conduce a otras galerías menores. La oscuridad de la mina es densa y pegajosa, como el aire impregnado de humedad, y por sobre las voces de los mineros y el entrechocar de sus herramientas se impone el crujido del monte, la queja de la intimidad de la tierra y su constante amenaza de venirse abajo. Esto, ciertamente, "no es rentable".
Por las galerías menores avanzan los mineros, sus lámparas perforan la espesa oscuridad y chocan con los muros de roca impregnados de agua. El aire se torna cada vez más denso, y así, llegan hasta los filones hasta los que acceden de pie, primero, luego doblados, más tarde reptando, y entones se escupen las manos y empiezan con su trabajo de arrancar el carbón, la hulla y la antracita a las entrañas de la Tierra. Los picadores ven desaparecer sus músculos bajo una capa de polvo, las brocas han abierto los orificios en los que se meten las cargas de explosivos. A una señal del dinamitero todos los hombres retroceden hasta los sitios de refugio, ahí se encojen pegados unos a otros, protegiéndose los oídos, hasta que la detonación estremece el aire y una nube de polvo negro los envuelve. Esto, ciertamente, “ no es rentable”
Cuando, al final de la jornada salen de la jaula que los ha subido hasta la superficie terrestre, los mineros van al bar y piden que les escancien una sidra, y el bar vive de los mineros, otros van a la farmacia y la farmacia vive de los mineros, otros compran un vestido para su hija o un libro, y todos los negocios de las cuencas mineras viven de los mineros. El trabajo de cada uno de esos hombres oscuros permite y posibilita la existencia de muchos otros puestos de trabajo. Todo lo que hace en las ciudades, aldeas y villorios de las cuencas mineras depende de las minas, y considerar esta realidad, ciertamente, “ no es rentable”.
En 1985 llegó al poder el PSOE y las minas de carbón daban empleo a casi 53 mil mineros. Un ministro socialista, Solchaga, explicó con breves palabras en que consistirían los grandes cambos que se implantarían: “España es un país para hacer dinero”. Y así fue, en efecto. En el caso de la minería la posibilidad de hacer dinero, de lucro, empezó a darse obedeciendo las instrucciones de los mandamases de Europa, y España empezó a importar carbón. Nunca se ha explicado a cabalidad porqué el carbón que llega de Polonia, o de la mina a tajo abierta más grande del mundo, Cerrajón, en la Guajira colombiana, es mejor y menos contaminante que el carbón asturiano. Y si lo es, nunca se destinaron los fondos suficientes para investigar como hacer más efectivo y menos contaminante un sector de materia energética fundamental.
Siguiendo las instrucciones de los mercados energéticos, tanto el Partido Popular como el PSOE se caracterizaron por el tratamiento demagógico del tema minero. Si el carbón estaba definitivamente condenado se debería haber impulsado efectivas políticas de reconversión industrial que asegurasen trabajos dignos y cualificados a los que abandonarían las minas. Estas políticas no existieron, en cambio se decidieron por pre jubilaciones aparentemente muy generosas, pero sin considerar que la actividad minera es una cultura, se hereda, aunque suene contradictorio los hijos de los mineros y los nietos de los mineros siempre se consideraron seguidores del trabajo de los mayores. La mina se mete en el cuerpo, se adueña del alma, y esta consideración que no se hizo, obvió que de esas prejubilaciones vivirían los hijos y los nietos de los mineros, porque no se sale de la mina para ocupar el lugar del frutero, del panadero, del dependiente de la farmacia o del camarero que escancia la sidra.
A falta de una solución coherente los mineros se aferraron a sus puestos de trabajo y la actividad empezó a ser subvencionada por la Unión Europea. Hoy, en 2012, la masa laboral minera se ha reducido a poco menos de ocho mil mineros distribuidos en cuarenta y siete explotaciones. Y la explotación cayó de 20 millones de toneladas a poco más de 8,5 millones de toneladas. La política energética europea decidió terminar con las subvenciones públicas al sector minero a fines de 2014, pero la presión ejercida por los mineros logró que se mantuviera hasta el 31 de diciembre de 2018. Según los cálculos de los empresarios y los mineros, estos años bastarían para que en Europa se empezara a pensar si era lógico haber reducido la producción global europea de carbón a 130 millones de toneladas, y al mismo tiempo importar anualmente más de 160 millones de toneladas, sólo que a “precios competitivos”, es decir carbón producido con costos laborales inaceptables por cualquier trabajador de Europa o los Estados Unidos.
Los mineros sostienen y con razón que el carbón es una reserva estratégica, de suministro autóctono, lo que garantiza el suministro y, lo más importante, asegura algo muy combatido por el mercado: una reserva estratégica nacional.
Y a todas estas consideraciones debe agregarse que los mineros están defendiendo la existencia de las ciudades y aldeas de las cuencas mineras. El pequeño y mediano comercio, los servicios, todo lo que constituye la vida, el día a día de un asentamiento humano. Y esto, ciertamente, “no es rentable”.
El gobierno de España encabezado por Mariano Rajoy, obsesionado por una reducción del déficit imposible de cumplir ha impuesto una serie de recortes sociales, de sanidad, educación, reducciones salariales, reformas laborales que abaratan el despido, pero con una gran generosidad hacia los especuladores y los bancos. El ex ministro Solchaga no se equivocaba; España es un país para hacer dinero, y los especuladores lo han hecho, han ganado como jamás habían ganado. Baste señalar que los bancos españoles más fuertes, integrantes del conglomerado anónimo llamado “Mercado”, y que ha usurpado funciones estatales y a desprestigiado la política, solicitaba dinero al Banco Central Europeo al 1% de interés y con ese dinero, en lugar de abrir líneas de crédito para la pequeña industria y el artesanado, compraba deuda pública española al 5, 6 y 7 % anual de interés.
Siguiendo con esa línea de recortes a todo lo que beneficia a a los trabajadores, y al mismo tiempo que España aceptaba un rescate de sus bancos por 100 mil millones de euros, recortaba un 63% de los fondos destinados a preservar la actividad minera hasta el 31 de diciembre de 2018. Esto quiere decir cerrar las minas, matar una actividad, una cultura del trabajo, y condenar a las ciudades y aldeas de las cuencas mineras el éxodo de sus habitantes.
Nunca una huelga minera fue tan justa y necesaria. Hoy se cumplirá el día 22 de huelga. Hay varios mineros encerrados en la profundidad de los pozos. Hoy Asturias, lo mejor de Asturias resiste una vez más. Hoy la palabra Huelga adquiere un significado nuevo, renovado, y el éxito demostrado con un seguimiento del 100%, con todas las actividades de las cuencas mineras paralizadas demuestra que la Solidaridad de Clase sigue viva y con sus banderas en alto.
Nací en Chile, pero vivo en Asturias. Esos mineros son mis paisanos, son los míos y estoy orgulloso de su lucha y voluntad de combate. Están dando una lección de dignidad.
¡Vivan los Mineros! ¡¡¡Puxa Asturies!!!
Gijón, 18 de junio de 2012